jueves, 24 de noviembre de 2016

DOMINGO I DE ADVIENTO (A)


EVANGELIO Mt 6,1-6.16-18
E
n aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del hombre. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.

 REFLEXIÓN
  
Comenzamos el tiempo de ADVIENTO en el que los cristianos preparamos la venida del Señor; Pero ¿Qué venida? Porque nosotros creemos que Dios VINO a nuestra historia en Belén, que VENDRÁ al final de los tiempos, y que VIENE a nosotros en cada momento de nuestra vida. El adviento es tiempo de caminar en esperanza. 

S. Mateo –cuyo Evangelio leeremos en este nuevo año litúrgico- nos presenta las palabras de Jesús, con las que invita a todos a estar vigilantes, preparados, porque su venida sucede en el momento más inesperado: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. "

Con frecuencia hemos entendido que Jesús nos invitaba, con estas palabras, a estar preparados para bien morir. Pero, son muchas las venidas del Señor como para que reduzcamos su llamada a la vigilancia para el final de nuestra vida, cuando lleguemos ante Él, porque lo cierto es que siempre estamos en su presencia.

El Evangelio no  invita solamente a estar preparados para la hora de la muerte, sino a estar preparados para cada momento de la vida. No nos manda sólo estar vigilantes para recibir al Señor a la hora de nuestra muerte, sino para recibirle en cada momento de la vida, para acoger cada llamada suya, cada petición, cada súplica, cada ruego que nos hace a través de muchas mediaciones de su presencia.

Nuestra primera actitud, por tanto, ha de ser de vigilancia permanente, sin olvidar lo que somos y esperamos.

Pero, solamente están vigilantes los que esperan algo. ¿Esperamos nosotros algo? Porque, a veces, estamos con la  vida rota, los proyectos fracasados y la ilusión hecha añicos, el corazón abatido por la tristeza, deshecho por el sufrimiento; tal vez acumulamos desilusiones,  decepciones, desengaños. Nubarrón tras nubarrón hemos perdido el  sol de la esperanza

Y nuestro mundo ¿Espera nuestro mundo algo? Porque, con frecuencia, se oye hablar de desilusión, de desencanto, de resignación, de que no merece la pena, de que esto no tiene remedio, de que no se resuelven  los problemas, y nadie te va a sacar las “castañas del fuego”, y…así las cosas: ¿merece la pena estar vigilantes? ¿Hay algo que esperar?

Nosotros Creemos que sí, que el Señor es nuestra Esperanza. El es el bálsamo de nuestras heridas, el único capaz de sanar profundamente nuestros desencantos. Para Él  no hay dolores estériles si sabemos seguir confiando a pesar de todo, y esperando contra toda esperanza humana.

Él es la respuesta de Dios a los deseos y las preguntas hondas de nuestra vida. Sólo en Él, como en ninguna otra parte, encontramos  sentido a nuestra vida y esperanza ante nuestra muerte.

Sí, hay algo que esperar, mejor dicho, hay Alguien a quien esperar. Esperamos nada menos que al mismo Dios, que se hizo uno de nuestra raza y vino a compartir nuestra historia y viene cada día para abrirnos a una vida más plena y con sentido, a una vida salvada, y que vendrá a darnos la vida plena en la resurrección.

Jesús nos advierte:Estad en vela porque no sabéis cuándo vendrá vuestro Señor”. Vigilantes no por miedo sino en gozosa y orante espera del Señor, preparando su venida
“Estad preparados porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”. No es una amenaza, sino una precavida advertencia;  vigilantes no solo para la muerte, sino para la vida, esa vida que el Señor vino, a compartir con nosotros, Viene  para darle sentido y salvación y vendrá para darle plenitud.

Esperamos vigilantes y, con la expresión aramea de los primeros cristianos, pedimos “mâranâ'thâ”: ¡Ven, Señor!

Secundino Martínez Rubio



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