miércoles, 29 de octubre de 2014

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
Evangelio Mt 5,1-12
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar enseñándolos:

 Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la Tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dicho-sos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán «los Hijos de Dios». Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa.  Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo

Reflexión
La celebración de hoy incluye a todos los que viven con Dios. Unos son santos canonizados oficialmente y cuyas fiestas celebramos a los largo del año litúrgico. Otros, santos no canonizados, pero no por eso son menos santos, que gozan de la compañía de Dios, aunque no se les haya reconocido oficialmente esa condición.

Hoy damos gracias a Dios por los santos. Personas de nuestra raza. Hijos de esta tierra. Son nuestra familia del cielo, con la que nos sentimos en comunión, por ello,  afirmamos en el Credo: “Creo en la comunión de los santos”. Entre los que peregrinamos en la tierra, y los que ya han llegado a la gloria, hay comunicación: es la comunión de los santos. "No veneramos la memoria de los Santos –dice el Vaticano II – sólo a título de ejemplo, sino especialmente para que se consolide la unión de toda la Iglesia en el Espíritu por el ejercicio de la caridad (Cf. Ef. 4,1-6). Porque, así como la comunión cristiana entre los que se encuentran en camino nos acerca más a Cristo, la comunión con los Santos nos une a Él, del cual, como de la fuente y de la cabeza, promana toda la gracia y toda la vida del mismo pueblo de Dios". (VAT. II LG n.50)
El Concilio Vaticano II ha puesto de relieve la llamada universal a la santidad: «Todos los fieles están llamados y obligados a buscar la santidad y la perfección, cada uno en su propio estado y condición de vida», (L.G. 42). Con estas palabras tan claras recordaba el Concilio algo que a veces se olvida: todos estamos llamados a ser santos. Ser santos no es ser gente extraordinaria. Todos esos santos que hoy celebramos nos demuestran que seguir a Cristo es posible, y que eso es la santidad. Creyeron en el Evangelio y lo cumplieron. Algunos han dejado huella profunda. Otros han pasado desapercibidos. A todos les honramos hoy.

Los santos son aquellos que han comprendido, y vivido, que la felicidad se encontraba en el camino de Jesús, que es el camino de las bienaventuranzas, que cada uno en sus circunstancias ha seguido: la pobreza, la disponibilidad, la pureza de  corazón, la misericordia, los sentimientos de paz, el hambre de verdad y justicia, la entereza  ante las persecuciones.


Ciertamente no es fácil acertar a ser feliz. No se logra la felicidad de cualquier manera. No basta conseguir lo que uno andaba buscando. No es suficiente satisfacer los deseos. Cuando uno ha conseguido lo que quería, descubre que está de nuevo buscando ser feliz. También es claro que la felicidad no se puede comprar. Con dinero sólo podemos comprar apariencia de felicidad. Las Bienaventuranzas son el camino de la santidad y por ello el camino de la felicidad... Nos alegramos con estos hermanos y hermanas nuestros santos: "los mejores hijos de la Iglesia"..."en ellos encontramos  ejemplo y ayuda para nuestra debilidad" (prefacio de la misa).

Secundino Martínez Rubio

viernes, 24 de octubre de 2014

DOMINGO XXX T.O. (A)

Evangelio  Mt 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: -Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?


El le dijo: -«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: -«Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.

Reflexión

“Para ponerlo a prueba”
El evangelio de hoy presenta otro episodio de las controversias de Jesús con sus adversarios; esta vez con los fariseos, y en torno al mandamiento principal de la ley. Un fariseo le pregunta "para ponerlo a prueba". No sabemos con exactitud en qué sentido podía ser una “prueba” para Jesús la cuestión planteada. Quizás se pretendía que se decidiese a favor de un mandamiento que considerase más importante que otros, lo que permitiría a sus enemigos acusarlo de hacer discriminaciones en los preceptos de la Ley y, en el fondo, de  no ser respetuoso con a ella. Probablemente aquí estaba la “encerrona”.

Una pregunta
Sea lo que fuere, la cuestión tenía su importancia. Si los árboles impiden ver al bosque, la multitud preceptos en Israel (613 preceptos) impedía descubrir el principio supremo que los justifica y unifica. En esa situación el hombre pierde su unidad, vive fragmentado, disperso, no sabe a qué atenerse y termina con la conciencia atormentada. En los tiempos de Jesús: la gente andaba perdida entre tanta norma y tanto precepto.

La respuesta de Jesús
Le preguntan ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? y Jesús respondió: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Los términos en que se expresa el Señor no constituían novedad para un judío; para el mandamiento del amor a Dios se remite a lo dicho en el Libro del Deuteronomio (Dt 6,5) y para el amor al prójimo cita el Levítico (19,18). Por tanto eso ya estaba dicho ¿Dónde está la novedad?

La novedad
Lo nuevo de la respuesta de Jesús reside en estos aspectos: 
. Sitúa el amor a Dios y al prójimo como centro esencial de la ley. No sólo sintetiza y resume la ley, sino que la fundamenta en el amor a Dios y al prójimo.
Para Jesús el fundamento, la base, en que descansa toda la ley es el amor a Dios y al prójimo. Ningún precepto, norma, doctrina o institución, pueden arrogarse esa centralidad. Toda norma, precepto, tradición, ha de fundamentarse,”radicarse”, en el amor a Dios y al prójimo. Estamos, por tanto, ante el necesario principio que unifica y resuelve tanta dispersión legal o ritual. Eso era algo olvidado por escribas y fariseos, que andaban perdidos en multitud de normas, prescripciones y disposiciones casuistas.

También a nosotros nos puede pasar. Podemos andar perdidos, perplejos, hasta atormentados ante tanta norma, precepto, costumbre o ante el relativismo, para el que todo es relativo y nada definitivo y fundamental. Jesús nos dice hoy que el amor a Dios y al prójimo es el principio  fundamental conforme al cual debe revisarse siempre la vida cristiana. 

2º. Jesús unifica y equipara los dos mandamientos: que el segundo sea “semejante” al primero no significa que el amor al prójimo sea un mandamiento de segundo rango con respecto al amor de Dios, sino que posee una radicalidad y centralidad semejante al primero.

Amor a Dios y al prójimo no son intercambiables, pero, para un cristiano, tampoco son separables. Y desgraciadamente a veces se han separado, en ocasiones afirmando el amor a Dios a costa del amor al hombre; otras veces afirmando el amor por el hombre a costa del amor a Dios.

El modo de amar
Amar a Dios, con todo el corazón, no se reduce a un sentimiento,  es reconocerlo como origen, regazo y meta de nuestra existencia, determinarnos totalmente a seguir su voluntad, y responder con fe incondicional a su amor que nos precede. Jesús añade un segundo mandamiento: el amor al prójimo. No es posible amar a Dios y olvidarse de sus hijos e hijas.
Dice Santa Teresa: “Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar, en cuanto pudiéremos, no le ofender, y rogarle que vaya siempre adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia Católica.” (Moradas Cuartas cap.1,7.)


 Secundino Martínez Rubio

viernes, 17 de octubre de 2014

DOMINGO XXIX T.O. (A)

EVANGELIO Mt 22,15-21

En aquel tiempo, los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para  comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?
 Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: ¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto. Le presentaron un denario. El les preguntó: ¿De quién son esta cara y esta inscripción? Le respondieron: Del César. Entonces les replicó: Pues pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios

REFLEXIÓN

La polémica 
Con las parábolas que hemos escuchado los domingos anteriores, Jesús ha puesto en evidencia la actitud de rechazo al Reino de Dios de los representantes de Israel. La polémica ha ido creciendo y estarían indignados. En este contexto hay que situar el Evangelio de hoy.

La revancha: Una pregunta trampa
Jesús les ha venido hablando de la conversión al Reino de Dios y de la necesidad de que esa conversión se manifieste en frutos. Ellos  pretenden escapar de las exigencias de Dios que Jesús planteaba y cuyo cumplimiento exigía. Los fariseos  buscan el modo  de comprometer y desprestigiar a Jesús y le mandan a sus discípulos, junto con algunos herodianos, para comprometerlo con una pregunta  que se sitúa en el terreno de la política: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?
La trampa que escondía la pregunta es evidente: si decía que no había que pagar el impuesto al César, se declaraba en contra de Roma, y por lo tanto lo podían acusar de subversivo. Si contestaba que sí había que pagar el impuesto podían acusarlo de ser contrario al judaísmo, porque se ponía en contra del sentir religioso del pueblo, que estaba convencido de que el único señor era Dios y no aceptaban la soberanía de Roma. Por tanto, era  una pregunta trampa, para comprometerlo.

La respuesta de Jesús
La respuesta los desconcertó, porque escapó del cerco que le habían tendido y situó el problema en un nivel más profundo. No cayó en la trampa de enfrentarse con el poder romano, sino que afirmó los derechos de Dios.
Ellos habían comenzado la pregunta adulando: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias”. Jesús comienza la respuesta diciéndole a las claras su mala intención: ¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis?

La respuesta de Jesús “Pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios “desborda la pregunta; Le han preguntado por un tema: el César y sus impuestos. Contesta con dos temas: el César por un lado y Dios por otro.
Jesús introduce un elemento nuevo que no estaba presente en la pregunta que le hicieron. Jesús añade el “dad a Dios lo que es de Dios”. Para Jesús, Dios y la causa del Reino de Dios son el único absoluto. Todas las otras realidades humanas no son negadas, se les reconoce su valor, pero no constituyen nunca un absoluto, no pueden ocupar el primer plano en la escala de valores para el seguidor de Jesús.
 Lo que Jesús contesta equivale a decir: vosotros os preocupáis por un problema secundario “el tributo al Cesar” y pasáis por alto la obligación principal: dar vuestra vida a Dios. Amarle sobre todas las cosas.

No irse por las ramas hipócritamente
Con frecuencia se desplaza el verdadero centro de gravedad de la cuestión religiosa “yéndose por las ramas”. Los interlocutores de Jesús querían escaparse de las exigencias de Dios, que Jesús les predicaba. Salir de ellas, trasladando el problema al terreno político, para comprometer a Jesús, fue calificado entonces de “hipocresía”. Lo fue entonces y lo es siempre. Jesús los deja al descubierto y pone de manifiesto aquella hipocresía: presentan un problema bien distinto a aquel en el que están pensando. Dicen buscar “el camino de Dios” cuando, en realidad, rechazan el único camino de Dios: Cristo con su evangelio. Que no nos pase lo mismo, Señor.

Hoy se celebra el Domund – Jornada Mundial de las Misiones, que este año tiene como lema Renace la Alegría.
El lema,  recoge dos ideas que se pretenden destacar en esta ocasión:
Renacer: el fin de la actividad misionera es ayudar a extender esta alegría, anunciando a todos la posibilidad de nacer y renacer al encuentro con Dios.
Alegría: de los misioneros que comparten con los más pobres su experiencia de encuentro con Cristo. Y de quienes reciben este anuncio y abren su corazón a él, que también acogen con alegría la Buena Noticia de la salvación.
                                                             SECUNDINO  MARTINEZ RUBIO

viernes, 10 de octubre de 2014

DOMINGO
 XXVIII T.O. (A)

EVANGELIO
Mt 22,1-14

En aquel tiempo volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, diciendo: El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: «Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda».Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. [Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta, y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta? El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos]

REFLEXIÓN

1. Un amor que espera ser correspondido.

El evangelio de hoy repite el mensaje de domingos anteriores: Dios nos comunica su amor y ese amor debe hallar una respuesta de hecho en nosotros. 
Hoy Jesús compara el Reino de Dios con un rey que celebraba la boda de su hijo, los convidados no acuden a la boda y el rey manda a sus criados que inviten a todos los que se encuentren por los caminos, que son los que aceptan la invitación. Jesús les está diciendo a lo sumos sacerdotes y senadores: Vosotros sois como los primeros invitados que no quisieron acudir al banquete, os quedaréis fuera de la fiesta que Dios ha preparado para todos

2. Se casa el hijo del Rey y estamos invitados a la boda

Lo Primero que nos dice el evangelio de hoy  es que estamos de boda. Dios nos ha primereado, que dice el Papa Francisco. Ha sido el primero en amarnos e invitarnos a la fiesta de su amor. “El amor consiste no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros” (1ªJn 4, 7) Y, desde esa experiencia de amor, nuestra respuesta es una gozada y no una carga pesada. La iglesia, como hizo Jesús, debe presentarse a los hombres con la invitación gratuita de Dios y no con imposiciones y normas por delante. Dios es el que salva y él tiene la iniciativa en el amor. Si este orden no se respeta el cristianismo deja de ser la fiesta de bodas que dice el Señor, y pasa a ser un agobio. Dios nos ha invitado a la fiesta de bodas de su Hijo con la Humanidad. Estamos de fiesta. ¿Entendemos nosotros el Reino como una fiesta a la que somos invitados gratuitamente?

3. Se ruega contestación. No pongas excusas

Los primeros invitados de la parábola ponen excusas y no van a la boda, se fueron a sus tierras, a sus negocios y desprecian la invitación; están encerrados en si mismos en sus asuntos y negocios y en sus méritos. Los que se creen sin derecho, la gente de los caminos, acogen el amor gratuito de Dios, y pasan a la boda del Reino.

La lección de Jesús es clara: Todos somos invitados gratuitamente a la fiesta del Reino. Nadie tiene derechos adquiridos. La parábola nos advierte que la riqueza (“las tierras, los negocios”) y la violencia suponen un rechazo a la invitación al reino de Dios y ello nos debe hacer pensar en qué ambiciones y proyectos ocupan nuestro corazón.

4. ¡A ver que traje te pones!

 Todos somos gratuitamente invitados a la fiesta, pero ser miembro de la Iglesia, no significa, ni mucho menos estar salvado. Si lo primero es la invitación gratuita de Dios, lo segundo es nuestra respuesta. Los invitados deben asistir con el traje de boda .Si vamos al banquete sin traje de fiesta -es decir, sin una vida como la que Dios quiere para sus invitados-, también nos echarán fuera. Y no servirá de nada protestar y recordar que fuimos bautizados e íbamos a misa y demás… Porque lo único que vale ante Dios es el fruto de obras, que verifica la veracidad de nuestro amor: “hacer la voluntad del padre” (parábola de los dos hijos); “dar frutos” (Parábola de los viñadores homicidas); el “llevar el vestido de boda” (parábola de hoy) acreditan la verdadera pertenencia al grupo de invitados, al Reino.

5. Bueno, pues preguntas muchas…
 ¿Entiendo la llamada de Dios, como la invitación o una fiesta, como algo que llena mi vida de alegría, o como una carga pesada?
 ¿Acojo con gozo la invitación Dios, a la Fiesta del Reino, o creo que estoy en él por mis méritos?
 ¿Estoy aceptando la invitación, es decir estoy viviendo la fiesta del Reino, o pongo excusas? ¿Cuáles son mis excusas?
 ¿Estoy invitando a la gente a la fiesta del Reino, soy misionero de esa Buena Noticia para que nadie se pierda la boda?
                                                                        Secundino Martínez Rubio

viernes, 3 de octubre de 2014

DOMINGO XXVII T. O. (A)

Evangelio (Mt 21,33-43)
E
n aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo: Escuchad otra parábola. Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: «Tendrán respeto a mi hijo». Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: «Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia». Y, agarrándolo, lo empujaron, fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño, de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le contestaron: Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos. Y Jesús les dice: ¿No habéis leído nunca en la Escritura: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente»? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.

Reflexión 

Cariño de Dios por su viña y  necesidad de dar frutos  

El poema de Isaías de la 1ª Lectura y la parábola de Jesús del Evangelio de hoy, ponen de relieve el cariño de Dios por su viña, por el pueblo elegido, por nosotros. En ambos casos se subraya de modo especial: el hombre ha recibido mucho de Dios y debe corresponder, no con palabras sino con hechos, con frutos.

“Canto a la viña” o lamentos de un amor no correspondido

La primera lectura, del profeta Isaías, se conoce como el “canto a la viña”. Dios es un viñador que ha dedicado  su tiempo y trabajo a su viña, que es el pueblo de Israel. Un pueblo que, a pesar de los cuidados del amor de Dios, no ha dado fruto. Las palabras que el profeta pone en boca de Dios hablan de decepción, de tristeza, de profunda amargura. Son lamentos del amor herido, de un Dios viñador que no ha recibido de su viña más que frutos de injusticias e infidelidad. Dios había manifestado un amor especial al pueblo y el pueblo había respondido con asesinatos, con injusticias.

La parábola: lo viñadores infieles

En El Evangelio hemos leido la segunda de las tres parábolas que, en la polémica sobre su autoridad,  Jesús  dedicó  a la incredulidad del pueblo de Israel en general, encabezado por los dirigentes religiosos.

 También Jesús habla de una viña, de unos viñadores. Jesús no se expresa en el tono poético de Isaías, que canta las tristezas de un amor herido por la desilusión, sino el rechazo al plan amoroso de Dios. Un propietario, dice Jesús: plantó... rodeó... cavó... construyó... y arrendó su viña a unos labradores. Llegado el tiempo de la vendimia, envía mensajeros a percibir los frutos que le corresponden. Pero no lo consigue. El dueño envía, entonces, a su propio hijo, que es asesinado por los viñadores. El dueño, por eso, traspasará  la viña a otros viñadores que produzcan  frutos.

El relato contiene una serie de rasgos que trasladan las imágenes o metáforas del terreno figurado al plano real: La viña es Israel; eldueño, Dios; los arrendatarios son los dirigentes del pueblo judío; los mensajeros, los profetas y otros mensajeros de Dios; el hijo muerto, Jesucristo; y la entrega a otros viñadores, la admisión de los pueblos paganos al Reino de Dios.

Dios espera frutos de nosotros

Nosotros somos hoy el pueblo elegido, la Iglesia. Dios ama y cuida a su viña. Nos ama con amor entrañable.:"Con amor generoso desbordas los méritos y deseos de los que te suplican" (oración colecta). Y  Dios espera frutos.
 El poema de Isaías y la parábola de Jesús ponen de relieve la importancia de producir frutos. El Señor espera frutos de santidad, frutos de amor y de justicia. Espera hechos, no palabras. ¿Estamos (estoy) entregándole a Dios esos frutos? ¿Estamos respondiendo, como debiéramos, con obras y de verdad, al amor entrañable del Padre Dios? ¿Damos frutos de justicia, de amor, de paz, de solidaridad? ¿Nuestra conducta responde con amor a los cuidados y de las atenciones que nos prodiga el Señor? ¿De nosotros podría decir cosas parecidas a las que decía del pueblo de Israel?

Quizás tengamos que acogernos a la misericordia divina, sabiendo que un corazón quebrantado y humillado el Señor no lo desprecia, y empezar a producir frutos

                                                      Secundino Martínez Rubio