miércoles, 21 de febrero de 2018


DOMINGO 

II CUARESMA (B)

EVANGELIO  (Mc 9,1-9.)

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: -Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: -Este es mi Hijo amado; escuchadle.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.

REFLEXIÓN
  
Jesús y los discípulos están pasando momentos difíciles. Jesús prevé que su vida corre peligro y anuncia su muerte. Los discípulos, desconcertados, se resisten a aceptarlo. No entiende que Jesús, Mesías, tenga que sufrir y morir. Son  momentos de miedo, de duda, de tensión. Y, en estos momentos, acontece la Transfiguración.

Jesús se llevó a Pedro, Santiago y Juan, y en un contexto de oración se transfiguró. Es decir, se mostró su gloria plena de Hijo de Dios. En la Transfiguración Dios Padre confirma que Jesús es su Hijo amado y que su misión pasa por la entrega de su propia persona. La transfiguración manifiesta la gloria de Jesús, que fortalece la fe de sus discípulos, pero manifiesta que esa gloria pasa por su entrega. Gloria y  entrega no se pueden separar.

El Apóstol Pedro se fija solamente en la gloria, que contempla en la Transfiguración. Pedro pretende hacer “tres tiendas  y establecerse en la gloría, sin recorrer el camino de entrega. El, los apóstoles, y nosotros con ellos, hemos de comprender mejor. Por eso, la voz del cielo recomienda escuchar a Jesús. Escucharle en el monte Tabor, donde manifiesta su destino de gloria, y escucharle en el monte de los Olivos, donde asume su camino de entrega que culmina en el monte Calvario. Los mismos Apóstoles (Pedro, Santiago y Juan) que hoy quieren quedarse en el Tabor, monte de la gloria, son los que dejan solo al Señor en el monte de los Olivos y después en el Calvario, montes de la entrega.

Nosotros también, en nuestra vida de fe, pasamos por momentos de desaliento, de dudas, de cansancio. Nos cuesta aceptar la misión de Jesús porque vemos que, además de ser difícil, nos complica mucho la vida, nos pide la vida misma, la entrega no de cosas, sino de nuestra persona.

Necesitamos la experiencia del Tabor, ponernos en  contexto de oración, donde se produce esa "transfiguración". Hay que iniciar el camino de la conversión:"Sal de tu tierra”, de tus afanes, de la agitación. Haz silencio y camina hacia tu interior, recógete y ábrete a la Presencia que habita “de tu alma en el más profundo centro”. Escucha al Hijo amado, no por curiosidad, sino para seguirle. El te mostrará su gloria, refirmará tu camino, fundamentará tu vida y tu muerte. Pero hay que estar alerta, el peligro es quedarnos extasiados y querer disfrutar el destino glorioso ahorrándonos el camino de entrega. Recuperados por el recogimiento, hemos de volver a la realidad, al mundo, al camino de cruz, a la vida, pero, ahora contemplada de modo nuevo, llena de sentido, salvada, transfigurada.
¡Buen camino cuaresmal!
                                                                                     S.Martínez Rubio

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