FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
Evangelio Mt 5,1-12
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío,
subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a
hablar enseñándolos:
Dichosos los pobres en el
espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos,
porque ellos heredarán la Tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán
consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos
quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia. Dicho-sos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán «los Hijos de
Dios». Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el
Reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os
calumnien de cualquier modo por mi causa.
Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el
cielo
Reflexión
La celebración de hoy incluye a todos los que viven con Dios. Unos
son santos canonizados oficialmente y cuyas fiestas celebramos a los largo del
año litúrgico. Otros, santos no
canonizados, pero no por eso son menos santos, que gozan de la compañía de
Dios, aunque no se les haya reconocido oficialmente esa condición.
Hoy
damos gracias a Dios por los santos. Personas de nuestra raza. Hijos de esta tierra. Son nuestra
familia del cielo, con la que nos sentimos en comunión, por ello,
afirmamos en el Credo: “Creo en la
comunión de los santos”. Entre los que peregrinamos en la tierra, y los que
ya han llegado a la gloria, hay comunicación: es la comunión de los santos. "No veneramos la memoria de los Santos
–dice el Vaticano II – sólo a título de ejemplo, sino especialmente para que se
consolide la unión de toda la
Iglesia en el Espíritu por el ejercicio de la caridad (Cf.
Ef. 4,1-6). Porque, así como la comunión cristiana entre los que se encuentran
en camino nos acerca más a Cristo, la comunión con los Santos nos une a Él, del
cual, como de la fuente y de la cabeza, promana toda la gracia y toda la vida
del mismo pueblo de Dios". (VAT. II LG n.50)
El Concilio Vaticano II ha puesto de
relieve la llamada universal a la
santidad: «Todos los fieles están llamados y obligados a buscar la
santidad y la perfección, cada uno en su propio estado y condición de vida»,
(L.G. 42). Con estas palabras
tan claras recordaba el Concilio algo que a veces se olvida: todos estamos
llamados a ser santos. Ser santos no es ser gente extraordinaria. Todos esos
santos que hoy celebramos nos demuestran que seguir a Cristo es posible, y que
eso es la santidad. Creyeron en el Evangelio y lo cumplieron. Algunos han
dejado huella profunda. Otros han pasado desapercibidos. A todos les honramos
hoy.
Los santos son
aquellos que han comprendido, y vivido, que la felicidad se encontraba en el
camino de Jesús, que es el camino de las bienaventuranzas, que cada uno en sus circunstancias
ha seguido: la pobreza, la disponibilidad, la pureza de corazón, la
misericordia, los sentimientos de paz, el hambre de verdad y justicia, la
entereza ante las persecuciones.
Ciertamente no es fácil acertar a ser
feliz. No se logra la felicidad de cualquier manera. No basta conseguir lo que
uno andaba buscando. No es suficiente satisfacer los deseos. Cuando uno ha
conseguido lo que quería, descubre que está de nuevo buscando ser feliz.
También es claro que la felicidad no se puede comprar. Con dinero sólo podemos
comprar apariencia de felicidad. Las
Bienaventuranzas son el camino de la santidad y por ello el camino de la
felicidad... Nos alegramos con estos hermanos y hermanas nuestros santos: "los mejores hijos de la Iglesia "..."en
ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad" (prefacio
de la misa).
Secundino Martínez Rubio