sábado, 24 de febrero de 2018

miércoles, 21 de febrero de 2018


DOMINGO 

II CUARESMA (B)

EVANGELIO  (Mc 9,1-9.)

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: -Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: -Este es mi Hijo amado; escuchadle.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.

REFLEXIÓN
  
Jesús y los discípulos están pasando momentos difíciles. Jesús prevé que su vida corre peligro y anuncia su muerte. Los discípulos, desconcertados, se resisten a aceptarlo. No entiende que Jesús, Mesías, tenga que sufrir y morir. Son  momentos de miedo, de duda, de tensión. Y, en estos momentos, acontece la Transfiguración.

Jesús se llevó a Pedro, Santiago y Juan, y en un contexto de oración se transfiguró. Es decir, se mostró su gloria plena de Hijo de Dios. En la Transfiguración Dios Padre confirma que Jesús es su Hijo amado y que su misión pasa por la entrega de su propia persona. La transfiguración manifiesta la gloria de Jesús, que fortalece la fe de sus discípulos, pero manifiesta que esa gloria pasa por su entrega. Gloria y  entrega no se pueden separar.

El Apóstol Pedro se fija solamente en la gloria, que contempla en la Transfiguración. Pedro pretende hacer “tres tiendas  y establecerse en la gloría, sin recorrer el camino de entrega. El, los apóstoles, y nosotros con ellos, hemos de comprender mejor. Por eso, la voz del cielo recomienda escuchar a Jesús. Escucharle en el monte Tabor, donde manifiesta su destino de gloria, y escucharle en el monte de los Olivos, donde asume su camino de entrega que culmina en el monte Calvario. Los mismos Apóstoles (Pedro, Santiago y Juan) que hoy quieren quedarse en el Tabor, monte de la gloria, son los que dejan solo al Señor en el monte de los Olivos y después en el Calvario, montes de la entrega.

Nosotros también, en nuestra vida de fe, pasamos por momentos de desaliento, de dudas, de cansancio. Nos cuesta aceptar la misión de Jesús porque vemos que, además de ser difícil, nos complica mucho la vida, nos pide la vida misma, la entrega no de cosas, sino de nuestra persona.

Necesitamos la experiencia del Tabor, ponernos en  contexto de oración, donde se produce esa "transfiguración". Hay que iniciar el camino de la conversión:"Sal de tu tierra”, de tus afanes, de la agitación. Haz silencio y camina hacia tu interior, recógete y ábrete a la Presencia que habita “de tu alma en el más profundo centro”. Escucha al Hijo amado, no por curiosidad, sino para seguirle. El te mostrará su gloria, refirmará tu camino, fundamentará tu vida y tu muerte. Pero hay que estar alerta, el peligro es quedarnos extasiados y querer disfrutar el destino glorioso ahorrándonos el camino de entrega. Recuperados por el recogimiento, hemos de volver a la realidad, al mundo, al camino de cruz, a la vida, pero, ahora contemplada de modo nuevo, llena de sentido, salvada, transfigurada.
¡Buen camino cuaresmal!
                                                                                     S.Martínez Rubio

viernes, 16 de febrero de 2018


DOMINGO 

I DE CUARESMA (B)


Evangelio Mc 1,12-15

E
n aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia

Reflexión

El miércoles pasado, con el rito de la ceniza, inaugurábamos la Cuaresma y hoy es el primero de los cinco domingos de Cuaresma que preceden a la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

Dice el Evangelio que, cuando Jesús se dispone a comenzar su vida pública “El Espíritu lo empujó al desierto. Se quedo en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás”.

El desierto puede ser un lugar de gracia y purificación, de encuentro con Dios y con uno mismo. Lugar de silencio y soledad, de alejamiento de las ocupaciones  diarias, del ruido y la superficialidad. El desierto nos sitúa ante las cuestiones fundamentales de la vida. Libres de  preocupaciones, nos podemos encontrarnos con el Creador.
Pero el desierto puede ser también lugar de muerte,  peligroso y amenazante. Lugar de soledad, y la  soledad forma parte de la muerte: Las personas vivimos de amor, vivimos de relación,  y precisamente en este sentido somos imagen del Dios Trinitario. El desierto, por tanto, es también el lugar de tentación. A esa soledad y a esa tentación descendió Jesús en la infinitud del su amor divino.

La Cuaresma debe ser un momento de desierto, un alto en el camino para tomar conciencia del rumbo que lleva nuestra vida y encontrarnos con Dios.  Pidamos al Espíritu que nos lleve al desierto, que nos permita descubrir aquel silencio profundo donde podamos oír la voz de Dios y no nos deje caer en la tentación.

[Jesús] Se quedo en el desierto cuarenta días
Cuarenta es un número simbólico que en la tradición bíblica significa tiempo de prueba, de tentación, de toma conciencia y preparación. Así aparece en los cuarenta días del diluvio, en los cuarenta años de caminata de Israel por el desierto,  en los cuarenta días y noches de Moisés en el Sinaí,  en los cuarenta días que Elías caminó por el desierto

(1Re 19,8), los cuarenta años que duró la dominación de los Filisteos sobre Israel (Jue 13,1)  Cuarenta serán los días de nuestra Cuaresma tiempo de prueba,  de toma conciencia y preparación a la Pascua.

Dejándose tentar por Satanás: el relato de las tentaciones nos acerca a una realidad profunda que Jesús experimentó muchas veces en su vida (Cfr. Mt 12,38; 16,1; Mt 16,21-22). El desierto de Jesús no acaba con  estos cuarenta días. Su último desierto, su desierto extremo, será: « ¡Dios  mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» Pero de este desierto brotan las aguas de la  vida del mundo. A lo largo de toda su vida Jesús vence la tentación y opta por mantenerse obediente al proyecto del Padre, mostrando así su condición de Hijo de Dios, de Mesías servidor. La conducta de Jesús, superando las tentaciones, es para nosotros todo un ejemplo al inicio de esta cuaresma.Tenemos que pedir muchas veces: No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

En la segunda parte del texto de hoy comienza Jesús su vida pública predicando el Reino de Dios. Así resume el evangelista el anuncio: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia.

Vivamos esta Cuaresma como una experiencia de desierto, es decir, de silencio interior, de búsqueda de la voluntad de Dios. Y oremos  para que el Señor no nos deje caer en las tentaciones del camino cuaresmal, que pasará por la Cruz, pero que terminará en la Pascua.

 S. Martínez Rubio

viernes, 9 de febrero de 2018


DOMINGO VI T.O. 
(B)

EVANGELIO Mc 1,40-45
En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso suplicándole de rodillas: -Si quieres, puedes limpiarme.

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero: queda limpio. La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. El lo despidió, encargándole severamente: No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés. Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

REFLEXIÓN
Jesús cura a un leproso. Parece normal, pero, en el ambiente de Jesús y de las primeras comunidades, tuvo que suponer un gran escándalo, pues el leproso era excluido socialmente y religiosamente era considerado por la ley como impuro y transmisor de impureza; este hecho lo excluía del acceso a Dios y, en consecuencia, del pueblo elegido (cf. Lv 13,45ss).

 La sociedad temía verse físicamente contagiada y religiosamente contaminada por el leproso, que tenia que vivir fuera de la sociedad y estaba obligado a avisar a gritos de su estado de impureza, para que nadie se acercase a él. Era un maldito, un castigado por Dios. Un muerto en vida. La gravedad de la lepra la muestra el libro de Job llamándola “el primogénito de la muerte” (Jb 18,13).

El relato de hoy tiene seis partes:

1.- La petición del leproso (v. 40), se acercó a Jesús suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme”.1.No se atiene a la ley que le prohíbe acercarse a otras personas; 2) se arrodilla ante Jesús, en señal de respeto y humildad; 3) confía plenamente en su poder. Buen modelo para nuestro acercamiento al Señor. 

2.- La acción de Jesús, Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero: queda limpio Se conmueve el Señor. Pone su misericordia por encima de la ley y deja que el leproso se acerque. Jesús mismo alarga la mano da el primer paso. Con el gesto de “tocar”, de entrar en contacto físico con el leproso, que estaba prohibido por la Ley, con su gesto Jesús niega que Dios excluya de su amor al leproso. La Ley, que impone la marginación, no expresa el ser ni la voluntad de Dios. ¿Qué  nos dice esto a nuestra vida creyente? 

3.- Consecuencia de la acción de Jesús: “Y, al instante, se fue de él la lepra y quedó limpio

4.- Las indicaciones de Jesús: “le despidió al instante, prohibiéndole severamente: “Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio”. El propósito de Jesús es mantener oculto su mesianismo hasta no llegar a conocerse y asumir todo su recorrido (Secreto mesiánico).Pero manda que  cumpla lo mandado por Moisés y se presente al sacerdote

5.- La contradicción entre el silencio impuesto por Jesús y el testimonio del leproso: “así que se fue, se puso a proclamar todo y a divulgar la noticia” La experiencia del amor de Dios,  le causan una alegría incontenible que no puede callar. ¿Es así de expansiva nuestra experiencia creyente?

6.- Consecuencias: [Jesús] “ya no podía presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares desiertos” El que cura la lepra, el que saca de la marginación, se convierte en un “marginado” para la religión y la sociedad. Jesús tiene que quedarse fuera, en lugares despoblados, como antes le pasaba al leproso ¡Qué paradoja! ¿Nos dice esto algo?

El leproso es cada uno de nosotros

Todos tenemos alguna “lepra”: ¿Cuál es la mía?¿Admitimos nuestra necesidad? ¿Creemos que Jesús nos puede limpiar?
Sólo cuando hayamos asumido nuestras lepras, y hayamos sentido la misericordia compasiva del Señor, podremos sentirnos solidarios con los leprosos de nuestro alrededor, y podremos, con la ayuda del Señor,  compadecer, tender la mano, tocar y ser mediadores del único Salvador que a nosotros nos ha salvado.

Secundino Martinez Rubio

viernes, 2 de febrero de 2018


DOMINGO V DEL T.O. (B)

EVANGELIO (Mc 1,29-39.)

E
n aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca. El les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido. Así recorrió.


REFLEXIÓN

El texto del Evangelio de hoy  tiene tres partes: en primer lugar, las curaciones que realiza Jesús. Destaca la de la suegra de Pedro; en segundo lugar, el tiempo que Jesús dedica a la oración; y, finalmente, la predicación

 1. Las curaciones milagrosas: Jesús venía  el sábado de la sinagoga y ahora va a casa de Pedro  y Andrés. Al llegar se entera que la suegra de Simón Pedro estaba enferma y tenía fiebre. Y Jesús cura a esta mujer: “se acercó, y tomándola de la mano, la levantó; en ese momento se le quitó la fiebre”.

Acercarse, dar la mano, levantar a la gente es un buen modo de proceder y buen modelo a seguir. Es interesante la reacción de esta mujer al ver que recuperaba las fuerzas: “Se puso a servirles”, el agradecimiento de ella se expresó en servicio. 
Además de esta curación, Marcos nos dice que, al atardecer en la calle, a la puerta “curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios”. (El sábado terminaba a la puesta del sol y la gente esperaba a esa hora el sol para guardar el sábado)
 En la sinagoga, en la casa y ahora en la calle: Jesús no limita su salvación a los espacios sagrados (sinagoga), sino que se extiende a los ámbitos naturales (la casa y la calle) donde está la gente. También nuestro seguimiento de Jesús tiene que abarcar todos los espacios en los que nos movemos.

2. El tiempo de oración: Después de devolver la salud a los enfermos y de un merecido descanso, dice el evangelio que, de madrugada, Jesús se fue a orar. En medio de su intensa actividad apostólica Jesús dedicaba largas horas a la oración, dialogando con su Padre, cuya voluntad era la inspiración de su predicación. Esa vida interior es el alimento esencial para el trabajo apostólico.  Nuestra misión de anunciar el Amor de Dios debe ser expresión de una vivencia honda de oración; en caso contrario, estaremos pronunciando palabras vacías; recordemos que “de la abundancia del corazón hablan la boca”. 

3. Después de orar, Jesús regresó al grupo de sus compañeros, quienes le dijeron: Todo el mundo te busca. El les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido”. Jesús no vino para traer las comodidades de la vida, sino para traer la condición fundamental de nuestra dignidad, para traernos el anuncio de Dios, la presencia de Dios, y para vencer así a las fuerzas del mal. Con gran claridad nos indica esta prioridad: no he venido para curar —aunque lo hace, pero como signo—; he venido para reconciliaros con Dios. Dios es nuestro creador, nos ha dado la vida, nuestra dignidad: a él, sobretodo, debemos dirigirnos.

“Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios” .Nuestro testimonio cristiano ha de estar nutrido también de todas esas cosas: de la atención a los necesitados, de la oración diaria y de la predicación abierta y decidida de Jesús y de su mensaje de amor.

S. Martinez Rubio