viernes, 24 de octubre de 2014

DOMINGO XXX T.O. (A)

Evangelio  Mt 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: -Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?


El le dijo: -«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: -«Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.

Reflexión

“Para ponerlo a prueba”
El evangelio de hoy presenta otro episodio de las controversias de Jesús con sus adversarios; esta vez con los fariseos, y en torno al mandamiento principal de la ley. Un fariseo le pregunta "para ponerlo a prueba". No sabemos con exactitud en qué sentido podía ser una “prueba” para Jesús la cuestión planteada. Quizás se pretendía que se decidiese a favor de un mandamiento que considerase más importante que otros, lo que permitiría a sus enemigos acusarlo de hacer discriminaciones en los preceptos de la Ley y, en el fondo, de  no ser respetuoso con a ella. Probablemente aquí estaba la “encerrona”.

Una pregunta
Sea lo que fuere, la cuestión tenía su importancia. Si los árboles impiden ver al bosque, la multitud preceptos en Israel (613 preceptos) impedía descubrir el principio supremo que los justifica y unifica. En esa situación el hombre pierde su unidad, vive fragmentado, disperso, no sabe a qué atenerse y termina con la conciencia atormentada. En los tiempos de Jesús: la gente andaba perdida entre tanta norma y tanto precepto.

La respuesta de Jesús
Le preguntan ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? y Jesús respondió: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Los términos en que se expresa el Señor no constituían novedad para un judío; para el mandamiento del amor a Dios se remite a lo dicho en el Libro del Deuteronomio (Dt 6,5) y para el amor al prójimo cita el Levítico (19,18). Por tanto eso ya estaba dicho ¿Dónde está la novedad?

La novedad
Lo nuevo de la respuesta de Jesús reside en estos aspectos: 
. Sitúa el amor a Dios y al prójimo como centro esencial de la ley. No sólo sintetiza y resume la ley, sino que la fundamenta en el amor a Dios y al prójimo.
Para Jesús el fundamento, la base, en que descansa toda la ley es el amor a Dios y al prójimo. Ningún precepto, norma, doctrina o institución, pueden arrogarse esa centralidad. Toda norma, precepto, tradición, ha de fundamentarse,”radicarse”, en el amor a Dios y al prójimo. Estamos, por tanto, ante el necesario principio que unifica y resuelve tanta dispersión legal o ritual. Eso era algo olvidado por escribas y fariseos, que andaban perdidos en multitud de normas, prescripciones y disposiciones casuistas.

También a nosotros nos puede pasar. Podemos andar perdidos, perplejos, hasta atormentados ante tanta norma, precepto, costumbre o ante el relativismo, para el que todo es relativo y nada definitivo y fundamental. Jesús nos dice hoy que el amor a Dios y al prójimo es el principio  fundamental conforme al cual debe revisarse siempre la vida cristiana. 

2º. Jesús unifica y equipara los dos mandamientos: que el segundo sea “semejante” al primero no significa que el amor al prójimo sea un mandamiento de segundo rango con respecto al amor de Dios, sino que posee una radicalidad y centralidad semejante al primero.

Amor a Dios y al prójimo no son intercambiables, pero, para un cristiano, tampoco son separables. Y desgraciadamente a veces se han separado, en ocasiones afirmando el amor a Dios a costa del amor al hombre; otras veces afirmando el amor por el hombre a costa del amor a Dios.

El modo de amar
Amar a Dios, con todo el corazón, no se reduce a un sentimiento,  es reconocerlo como origen, regazo y meta de nuestra existencia, determinarnos totalmente a seguir su voluntad, y responder con fe incondicional a su amor que nos precede. Jesús añade un segundo mandamiento: el amor al prójimo. No es posible amar a Dios y olvidarse de sus hijos e hijas.
Dice Santa Teresa: “Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar, en cuanto pudiéremos, no le ofender, y rogarle que vaya siempre adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia Católica.” (Moradas Cuartas cap.1,7.)


 Secundino Martínez Rubio

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