miércoles, 28 de diciembre de 2016

SOLEMNIDAD DE
SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

EVANGELIO Lc 2, 16-21

E
n aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre.  Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores.  María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
 Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.  Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción

REFLEXIÓN
Todavía dentro del ambiente de la Navidad, celebramos hoy a la Virgen María, a la que veneramos como Madre de Dios, porque dio carne al Hijo del Padre eterno.

La primera lectura muestra la bendición solemne que pronunciaban los sacerdotes sobre los israelitas en las grandes fiestas religiosas: tres veces se repite el nombre del Señor, como para expresar la plenitud y la fuerza que deriva de esa invocación.  Hoy la Iglesia escucha estas palabras y pide al Señor que bendiga el nuevo año que acaba de comenzar.

En la segunda lectura, san Pablo resume la obra de salvación realizada por Cristo en la adopción filial, en la cual está como engarzada la figura de María. Gracias a ella el Hijo de Dios, «nacido de mujer», pudo venir al mundo como verdadero hombre, en  la plenitud de los tiempos. Plenitud del tiempo que se refiere al pasado y a la espera del Mesías, que se cumplió en Jesús, pero, al mismo tiempo, también se refiere a la plenitud en sentido absoluto: en el Verbo hecho carne Dios dijo su Palabra última y definitiva.
Cuando comenzamos un año nuevo esto nos invita a caminar con alegría, pues para los cristianos todo tiempo está habitado por Dios y el futuro se dirige a Cristo  en quien está la plenitud.

El pasaje del Evangelio de hoy termina con la imposición del nombre de Jesús, mientras María medita en su corazón el misterio de su Hijo. Este pasaje insiste especialmente en los pastores, que volvieron «glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto». El texto habla de la maternidad de María a partir del Hijo, de ese «niño envuelto en pañales», porque Èl es centro del acontecimiento que está teniendo lugar y es Èl quien hace que la maternidad de María se califique como «divina».

Esta atención especial que las lecturas de hoy dedican al «Hijo», a Jesús, no disminuye el papel de la Madre;  sino que la sitúa en la perspectiva correcta: ya que María es verdadera Madre de Dios precisamente en virtud de su relación total con Cristo. Por tanto, glorificando al Hijo se honra a la Madre y honrando a la Madre se glorifica al Hijo. El título de «Madre de Dios», subraya la misión única de la Virgen santísima en la historia de la salvación. Esa misión de Marías está en la base de la veneración que profesamos a la Virgen. Porque María no recibió el don de Dios sólo para ella, sino para darlo al mundo: “en su virginidad fecunda, Dios dio a los hombres los bienes de la salvación eterna” (cf. Oración Colecta). Y María ofrece continuamente su mediación al pueblo de Dios peregrino en la historia hacia la eternidad, como en otro tiempo la ofreció a los pastores de Belén. Ella, que dio la vida terrena al Hijo de Dios, sigue dando a los hombres la vida divina, que es Jesús mismo y su Santo Espíritu. Por eso la consideramos e invocamos también como Madre de la Iglesia.

En este día se celebra en toda la Iglesia la Jornada mundial de la paz. Paz que es don de Dios, como hemos escuchado en la primera lectura. La Paz es primer fruto del Amor recibido en Jesús; Paz que es reconciliación y pacificación con Dios. La paz  que es, también, un valor humano que se ha de realizar en el ámbito social y político, pero hunde sus raíces en el misterio de Cristo (cf. Gaudium et spes, 77-90).

 Que la Madre de Dios nos acompañe en este nuevo año; que obtenga para nosotros y para todo el mundo el deseado don de la paz. 

 Secundino Martínez Rubio


·        En 2016 unos 90 mil cristianos fueron asesinados por su fe.

·   Cada seis minutos un cristiano fue asesinado en alguna parte del mundo.

·        63 mil murieron en conflictos tribales en África.

·        La mayoría se negó a tomar las armas por razones de conciencia.

·    27 mil murieron en atentados terroristas, destrucción de villas cristianas y persecuciones de gobiernos como Corea del norte.

·     Más de 500 millones de cristianos no pueden profesar su fe libremente.

·     Los cristianos son ahora el grupo religioso más perseguido del mundo
(Fuente: Aciprensa.com)


Esto no sale en los noticiarios. PERO ESTÁBAMOS ADVERTIDOS POR EL SEÑOR

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. …Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. (Mateo 10, 17-22)

Y… HOY, COMO AL PRINCIPIO, LA SANGRE DE NUESTROS MARTIRES SERÁ SEMILLA DE CRISTIANOS.



martes, 27 de diciembre de 2016


RETIRO DE ORACIÓN.

Antes de entrar en el bullicio de Fin de Año ¿quieres dejar en manos del Señor,con calma, el año que despedimos?¿Deseas confiarle el Año Nuevo? 
HAY UN SITIO PARA TÍ.
28 DICIEMBRE 18:00 h.


sábado, 24 de diciembre de 2016

Noche buena
 + Evangelio según san Lucas     2, 1-14

En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.
José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.
Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.
En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:

«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»
Palabra del Señor

reflexión
Aunque hemos oído muchas veces este evangelio, sus palabras nos llegan al corazón siempre de nuevo.
Le llegó a María el momento anunciado por el Ángel en Nazaret: «Darás a luz un hijo » Llegó el momento que Israel esperaba desde hacía siglos; El momento de la cercanía de Dios que, en cierto modo esperaba toda la humanidad.
Pero, cuando llegó el Dios esperado, no había sitio en la posada. La humanidad está tan ocupada consigo misma no queda sitio para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios.

"Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron", dice San Juan (1,11).
·        Se refiere sobre todo a la casa de Belén: el Hijo de David fue a su ciudad, pero tuvo que nacer en un establo, porque en la posada no había sitio para él.
·        Se refiere también a la casa  de Israel: el enviado vino a los suyos, pero no lo quisieron.
·        En realidad, se refiere la casa de toda la humanidad: El mundo fue creado por Él y cuando entra en el mundo no se le escucha, no se le acoge.
En definitiva, estas palabras se refieren a nosotros, a cada persona y a la sociedad en su conjunto. ¿recibimos al que nos necesita el que sufre y necesita ayuda? ¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede entrar Él en nuestra vida? ¿Encuentra un lugar en nosotros o estamos ocupados en  nuestros quehaceres, nuestra vida, en nosotros mismos?

Gracias a Dios, la actitud negativa no es la única ni la última que hallamos en el Evangelio. En él encontramos el amor de su madre María y la fidelidad de san José, la vigilancia de los pastores y su gran alegría, la visita de los sabios Magos, llegados de lejos, San Juan nos dice: «Pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Jn 1,12).
Ciertamente, hay quienes lo acogen y, de este modo, con ellos crece el mundo nuevo.
Navidad nos hace reconocer la oscuridad de un mundo cerrado en si mismo, que vemos diariamente. Pero, nos dice también que Dios  va encontrando sitio. Gente que le va acogiendo.

¿También le acogemos nosotros? Es cuestión de ponernos en camino  como los pastores o los Magos y a salir de la cerrazón de nuestros deseos e intereses para ir  a adorarlo. Y lo adoramos abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de cuantos están marginados y en los cuales Él nos espera.

En el establo de Belén, vuelve a comenzar la realeza de David de  modo nuevo: en un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
En el establo hay un nuevo comienzo. Allí  está el verdadero palacio de David, la verdadera realeza. El nuevo trono desde el que atraerá hacia sí el mundo es la Cruz. Allí arranca un nuevo poder el que proviene de la Cruz: el poder de la bondad que se entrega, ésta es la verdadera realeza. Con la Navidad la creación, recuperan su belleza y su dignidad: esto es lo que comienza y hace saltar de gozo a los ángeles. La tierra queda restablecida al abrirse a Dios, al haber sintonía entre voluntad humana y voluntad divina. Navidad es la fiesta de la creación renovada. El canto de los ángeles en la Noche santa es la expresión de la alegría porque cielo y tierra, se encuentran nuevamente unidos; porque el hombre se ha unido nuevamente a Dios. En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo vino a la tierra. Por eso, de allí se difunde una luz para todos los tiempos; por eso, de allí brota la alegría y nace el canto.
Con la humildad de los pastores, pongámonos en camino, hacia el Niño en el establo. Toquemos la humildad de Dios, el corazón de Dios. Entonces su alegría nos alcanzará y hará más luminoso el mundo. Amén.

Navidad


+ Principio del santo Evangelio según san Juan     1, 1-18

Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan.
Vino como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz,
sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo.»
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

Palabra del Señor.

reflexión

El Evangelio de San Juan comienza con el prólogo, que hemos escuchado y cuyas afirmaciones fundamentales vamos a reflexionar

“La Palabra era Dios”. Hijo eterno del Padre, su Verdad más íntima, su Sabiduría. Estaba junto a Dios, era expresión de  su fuerza creadora; por la Palabra se hizo todo lo que existe. Y, por ella, la misericordia entrañable de Dios se volcó sobre la humanidad para recrearla cuando se había perdido, para iluminar el camino de los hombres y engendrarlos de nuevo haciéndolos hijos en el Hijo.

 «La Palabra de Dios se ha hecho carne».  La Palabra vino al mundo. Tomó carne de nuestra carne, en la mejor hija de esta tierra, en María de Nazaret. Despojada de su rango, vino a hablarnos, a decirnos el amor que Dios nos tiene, a explicarnos su plan Salvador. La Palabra, nos explicó el misterio de Dios sin libros ni doctrinas, no abrió universidad ni puso escuela para sabios y entendidos; impartió sus lecciones en las calles y en las plazas, en la montaña o junto al lago. Enseñaba con palabras y silencios, con gestos y miradas, que entendieron siempre los sencillos. Entregó su carne, partiéndola y repartiéndola para que todos tuviéramos Vida eterna. «Acampó entre nosotros». Se hizo proximidad, cercanía samaritana y compasiva.

Pero el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron. Prefirieron la oscuridad de charlatanes pregoneros antes que la luz de la Palabra.  Y la Palabra, que había nacido a las afueras de la ciudad, y había puesto su cátedra en la vida, murió a las afueras de la ciudad colgada de un madero, donde fue crucificada. Allí fue donde la Palabra impartió la suprema lección de amor, que entienden los que aman. Allí, en su muerte, descubrimos que “en la Palabra había vida”, una Vida Verdadera, que es algo más que durar porque respiras. Y… allí sigue la Palabra impartiendo sus lecciones.

A cuantos la recibieron les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. El que recibe la Palabra Encarnada, recibe, Vida nueva de hijo. Vida eterna, que se pierde guardándola  y se gana perdiéndola en proximidad amorosa, encarnada, samaritana, compasiva.



viernes, 16 de diciembre de 2016

DOMINGO IV DE ADVIENTO
EVANGELIO : Mt 1,18-24
E
l nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:    La madre de Jesús, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel (que significa «Dios-con-nosotros»). Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.  

REFLEXIÓN
La enseñanza central del Evangelio del 4º domingo de adviento es que la Encarnación del Hijo de Dios, en el seno de María, fue una concepción virginal, milagrosa: obra del Espíritu Santo.

La madre de Jesús, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo”.  San José aparece lleno de asombro, de perplejidad y dudas. El problema era que él estaba desposado con María, la cual, antes de vivir juntos, estaba embarazada.

Entre los judíos los desposorios se celebraban antes de la boda y eran un compromiso matrimonial para los desposados, que ya eran marido y mujer. Si José quería romper ese compromiso no tenía más remedio que repudiar a la que ya era su esposa. Pero José no quería denunciarla, y decidió repudiarla en secreto. Entonces recibe el anuncio del ángel del Señor que le aclara el misterio que se está realizando en María por obra del Espíritu Santo. Dios le confía  a José ser el padre legal del niño que va a nacer. Él recibirá a Jesús en el linaje de David al que José pertenece. Por eso, José le pondrá el nombre al niño, que es una función propia del padre entre los judíos.

José supera la prueba que se le ha presentado a su fe; desiste de abandonar a su mujer y, fiado en la Palabra de Dios, se adentra en la luminosa oscuridad del misterio; asume su misión con plena disponibilidad al plan de Dios, renunciando a todo protagonismo de relumbrón. La figura de San José aparece así, en el Adviento, como modelo de hombre de fe.

 A nosotros, como a José, nos llama el Señor y también hemos de responder al proyecto de Dios. Nuestra vida también conoce la prueba de la fe. Ante la duda, el miedo, la perplejidad, contamos con la respuesta de Dios en su Palabra. No se nos ofrecen evidencias, por eso nuestra respuesta es en la fe. Respondemos fiándonos.No se hay evidencias palpables. La fe, como decía san Juan de la Cruz, es noche oscura, pero noche vencida por el clarear de la alborada.


Que la figura de José sea referencia para nuestra vida: él es el hombre de fe que colabora sin reservas en el plan de salvación; y asume sus responsabilidades con total discreción, siendo ajeno a los protagonismos. Tenemos mucho que aprender de él. 
Secundino Martinez Rubio

viernes, 9 de diciembre de 2016

DOMINGO III DE ADVIENTO


Evangelio Mt. 11,2-11

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: -¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Jesús les respondió: Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí! Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: -¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti." Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.

Reflexión
El evangelio del domingo pasado nos habló  de que el Bautista esperaba un Mesías enérgico, con el hacha en la mano, dispuesto a talar todo árbol que no diese fruto, y a separar el trigo de la paja, para quemar lo inútil en una hoguera inextinguible. Más bien, el Bautista, esperaba un Mesías que impondría el juicio riguroso de Dios, Pero, las noticias que le llegan a la cárcel de la actividad de Jesús son muy distintas pues Jesús se dedica a curar heridas y aliviar sufrimientos. Por eso desde la prisión envía un mensaje a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”.
 La respuesta de Jesús fue clara: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí!”.
         Estas son las credenciales del verdadero Mesías: aliviar el sufrimiento, curar las dolencias, resucitar muertos y a traer esperanza a los pobres, signos visibles de la salvación integral de las personas. Y dichoso el que no se sienta defraudado por mi -dice Jesús -porque muchos estaban defraudados. Esperaban el Dios del desquite, el Dios Juez riguroso que pusiera las cosas en su sitio y llegó el Dios de la misericordia y la compasión.
          Lo importante es que en la actuación de Jesús se está cumpliendo lo anunciado por los antiguos profetas. Sus palabras aluden al profeta Isaías que hablan de la salvación futura, cuando queden vencidas la muerte, la enfermedad y el dolor:
 Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará" (Is 35,5)
"Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo" (Is 26,19)
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para la buena noticia a los que sufren" (Is 61,1)
Pienso que nuestro mundo sigue lleno de personas que como Juan y la gente de Israel, andan buscando “al que tenía que venir”. Esa gente, que busca y espera, se vuelve a nosotros los cristianos y cristianas y, con sus preguntas o con sus “sonoros” silencios  nos interrogan: ¿Conocéis vosotros al que tenía que venir? ¿Sabéis vosotros quién puede dar sentido a nuestro vivir?
El problema surge cuando nosotros respondemos con discursos, con lecciones, con teorías. O nos perdemos en discusiones sobre cómo dar la respuesta. Seguramente habrá que estar formados para responder, habrá que tener clara nuestra identidad para evangelizar. Serán necesarias muchas cosas. Seguramente. Pero, lo que no podemos es dejar de dar la respuesta que dio Jesús. Y la cuestión es: Los cristianos y cristianas, nuestros grupos, asociaciones, movimientos, congregaciones, hermandades, etc. ¿estamos dando, podemos dar, la respuesta que Jesús dio a los enviados por el Bautista? ¿Podemos decirle a la gente? Mirad: los ciegos, los que andan a tientas por la vida, ven, nosotros les abrimos los ojos, somos lámpara para sus pasos; a los inválidos, es decir a todos los aparcados en la cuneta de la vida, nosotros les ayudamos a dar el primer paso; los que ya no pueden más se apoyan en nosotros, que somos muletas para todos los caídos. Los leprosos, esto es: los apestados por la mala fama, quedan limpios por nuestra cercanía y nuestra amistad, no sienten la “lepra” porque les hemos limpiado con nuestro cariño. Mirad los que no tienen ya ganas de vivir, los que dicen ¡ojala me muriera! los muertos, resucitan a la ilusión y a la esperanza y sabed que, en nuestro grupo, en la Parroquia, en la congregación, en la asociación, en nuestra hermandad.... a los pobres se les anuncia la Buena Noticia de la Salvación y son entre nosotros los primeros y somos en el mundo defensores de su causa.
Los cristianos no podemos tener otra respuesta que la que dio Jesús: Dar con nuestros HECHOS razón de la presencia “del que tenía que venir”, que ya ha venido. Si no podemos dar la respuesta de Jesús. Es que todavía nos queda mucho que aprender, por muchas lecciones, discursos y celebraciones que ofrezcamos.
Secundino Martinez Rubio


viernes, 2 de diciembre de 2016

REINA DE LA FAMILIA, RUEGA POR NOSOTROS


Llegan las fiestas en honor de Ntra. Sra. de Altagracia. Este año la iglesia diocesana, se propone como primer objetivo pastoral “la Evangelización de la Familia” y, en ese contexto, contemplaremos a la Santísima Virgen de Altagracia con la invocación REINA DE LA FAMILIA, RUEGA POR NOSOTROS”.

Fue San Juan Pablo II quien mando incluirla entre las Letanías del Santo Rosario. Con esta invocación le encomendaremos a la madre de Altagracia: las familias rotas por las infidelidades, las separaciones y los divorcios. Las angustiadas por el paro y los problemas económicos. Las familias infectadas por la plaga de la droga. Las rodeadas de bienes materiales, pero sin rumbo y sentido. Las familias  en las que ha sonado la hora del dolor y de la enfermedad. Las Familias que andan, como ella anduvo, en la calle de la Amargura…

La misma invocación de "REINA DE LA FAMILIA" nos servirá para pedir su maternal protección sobre las familias unidas en medio de las dificultades por las que atraviesan. Las que son verdaderas "Iglesias domésticas”, unidas por la plegaria común. Las  familias solidarias con los pobres y necesitados. Las que, con admirable generosidad, ofrecen sus hijos para que se consagren al Señor en el ministerio sacerdotal o en la vida consagrada. Las que intentan ser amores unidos para abrirse, no egoísmos que coinciden para cerrarse. Las que han hecho de su casa un hogar, no una fría “pensión”…

La Virgen supo unir la grandeza de ser Madre y la hermosura de ser Virgen. Cultivó el amor de novia, esposa, madre y viuda. Invocarla como "REINA DE LA FAMILIA" es señalar dónde encontrar la fuerza necesaria para construir la propia familia, basada en la dignidad del ser humano, que participa de la capacidad de amar propia de Dios.
 
Que Santa María de Altagracia, Reina de la Familia, bendiga nuestra Familia Cristiana, que la luz de su ejemplo brille en cada casa y cada familia goce de su maternal protección.
Secundino Martinez Rubio.

Cura-Párroco

jueves, 1 de diciembre de 2016

DOMINGO 2º DE ADVIENTO


EVANGELIO  Mt 3,1-12.
  
«Por aquellos días se presenta Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea y diciendo: ‘Convertíos   porque   está llegando   el Reino de los cielos’. Porque éste es de quien habló el profeta Isaías cuando dice: ‘Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, haced derechas sus sendas’. Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a su cintura, y su comida eran langostas y miel silvestre. Entonces acudía a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.   Pero viendo que muchos de los fariseos y saduceos venían a su bautismo, les dijo: ‘Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Haced, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: ‘tenemos por padre a Abraham’, porque os digo que puede Dios de estas piedras suscitar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; así pues, todo árbol que no haga buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo os bautizo con agua en señal de conversión; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era y recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga’».

REFLEXIÓN

El Evangelio nos presenta a Juan el Bautista predicando en el desierto. Juan el Precursor -es decir, el que va delante para anunciar la venida del Señor-es la gran figura que domina este domingo. El es quien invita «preparar el camino del Señor», es un verdadero profeta: el que habla en nombre de Dios. Juan no utiliza un leguaje de estilo dulzarrón, lisonjero, no es un lenguaje halagador sino, más bien, austero, radical,  claro y duro.

Vive en el desierto; su forma de comer y de vestir hace de él un hombre de frontera. Uno que vive el mensaje duro que anuncia. “El más grande de los nacidos de mujer”, dijo Jesús de él. Ese es el precursor, el que delante.

El contenido central del mensaje del Bautista es la necesidad de la conversión, para acoger el Reino de Dios que está próximo a llegar: Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”.

Para Juan, convertirse no es sólo arrepentirse, ni solo evitar el mal. Es transformar la vida total y verificar que dicha transformación produzca abundantes frutos de justicia. A unos fariseos y saduceos que acuden a bautizarse, les dice: “Dad el fruto que pide  la conversión”.

Actualización

La voz del Bautista nos llama hoy a nosotros a la conversión. "Convertíos", es decir: transformad vuestra mentalidad, cambiad la orientación de vuestra vida, reconsiderad vuestras escalas de valores, variad vuestras actitudes ante la vida.

·      Lo primero que necesitamos, para convertirnos, es descubrir, con la luz del Espíritu, que el Reino llega, que el regalo del amor de Dios ya está en el mundo. Que ese amor es único fundamento válido de nuestro vivir y nuestro morir.

·    Después, necesitamos convertirnos, reconocer que estamos lejos de ese amor, reconocernos pecadores y cambiar la orientación fundamental de nuestra vida. Volver a la casa del Amor del Padre.

·   Pero ese cambio radical, en la raíz de nuestra vida, solamente es autentico si se verifica en frutos de conversión. De lo contrario nos sucederá como a los fariseos y saduceos, que van a que Juan los bautice, pero no se convierten. Ellos, con decir que eran Hijos de Abrahán de toda la vida, pensaban que no necesitaban más. El Bautista habla de “Dar el fruto que pide la conversión”. No basta estar bautizados, ni ser “católicos de toda la vida”, hace falta un cambio radical de mentalidad y de vida y hace falta dar los frutos que pide ese cambio.

Examinemos hoy a la luz de la Palabra de Dios nuestras vidas. Que esta llamada a la conversión que hemos escuchado toque verdaderamente nuestro corazón:

- Que DESCUBRAMOS el Reino, el Amor de Dios gratuitamente ofrecido que llega en Jesús
- Que CONVIRTAMOS nuestra vida, poniendo ese amor como raíz y fundamento de nuestro vivir y nuestro morir, abandonando el pecado, la lejanía de ese Amor.  
-   Que DEMOS FRUTOS CONCRETOS DE CONVERSIÓN, hechos y actitudes.

 Secundino Martínez Rubio


lunes, 28 de noviembre de 2016

jueves, 24 de noviembre de 2016

DOMINGO I DE ADVIENTO (A)


EVANGELIO Mt 6,1-6.16-18
E
n aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del hombre. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.

 REFLEXIÓN
  
Comenzamos el tiempo de ADVIENTO en el que los cristianos preparamos la venida del Señor; Pero ¿Qué venida? Porque nosotros creemos que Dios VINO a nuestra historia en Belén, que VENDRÁ al final de los tiempos, y que VIENE a nosotros en cada momento de nuestra vida. El adviento es tiempo de caminar en esperanza. 

S. Mateo –cuyo Evangelio leeremos en este nuevo año litúrgico- nos presenta las palabras de Jesús, con las que invita a todos a estar vigilantes, preparados, porque su venida sucede en el momento más inesperado: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. "

Con frecuencia hemos entendido que Jesús nos invitaba, con estas palabras, a estar preparados para bien morir. Pero, son muchas las venidas del Señor como para que reduzcamos su llamada a la vigilancia para el final de nuestra vida, cuando lleguemos ante Él, porque lo cierto es que siempre estamos en su presencia.

El Evangelio no  invita solamente a estar preparados para la hora de la muerte, sino a estar preparados para cada momento de la vida. No nos manda sólo estar vigilantes para recibir al Señor a la hora de nuestra muerte, sino para recibirle en cada momento de la vida, para acoger cada llamada suya, cada petición, cada súplica, cada ruego que nos hace a través de muchas mediaciones de su presencia.

Nuestra primera actitud, por tanto, ha de ser de vigilancia permanente, sin olvidar lo que somos y esperamos.

Pero, solamente están vigilantes los que esperan algo. ¿Esperamos nosotros algo? Porque, a veces, estamos con la  vida rota, los proyectos fracasados y la ilusión hecha añicos, el corazón abatido por la tristeza, deshecho por el sufrimiento; tal vez acumulamos desilusiones,  decepciones, desengaños. Nubarrón tras nubarrón hemos perdido el  sol de la esperanza

Y nuestro mundo ¿Espera nuestro mundo algo? Porque, con frecuencia, se oye hablar de desilusión, de desencanto, de resignación, de que no merece la pena, de que esto no tiene remedio, de que no se resuelven  los problemas, y nadie te va a sacar las “castañas del fuego”, y…así las cosas: ¿merece la pena estar vigilantes? ¿Hay algo que esperar?

Nosotros Creemos que sí, que el Señor es nuestra Esperanza. El es el bálsamo de nuestras heridas, el único capaz de sanar profundamente nuestros desencantos. Para Él  no hay dolores estériles si sabemos seguir confiando a pesar de todo, y esperando contra toda esperanza humana.

Él es la respuesta de Dios a los deseos y las preguntas hondas de nuestra vida. Sólo en Él, como en ninguna otra parte, encontramos  sentido a nuestra vida y esperanza ante nuestra muerte.

Sí, hay algo que esperar, mejor dicho, hay Alguien a quien esperar. Esperamos nada menos que al mismo Dios, que se hizo uno de nuestra raza y vino a compartir nuestra historia y viene cada día para abrirnos a una vida más plena y con sentido, a una vida salvada, y que vendrá a darnos la vida plena en la resurrección.

Jesús nos advierte:Estad en vela porque no sabéis cuándo vendrá vuestro Señor”. Vigilantes no por miedo sino en gozosa y orante espera del Señor, preparando su venida
“Estad preparados porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”. No es una amenaza, sino una precavida advertencia;  vigilantes no solo para la muerte, sino para la vida, esa vida que el Señor vino, a compartir con nosotros, Viene  para darle sentido y salvación y vendrá para darle plenitud.

Esperamos vigilantes y, con la expresión aramea de los primeros cristianos, pedimos “mâranâ'thâ”: ¡Ven, Señor!

Secundino Martínez Rubio



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