sábado, 30 de diciembre de 2017

DOMINGO 

DE LA SAGRADA 
FAMILIA


EVANGELIO Lc 2,22-40
Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor [(de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor») y para entregar la oblación (como dice la ley del Señor. «Un par de tórtolas o dos pichones»). Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres (para cumplir con él lo previsto por la ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo, Israel». José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo diciendo a María, su madre: -Mira: Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida; así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana: de jovencita había vivido siete años casada, y llevaba ochenta y cuatro de viuda; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel]. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. EL niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

REFLEXIÓN

Hoy la institución familiar pasa por una grave crisis. La familia numerosa ha sido sustituida por una «familia nuclear» formada por la pareja y un número muy reducido de hijos. La mujer, antes dedicada exclusivamente a las labores del hogar, ha accedido al trabajo profesional. Han crecido notablemente las parejas de hecho, los divorcios, las y separaciones con lo cual ha aumentado el número hijos que crecen en el hogar con uno solo de los progenitores. Hay una verdadera revolución de la conducta familiar.
Los que analizan estas cosas  hablan de la desaparición del modelo de familia que hasta ahora hemos conocido, pero ninguno anuncia la desaparición de la familia. El hombre necesita el ámbito familiar para abrirse a la vida y crecer dignamente.

El debilitamiento y la crisis de fe, que se observa en la sociedad, repercuten de diversas formas en la familia. En no pocos hogares: han desaparecido, en buena medida, los signos religiosos, las costumbres cristianas, son pocas las familias que rezan juntas, lo que se transmite a los hijos no es fe, sino indiferencia religiosa y silencio.

La situación concreta es variada y compleja: Hay familias donde  se rechaza lo religioso  y se impiden que los hijos sean iniciados en la fe. Por el contrario hay hogares que mantienen viva la identidad cristiana. La fe es un factor importante a la hora de configurar el ambiente familiar. Se reza, se cuidan los valores religiosos, y los padres se preocupan de la educación cristiana de los hijos. Se trata de un grupo más numeroso de lo que a veces se piensa.
Una situación muy generalizada es la de no pocos padres que se han alejado de la práctica religiosa y viven instalados en la indiferencia. No rechazan la fe, pero tampoco les preocupa la educación religiosa de sus hijos. No les parece algo importante para su futuro. Bautizan a sus hijos, celebran su primera comunión, pero no les transmiten fe. En muchos hogares son los abuelos y abuelas las que están desempeñando muchas veces una labor de gran importancia y están despertando en los niños las primeras experiencias religiosas.

Los  estilos de la familia hoy son muy diferentes: Pero, no cualquier familia responde a las exigencias del evangelio. Hay familias abiertas al servicio de la sociedad, y familias replegadas sobre sí mismas. Familias autoritarias y familias de talante dialogante. Familias que educan en el egoísmo y familias que enseñan solidaridad. Familias que enseñan la humildad y familias que educan en el orgullo. Los estilos de organizar la vida familiar son muy diferentes

La Familia de Nazaret aparece hoy como una lección para las nuestras.
Lo primero a resaltar es que Dios ha querido encarnarse en una familia humana. En medio de los avatares, problemas y dificultades de la vida, la Sagrada familia mantiene firme la confianza en Dios, que era el centro de su vida familiar. Ahí es donde la Sagrada Familia es modelo para nuestras familias: en poner el amor a Dios y los valores del Evangelio como centro de la vida familiar.

Celebrar la fiesta de la Sagrada Familia, que tuvo la fe como centro de su vida, nos exige preguntarnos si también la fe está modelando nuestras familias ¿Es la fe  el centro de nuestras familias? ¿Son nuestras familias lugares donde se puede escuchar la llamada del evangelio a la fraternidad universal, la defensa de los abandonados, y la búsqueda de una sociedad más justa, o se convertirán en la escuela más eficaz de insolidaridad, inhibición y pasividad egoísta ante los problemas ajenos?


Hoy las familias cristianas, han de significarse por ser y vivir de manera diferente, con otros estilos a los que comúnmente se estila y, respetando a quien piense y actúe de modo diferente, hemos de valorar y agradecer lo que somos y hacemos sin ningún tipo de rubor o vergüenza ¡nada de eso! ¡Agradecidos y con la cabeza bien alta!

jueves, 21 de diciembre de 2017

DOMINGO IV DE ADVIENTO

EVANGELIO Lc 1 26-38

A los seis meces, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David la virgen se llamaba Maria. El Ángel, entrando a su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres.» Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo:”No temas, María, porque has encon­trado, gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de David para siempre, y su reino no tendrá fin”. Y María dijo al ángel: « ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis. Meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible. » María contestó: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. » Y el ángel se retiró.

REFLEXIÓN

Buscando casa para Dios 
La primera lectura la hemos tomado del segundo libro de Samuel  y nos dice que “Cuando el rey David se estableció en su palacio», quiso construir un templo, una casa para Dios. A través del profeta Natán Dios manifiesta que, más que el Templo, es la dinastía de David el signo de la presencia y protección divina. Más que en una casa/edificio el Señor quiere habitar en la casa/linaje de David.

Dios no puede encerrarse en un templo, ni necesita un edificio en el que morar. Él es un Dios personal, ligado a su pueblo, y, si acepta los lugares de culto, es sólo como signos de su presencia en medio del pueblo, no como habitáculo imprescindible. Edifiquemos un templo al Señor y que ese templo sea nuestro corazón.

Dios busca casa
Dios siguió preparando un Templo vivo en para habitar, siguió buscando casa. La fue preparando en la  propia descendencia de David: «Te daré una dinastía». Pero, el templo perfecto que Dios quiere tardará muchos años en formarse. Será una casa pequeña, pero  preciosa, transparente, palpitante. El templo se llamaba MARÍA.

Había dicho el Señor por boca de los profetas: ¿Qué templo podréis  construirme, o qué lugar para mi descanso?... En ése pondré mis ojos: en el humilde y el  abatido que se estremece ante mis palabras» (Is 66, 01-02. Cf. Is 56, 7; Jr 7,1-15). María fue la humilde y abatida que, estremecida ante las palabras de Dios, fue elegida para ser digna morada suya.

María, que ya había acogido a Dios en su mente, es elegida para acoger al Hijo de Dios en su vientre. Su alma ya estaba  llena de Dios, rebosante de su gracia. Dios moraba en ella. Ahora, el Espíritu vivificante fecundará sus entrañas, y su vientre  quedará convertido en digna morada para el Hijo de Dios.

Dios encontró casa, pero habló con la dueña para pedirle permiso.  Nos lo cuenta el relato del Evangelio de San Lucas, que hemos leído. Dios nunca avasalla, nunca obliga, ofrece, invita, no anula la libertad humana. El Ángel anuncia a María que ha sido elegida para ser la digna morada de Dios en la tierra y la  invita a realizar lo que Dios le proponía.

La respuesta de María es abrir de par en par las puertas de su vida para acoger en ella a Dios hecho carne, y responde: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. »  

Por medio de María comprendemos hasta qué punto Dios fue fiel a su palabra de vivir en un templo y en una casa absolutamente humanos: es la calidez del seno de María la morada del Altísimo, y por María, toda la humanidad recibe a su Señor como huésped.
Llega el Dios de la vida: ábrele la tuya.

Estamos concluyendo el Adviento, es el momento de abrir a Dios las puertas de nuestra vida y convertirnos cada uno en templo de Dios. Porque Él quiere templos, pero no como los de David y Salomón, sino que sean lo más parecidos al  templo que es María.
Dios busca casa, pero no es cuestión de inmobiliarias. Dios desea estar en el corazón de sus hijos. «No habita en  casas hechas por manos de hombre», decía San Esteban (Hch 7, 48)  El mismo  Jesús anunció un culto que no sería ni en el Templo judío de Jerusalén ni en el Templo samaritano de Garizim, sino en espíritu y en  verdad.

El templo, la casa que Dios quiere, es el de nuestra vida. Se  trata de ofrecer a Dios un espacio íntimo, cálido, un lugar en el corazón de cada uno, en la familia, en la Comunidad, en la sociedad. Dios busca personas que le abran las  puertas del alma, que estén siempre dispuestas a la escucha y la acogida! VIENE el Dios de la vida, ÁBRELE la tuya”

Secundino Martínez Rubio



jueves, 14 de diciembre de 2017

DOMINGO III ADVIENTO (B)

Evangelio: Jn 1,6‑8.19-28
S
urgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?» Él confesó sin reservas: "Yo no soy el Mesías". Le pre­guntaron: «Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?» Él dijo: «No lo soy.» «¿Eres tú el Profeta?» Respondió: «No.» Y le dijeron: “¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?”. Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor» (como dijo el Profeta Isaías).» Entre los enviados había fariseos y le preguntaron; «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?» Juan les respon­dió: "Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia." Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Reflexión
 Esperar al Señor con alegría.
Hemos pedido, en la Primera Oración de la misa, "llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante". La Primera lectura de Isaías nos dice: “Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios". En el Salmo hemos cantado, con las mismas palabras de María: "Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador". San Pablo nos lo ha dicho en la Segunda lectura: "Estad siempre alegres... En toda ocasión tened la Acción de Gracias".Por este motivo se le ha llamado a este domingo «Gaudete» que significa Alegraos. Alegraos para esperar el acontecimiento más alegre de la historia: el nacimiento del Hijo de Dios.

La verdadera alegría es algo escaso en nuestro mundo. No es mucha la gente que nos encontramos con alegría verdadera. Claro está que cuando hablamos de alegría, no nos referimos a la carcajada hueca, ni a la sonrisa de escaparate, ni siquiera la alegría del genio alegre y el temperamento jovial. No es la euforia de los momentos de subidón. Ni es la risa del alboroto y  la jarana. No es alegría etílica y pastillera, cervecera o evasiva que venden la propaganda y sus expertos mercaderes. Dice el Papa Francisco que el gran riesgo del mundo actual es la tristeza individualista (Cf. EG n. 2)

Es cierto que la alegría se manifiesta también externamente, pero no se reduce a lo externo y  nace de manantial más hondo y sereno. Cuando la alegría nace de lo externo, de lo que puedan ofrecernos las cosas, las circunstancias, arrastra a la persona a un remolino de insatisfacción. Esa alegría nos puede ser arrebatada cuando no tengamos lo que nos la produce; es una alegría de “quita y pon”, es “pan para hoy y hambre para mañana”; esa alegría nos distrae en medio de los problemas, pero no ilumina nuestro vivir y nuestro morir.

La alegría cristiana arraiga en la más honda e intima profundidad de nuestra existencia, cuando, aceptando nuestra propia finitud y limitación, renunciamos a ser por nosotros mismos y para nosotros mismos y acogemos, con confianza, el amor de Dios, revelado en
 Cristo, que nos muestra cuál es el sentido de nuestra vida en el mundo y la grandeza de nuestro destino. “La alegría es el amor disfrutado” decía Santo Tomás. Ese Amor de Dios acogido, inunda suavemente nuestra vida de una profunda alegría, que no elimina, sino que ilumina las oscuridades y tristezas que entretejen nuestra vida. Una alegría que nadie nos podrá quitar (Cf. Juan 16, 22)

Quien  no se abre al amor y quiere ser por si y para sí disipa su propia sustancia, como el hijo pródigo lejos de la casa del Padre, y pierde la alegría. Quien, negándose a sí mismo, se abre al Amor de Dios para ser desde Él y para los demás, descubre, con asombro, que su vida se inunda de sentido, de alegría y gozo. Pero se necesita pobreza y humildad ¡oye! Para dejar de ser por ser desde El y para los demás y ¡a veces no estamos dispuestos! ¡No estamos dispuestos a amar.


Hoy le pedimos al Señor que nos dé alegría “Concédenos, Señor, tu "alegría sorprendente". Más unida al perdón recibido que a la perfección cumplidora. Alegría encontrada en la persecución por el Reino más que en el aplauso adulador.  La alegría que crece al compartir y se esfuma al guardar todo para mí. Tu alegría humilde que se abaja, se parte y se reparte. Concédenos la "perfecta alegría": la que mana como una resurrección fresca entre escombros de proyectos fracasados. La alegría perseguida, crucificada, pero  inmortal desde tu Pascua. Concédenos, Señor, la "sencilla alegría": la de las cosas pequeñas, de los encuentros cotidianos y  las rutinas necesarias. La alegría que nadie nos podrá quitar, la alegría de María que alegraba su espíritu en Ti su salvador, y el nuestro. Ábrenos, Señor,  a la alegría, para esperar el acontecimiento más alegre de la historia: el nacimiento  de tu Hijo.

Secundino Martínez Rubio

sábado, 9 de diciembre de 2017


DOMINGO II

DE ADVIENTO (B)

EVANGELIO Marcos 1,1- 8
  
Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos. Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

REFLEXIÓN

La llamada, en este segundo domingo, nos llega por medio del profeta Isaías y Juan Bautista. Tanto uno como otro nos dejan un doble mensaje de alegría y consuelo por un lado y de exigencia y conversión por otro.

Isaías dirige un mensaje de esperanza y consuelo a los desterrados en Babilonia: el mensaje de su liberación. La vuelta del destierro es, en cierto modo, la venida de Yahvé para llevar el rebaño al redil; junto a la feliz noticia del perdón, el profeta hace una llamada a la conversión; una llamada a preparar el camino al Señor y a quitar los obstáculos que dificulten o retrasen su venida: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale, y todos vean la Salvación de Dios”.

Juan el Bautista anuncia un mensaje de esperanza, la Buena Noticia de la  llegada de Dios Salvador en la persona de su Hijo Jesús y, con las palabras de Isaías, llama también a la conversión como único camino para alcanzar la salvación: “Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos”.

Consuelo y conversión
Los mensajeros -Isaías y el Bautista- anuncian la llegada de Dios Salvador motivo de consuelo y esperanza. Pero ambos han dicho también una palabra de conversión: «Preparad los caminos para el Señor que viene». La espera del Adviento no es una actitud pasiva y conformista.

Necesitados de consuelo y de esperanza.
Personalmente, con frecuencia, caemos en el pesimismo, en el desaliento, la inseguridad, la angustia y en esa vaga, pero dolorosa, sensación de estar como desterrados, desencajados, de ser extranjeros, extraños y extrañados, sin ser  de la tierra ni del cielo, en fin, de andar sin rumbo.

También eclesialmente nos sentirnos extraños en un mundo que no necesita Dios, ni de la Iglesia, para vivir; Nos sentimos raros siguiendo a Jesús en un ambiente que no le sigue. Y se nos cuela en el alma la tristeza, la derrota, el desconsuelo,…

No cabe duda, necesitamos consuelo y esperanza. Que no hemos de confundir con «optimismo barato» e ingenuo. Nuestra esperanza se fundamenta en la confianza radical en  Dios. La esperanza de los discípulos de Cristo no consiste en ilusiones vanas de que esto cambiará de un momento para otro. La verdadera esperanza consiste en una radical confianza en la presencia de Dios, que no nos  abandona y nos alienta

Llamada a la conversión

Pero, no conviene tampoco engañarnos, no basta que el Señor venga, es necesario recibirle. Es necesaria la conversión. Preparar el camino, allanar senderos, enderezar lo torcido, remover los obstáculos que pudieran entorpecer la llegada del Señor a nuestro corazón, a nuestra Iglesia, a nuestro mundo. Convertirse a Cristo Jesús significa volverse más claramente a él, aceptar sus criterios de vida, acoger su evangelio y sus opciones en nuestra vida. Y hacer que nuestra historia se parezca un poco más a un «Un cielo nuevo y una tierra nueva en que habita la justicia».

Secundino Martínez Rubio



viernes, 1 de diciembre de 2017


DOMINGO I ADVIENTO (B)

Evangelio: Mc 13,33-37

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al por­tero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a media­noche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!»

REFLEXIÓN

I  ADVIENTO
EL ADVIENTO no es solo un simple (aunque importante) recuerdo de un acontecimiento del pasado. El Adviento enlaza. “Pasado, Presente, y Futuro ". Cierto que el Señor VINO, (Pasado) pero VOLVERÁ (‘Futuro) y además VIENE (Presente) constantemente. Esta triple perspectiva da un contenido mas completo al Adviento, sobre todo porque invita a mirar el futuro con esperanza y a vivir el presente con intensidad.

La Primera lectura de Isaías nos sitúa en medio de la desolación de un pueblo destruido que vuelve del exilio  que, en vez de culpar a los políticos, a los banqueros,  a las instituciones, piensa que todo se debe a que Dios le oculta su rostro por culpa de sus pecados, e implora que recuerde que es su Padre, que vuelva, rasgue el cielo y baje. “Porque jamás se oyó decir, ni nadie vio jamás que otro dios, fuera de ti, hiciera tales cosas en favor de los que esperan en el".

En la segunda lectura la respuesta de Dios supera con creces lo que pedía el pueblo en la lectura de Isaías. Dios no rasga el cielo, no sale a nuestro encuentro personalmente. Envía a Jesús, y mediante él nos ha enriquecido en todo y nos llama a participar en la vida de su Hijo. Por consiguiente, añade Pablo, “No carecéis de ningún don”. Mucha gente se lamenta, a veces con razón, de las cosas de que carece. El Adviento puede ser buen momento para pensar qué cosas valoramos: si las materiales, que a menudo faltan, o las que proporciona Jesús: la certeza de que Dios es fiel, está de nuestra parte y nos mantendrá firmes hasta el encuentro final con Él.
  
El Evangelio no habla de Dios Padre ni de Jesús. Se centra en nosotros, nos invita a ESTAR EN VELA, estar atentos para descubrir y acoger a este Jesús, que viene a nuestra vida, y que vendrá al final de los tiempos. «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento… Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!»
Nuestra actitud es estar despiertos, en vela, sobrios, y en oración, para salir al encuentro del Señor que viene a nosotros en todas las formas:

“Jesús viene a través de su Palabra. En su Iglesia y su tradición, en los Sacramentos, especialmente en el de la Eucaristía." Jesús viene en el prójimo, particularmente en el más pobre, débil e insignificante y despreciado con quien Cristo se identifica.

El Evangelio no nos invita solamente a estar preparados para la hora de la muerte, sino a estar preparados para cada momento de la vida. No nos manda sólo estar vigilantes para recibir la llegada del Señor  al final de la vida, sino para recibirle en cada momento, para acoger cada llamada suya, cada petición, cada súplica, cada ruego que nos hace  a través de muchas mediaciones de su presencia.
Nuestra primera actitud, por tanto, es la vigilancia permanente, la atención, la espera activa. Los que están dormidos, distraídos, satisfechos, no esperan a ningún salvador. Y corren el peligro de perder la ocasión de encontrarse con el Señor, que siempre viene a nuestras vidas para ofrecer  su salvación. Pero, solamente están vigilantes los que esperan algo. ¿Esperamos nosotros algo? ¿Espera nuestro mundo algo?

Los cristianos centramos nuestra esperanza en una Persona viva, presente: Cristo. Él es la respuesta de Dios a los deseos y las preguntas hondas de nuestra vida. Sólo en Él encontramos  sentido a nuestra vida y nuestra muerte. Es importante comenzar este tiempo en una actitud de alerta, como nos indica el texto del evangelio de este domingo: ¡Velad

Creemos que sí merece la pena estar vigilantes. Que sí hay algo que esperar, mejor dicho, hay Alguien a quien esperar. Esperamos nada menos que al mismo Dios, que se hizo uno de nuestra raza y vino a compartir nuestra historia y viene cada día para abrirnos a una vida más plena y con sentido, a una vida salvada. Todo lo que espero de fuera, lo tengo ya dentro.

Secundino Martínez Rubio