jueves, 10 de noviembre de 2016

DOMINGO XXXIII 
T.O. (C)

Evangelio: Lc 21,5-19




En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido. Ellos le preguntaron: Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? El contestó: Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: «Yo soy», O bien: «El momento está cerca»; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida. Luego les dijo: Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre; así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

Reflexión

El evangelio de este domingo XXXIII del tiempo ordinario, dirige nuestra mirada hacia el final de la historia humana.
Los que hablan con Jesús están admirados de la grandiosidad del Templo de Jerusalén. Ciertamente el edificio del Templo impresionaba. Jesús anuncia que aquella maravilla no es el Absoluto. El Absoluto es solo Dios. El templo tendrá su final. Y, en efecto, a raíz de la guerra judía, en el año 70, Tito, hijo del emperador Vespasiano, ordenó que fuese destruido y quedase como un solar.
Ante este anuncio de Jesús, le preguntan cuándo llegará ese final y cuál será la señal de que ha llegado.
La respuesta de Jesús cambia el planteamiento: Lo importante no es el cómo y cuándo vendrá el final,  sino el estar preparados en el presente.
En su respuesta Jesús utiliza el lenguaje de la literatura apocalíptica. Es una literatura que resurge en los momentos difíciles. Y que recurre a la acumulación de sucesos angustiosos y terribles, no para asustar, sino para mantener la esperanza en la plenitud final y animar así la penosa situación del  presente.

Con lenguaje  de esa literatura apocalíptica Jesús anuncia que vendrán momentos dolorosos y previene contra aquellos que pretenden conocer el futuro: “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: «Yo soy», O bien: «El momento está cerca»; no vayáis tras ellos”
Pero Jesús subraya y prepara a los oyentes para los tiempos de «antes de todo eso», es decir, para los tiempos en que sus seguidores debemos dar testimonio. De lo que hay que preocuparse es de lo que va a suceder antes de ese momento final.  Jesús subraya el testimonio que sus seguidores deben dar y que consiste, en definitiva, en seguir el mismo camino de Jesús: «os echarán mano, os perseguirán... os harán comparecer ante reyes... os traicionarán», «matarán a algunos de vosotros»… Jesús no nos engañó presentándonos un camino de
facilidades, sino que expresamente nos dice que el camino de sus seguidores estará lleno de dificultades. Pero la victoria final está asegurada, el optimismo y la confianza empapan las palabras de Jesús: «yo os daré palabras y sabiduría...», «ni un cabello de vuestra cabeza perecerá», «salvaréis vuestras almas».

EN RESUMEN: El Evangelio de hoy no es ninguna descripción del fin del mundo. Lo que importa no es conocer cómo y cuando será el final, sino tener claro que «antes de todo eso», antes del final, los discípulos tendrán que vivir su compromiso entre dificultades. Pero contamos con la presencia y ayuda del Señor: "ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas". Por tanto nuestra actitud ha de ser de compromiso y testimonio perseverante y confiado no de preocupación angustiada  por el cómo y el  cuándo del final

Secundino Martínez Rubio














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