DOMINGO IV
DE ADVIENTO (C)
EVANGELIO Lc 1,39-45
n aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña,
a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, salto la criatura en su vientre. Se
llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito: -¡Bendita tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu
saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa
tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
REFLEXIÓN
En el Adviento la Palabra de
Dios hace un recorrido curioso: En Las
primeras semanas Isaías nos dejó
imágenes que expresan el cumplimiento de la promesa de la que vive Israel: que
Dios mismo se hará presente en medio de su pueblo y que esa presencia será la
renovación de todas las cosas, la sanación de todas las heridas, el fin de toda
limitación que oprime nuestra existencia, de todo dolor y de toda injusticia.
Por el 2º domingo de Adviento apareció
Juan Bautista con un mensaje
distinto. Juan no es el profeta que tiene que sostener la esperanza de un
pueblo decaído y machacado. No habla de alegría y de renacimiento. Juan es un
profeta duro. Es el que da el último aviso.
El Señor se acerca y uno tiene que poner su vida en consonancia con Él
si quiere recibirle. Pero el Bautista también anuncia la llegada de una novedad
radical, la transformación de todas las cosas.
En este 4º domingo de
Adviento el escenario es muy distinto.
La salvación se anuncia no en un escenario público como el de Isaías o el Juan,
sino en la intimidad de una mujer: María,
que en una aldea perdida, en soledad, recibe una propuesta desconcertante:
traer al mundo a un niño, cuidarlo y protegerlo, porque ese niño es la máxima
cercanía de Dios a la humanidad, Dios-con-nosotros; tan cercano que es uno de
nosotros, uno de tantos (Flp 2,7). Parece que, a medida que se va aproximando
el Dios Altísimo, todo se hace más pequeño, más humilde, sencillo y
cotidiano.
Parecía
que al principio del Adviento nos anunciaban una cosa y lo que al final nos dan
es otra, que lo que se nos promete al inicio no se corresponde con lo que
encontramos al final. O quizá es que la promesa se realiza al modo de Dios, que
no coincide siempre con el nuestro, y que las dos cosas están unidas: Dios
viene a transformarlo todo adentrándose en lo nuestro y cargando con ello.
En la primera lectura, el profeta Miqueas,
ante la situación difícil que está viviendo su pueblo, se plantea una pregunta:
¿De dónde vendrá la salvación? Y responde diciendo: No vendrá de Jerusalén
orgullosa y altiva, sino de la pequeña y
humilde aldea de Belén. Y esto, porque Dios, no elige para su acción salvadora a la riqueza, el poder, la
relevancia.... sino a la sencillez, lo humilde y pequeño. Belén, una aldea
humilde frente a la importante Jerusalén, será la elegida para que en ella
nazca el salvador de los hombres. María, humilde, sencilla, pequeña a los ojos
de los hombres, será también la elegida. Porque como ella mismo dijo: “El Señor
dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes”.
La segunda lectura, de la carta a los
Hebreos, pone en boca de Cristo esta frase: “Tú no quieres sacrificios ni
ofrendas... Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad.” Esta disponibilidad
de Cristo, para que el Padre obre a través de Él la salvación, es una actitud
que se repite en María: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mi según tu
palabra.” Y es una actitud que debería asumir cada cristiano, cada comunidad.
Estar disponibles para servir, para ayudar, para amar. Para que Dios ame a
través nuestro, para que consuele con nuestras palabras, para que acompañe con
nuestra presencia. Estar disponibles para Dios es vivir en actitud de servicio
y de entrega.
El Evangelio nos
presenta a María visitando a su prima Isabel. El amor cristiano es servicial;
El cristiano acude puntual, y aprisa, a
la cita del amor que nos reclama junto al que nos necesita.
Antes
de entrar a celebrar el Nacimiento del Hijo de Dios, es bueno que miremos a
María, protagonista de la
Navidad, para imitarla.
Secundino Martínez Rubio