viernes, 30 de octubre de 2015



FIESTA DE 

TODOS LOS SANTOS

Evangelio: Mt   5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar enseñándolos: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la Tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán «los Hijos de Dios». Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo

Reflexión

Celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos y mañana conmemoraremos a los fieles difuntos.

Estas dos fiestas nos ofrecen  la oportunidad de reflexionar sobre la vida eterna. En nuestros ambientes mucha gente, incluidas personas que se confiesan cristianos, no acaban de aceptar la vida eterna. Otras no saben bien que significa.
    En nuestro tiempo, más que en el pasado, las personas están tan absorbidas por las cosas terrenas, que a veces les resulta difícil pensar en Dios como protagonista de la historia y de nuestra vida misma. Pero la existencia humana, por su naturaleza, tiende a algo más grande, que la trasciende; el ser humano lleva en sí un anhelo irrefrenable de justicia, de verdad, de felicidad plena. Ante el enigma de la muerte muchos sienten un ardiente deseo y la esperanza de volver a encontrarse en el más allá con sus seres queridos. También es fuerte la convicción de una justicia final que restablezca la justicia pisoteada, la espera de una confrontación definitiva en la que a cada uno se le dé lo que le es debido en justicia.
Para nosotros, los cristianos, la "vida eterna" no indica sólo esta vida pero que dura para siempre, sino más bien una nueva calidad de existencia, plenamente inmersa en el amor de Dios, que libra del mal y de la muerte, y nos pone en comunión sin fin con todos los hermanos y las hermanas que participan del mismo Amor. Por tanto, la eternidad ya puede estar presente en el centro de la vida terrena y temporal, cuando el alma, mediante la gracia, está unida a Dios, su fundamento último.La vida eterna no es lo que viene después de la muerte. Es la vida del Eterno en nosotros, que empieza ya aquí.
         Todo pasa, sólo Dios permanece. Él es nuestra roca de salvación, Todos los cristianos, llamados a la santidad, son hombres y mujeres que viven firmemente anclados en esta "Roca"; tienen los pies en la tierra, pero el corazón ya está en el cielo, morada definitiva de los amigos de Dios.
Tendríamos que meditar estas realidades con el corazón orientado hacia nuestro último y definitivo destino, que da sentido a las situaciones diarias. Reavivar el gozoso sentimiento de la comunión de los santos y dejarnos atraer por ellos hacia la meta de nuestra existencia: el encuentro cara a cara con Dios. Pidamos que esta sea la herencia de todos los fieles difuntos, no sólo de nuestros seres queridos, sino también de todas las almas, especialmente de las más olvidadas y necesitadas de la misericordia divina.
Que la Virgen María, Reina de Todos los Santos, nos guíe para elegir en todo momento la vida eterna, "la vida del mundo futuro", como decimos en el Credo; un mundo ya inaugurado por la resurrección de Cristo, y cuya venida podemos apresurar con nuestra conversión sincera y con las obras de caridad.

Secundino Martínez Rubio 

sábado, 24 de octubre de 2015

DOMINGO XXX 
T.O. (B)

Evangelio Mc 10,46-52
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: Hijo de David, ten compasión de mí. Muchos le regañaban para que se callara. Pero el gritaba más: Hijo de David, ten compasión de mí. Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole: Animo, levántate, que te llama. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que pueda ver. Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha curado. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino

Reflexión

1.   El Evangelio de hoy

·   El ciego Bartimeo es prototipo de la ceguera de los discípulos, aferrados a sus seguridades (simbolizadas en el manto del ciego) y protagonistas de una vida paralizada sin dinamismo. Bartimeo era, al principio, un mendigo ( que vive de los demás), ciego ( que no ve), sentado (que no tiene actividad ni iniciativa, aparcado), junto al camino (al margen,fuera de un proyecto personal y compartido).
Personal y comunitariamente ¿es esta nuestra situación?

·   Al oír que pasa Jesús, Bartimeo se puso a gritar. Su insistencia expresan la intensidad de su búsqueda, el deseo de encontrarse con el Señor, la confianza (= FE) que deposita en Jesús y su poder para cambiar su situación.
          ¿Refleja esta actitud de Bartimeo nuestra actitud creyente?

·  La muchedumbre, que primero regañaba al ciego por llamar a Jesús y le mandaba callar, luego le da ánimos y le manda levantarse. Pasa de ser obstáculo para el encuentro a facilitarlo, porque han escuchado a Jesús. Una escucha atenta a Jesús nos transforma y nos permite ser puentes entre él y los que sufren, dándoles ilusión y esperanza y ayudando a llevar a Jesús a quien tiene necesidad de él.
¿Experimentamos esa transformación en nuestros encuentros  con Jesús? ¿En qué se nota, qué cambiamos?

· Bartimeo acude confiadamente, con fe, a la compasión misericordiosa de Jesús y obtiene respuesta: «Al instante, recobró la vista y lo seguía por el camino». Deja atrás su antigua vida de ciego, representada por su manto, que es arrojado. Ahora es un hombre nuevo  que ve, que se hace discípulo (no vive de los demás sino para los demás), que sigue a Jesús por el camino (tiene actividad, iniciativa y proyecto)

2.   Es una historia que se repite.

Al borde del  camino, por el que vamos los  seguidores de Jesús,  hay cantidad de ciegos que no puede ver la fiesta de la vida; marginados y  pobres de todas las calañas; jóvenes que no ven el sentido alegre de la vida; ancianos huérfanos de hijos; gente que anda dando tumbos; otros aparcados en la cuneta de la vida porque les dieron todos los medios para vivir, pero no le dieron lo más importante: razones para hacerlo;  pobres de dinero, o de cariño, o de esperanza... Tú y yo que a veces vamos a tientas por la vida.

¿En qué sentido puedo o debo decir yo también, como el ciego Bartimeo: "Maestro, que pueda ver"…? ¿Veo la vida con los ojos de la fe? La enfermedad, la convivencia, el trabajo, la familia, los éxitos, los fracasos, la muerte… los veo desde la fe?
Bartimeo “Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús' ¿Cuál sería el manto, o los mantos, es decir las seguridades, que yo tendría que dejar para acercarme de verdad a Jesús?
Cuando me encuentro con gente pidiendo ayuda a gritos, alargando la mano en la cuneta de la vida: ¿Cuál es mi postura? ¿La  mando callar? ¿comparto esas personas la fuente de mi salvación y le digo donde está la fuente de mi luz?

La enseñanza de Jesús hoy trata de que sus discípulos sean como el ciego Bartimeo, cuya  fe en Jesús le transforma por completo y se convierte en modelo para los discípulos de todos los tiempos.

Secundino Martínez Rubio



viernes, 16 de octubre de 2015

DOMINGO XXIX T.O. (B)
Evangelio Mc 10, 35-45
En aquel tiempo [se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir. Les preguntó: ¿Qué queréis que haga por vosotros? Contestaron: Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Jesús replicó: No sabéis lo que pedís; ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? Contestaron: Lo somos. Jesús les dijo: -El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado. Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.] Jesús, reuniéndolos, les dijo: Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso; el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.
Reflexión
Camino a Jerusalén Jesús anuncia la muerte que le aguarda como culmen de toda su vida entregada. En ese contexto se sitúa el  evangelio de hoy. Los Apóstoles siguen buscando los privilegios del dominio.

El domingo pasado advertía el Señor sobre el afán de poseer, hoy dice que el afán de dominio, tampoco nos humaniza, nos impide entrar en el Reino y, en definitiva, no nos deja ser felices. Lo que humaniza, lo que nos introduce en el Reino, es la vida entregada la existencia gastada en servicio a los demás. Esa actitud de entrega servicial es la que Jesús anuncia que va a culminar en su muerte en Jerusalén.

Los Zebedeos se acercan a Jesús llamándole Maestro, pero en vez de aprender lo que les está enseñando, van a enseñarle ellos lo que tiene que hacer: ponerlos “Uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Es el afán de superioridad, la actitud egoísta es la misma que la del domingo pasado con las riquezas. Estamos ante la tentación del dominio, que nos alcanza a todos. Todos tenemos una tendencia muy fuerte, a dominar, a sobresalir, a estar por encima de los demás, en la familia, en el trabajo, en la sociedad, en el grupo…La petición de los Zebedeos resulta sumamente descarada. Tal vez por eso Mateo pone la petición en labios de su madre. Y es que, a las madres se les perdona todo lo que intenten hacer en beneficio de sus hijos.

Jesús, reuniéndolos les expone claramente su pensamiento a todos. Lo que se estila en este mundo es que los grandes, los que pueden, tiranicen a los demás, los opriman, se pongan por encima. Nadie quiere ser el servidor, el último.  Vosotros "Nada de eso" "El que quiera ser grande, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero, que sea esclavo de todos" ¿Por qué? Porque Jesús, a quien seguimos, “no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” .No ha venido a servirse de los demás,  sino a servir a todos, a desvivirse por todos. La respuesta de Jesús es, en suma, una invitación al seguimiento del Maestro.

¿Y por qué Jesús viene a servir? ¿Por qué un cristiano tiene que hacer de su vida un servicio como Jesús? No por fastidiarse, ni por masoquismo, ni porque nos gusta el sacrificio. Sencillamente, los cristianos tenemos que hacer de nuestra vida un servicio, como la hizo Jesús, porque ese es el camino del amor, el único camino que nos hace personas de verdad. El dominio, el poderío, el quedar por encima de todos, el autoritarismo dominante, ni humaniza a  la persona, ni mejora el mundo. La grandeza del ser humano consiste en esa posibilidad que tiene de darse como Dios se da. El fin supremo del hombre, darse, entregarse totalmente, definiti­vamente. En ese don total, encuentra el hombre su plena realización.
Mientras no hagamos este descubrimiento, estaremos en la dinámica del joven rico, de los dos hermanos y de los demás apóstoles: buscaré más riquezas, el puesto mejor y el dominio de los demás para que estén a mi servicio… y no seremos felices. 
Tampoco se trata de sufrir, de humillarse, de rebajarse ante Dios o ante los demás, esperando que después Dios me lo pague con creces con la gloria eterna. La clave está en superar esta trampa y descubrir la máxima gloria en el mismo don de sí mismo. 

 SECUNDINO MARTINEZ RUBIO

jueves, 8 de octubre de 2015


DOMINGO

XXVIII T.O. (B)

Evangelio Mc10,17-30
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre. El replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme. A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios! Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios. Ellos se espantaron y comentaban: Entonces, ¿quién puede salvarse? Jesús se les quedó mirando y les dijo: Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo. [Pedro se puso a decirle: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús dijo: Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas, y hermanos y hermanas, y madres e hijos, y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura vida eterna.]
Reflexión
El texto  del Evangelio de hoy forma una unidad literaria, que se abre y se cierra con la mención a la vida eterna. En torno a este tema presenta tres escenas. Primera: el encuentro con el joven rico, preocupado por la vida eterna, pero apegado a sus bienes económicos que le hacen rechazar la invitación de Jesús. Segunda escena: la enseñanza central de Jesús a sus discípulos, donde se alerta del peligro de las riquezas para entrar en el ámbito del Reino y en tercer lugar el dialogo con los discípulos sobre: la recompensa, ciento por uno aquí aunque con persecución, y la vida eterna, para los que lo han dejado todo por seguirlo

EXPLICACIÓN

1.-Un hombre, que “era muy rico”, se acerca a Jesús le pregunta qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. 
Jesús contesta: “no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. Buscaba encontrar a Dios y Jesús le dice que el camino es cumplir los mandamientos y le cita los que se refieren al prójimo. El replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: te falta una cosa: vende lo que tienes,  dáselo a los pobres y sígueme.El hombre “frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico”.
2.- Cuando Jesús se queda a solas con sus discípulos, les explica que para seguirle hay que ser muy libres, y que las personas que ponen su confianza en sus posesiones, y no en Dios, lo tienen muy difícil para entrar en el Reino de los cielos. Los discípulos se extrañan de estas palabras. Hemos de advertir que los judíos creían que las riquezas eran un signo de la bendición de Dios, y premio por el cumplimiento de la Ley. Por eso se extrañan de lo que dice Jesús.
3.-Luego Pedro pone el ejemplo de él y sus compañeros, que lo han dejado todo para seguirle. Y Jesús les contesta que recibirán cien veces más en esta vida (con persecuciones) y también esa añorada vida eterna, que también quería el hombre rico.
ACTUALIZACION:
Una actitud posesiva es un peligro para ser verdaderamente humano porque termina por reducir al hombre a sujeto de posesiones. Y acaba haciéndole esclavo de ellas.
Jesús alertó muchas veces contra este peligro, el Evangelio de hoy es una de ellas. Y no hay que olvidar que la primera bienaventuranza es: dichosos los pobres y que ser pobre es condición para entrar en el Reino de los cielos.
Para seguir al Señor hay que ser una persona libre; superar los múltiples apegos, que nos impiden disponer de nosotros para seguir al Señor. Porque si Dios es lo más, todo lo demás es menos. Esto significa descentrarnos para poner nuestro centro en Él. El Señor no pide sólo cosas, sino que le entreguemos la misma persona, porque “el que quiera salvar su vida, la perderá. Quien consienta perderla por mí, la salvará” (Mc 8,35)
Entonces ¿para ser creyente hay que anularse? ¿Hay que negar la condición de sujeto? ¿Seguir a Jesús significa negarse como ser humano? La respuesta es: ¡no! Lo que anula al ser humano es ponerse como centro de todo y caer en la tentación de “Seréis como dioses”. Aceptar su condición finita, originada y poner en Cristo su centro es lo que humaniza y realiza, lo que hace posible su perfecta realización. 
Quien ha renunciado a centrarse en sí mismo o en las cosas y ha puesto a Dios como centro, todo lo ve desde el punto de vista de Dios, desde los criterios de Dios que Jesús nos dejó en el Evangelio. Dios es lo más importante en su vida y todo lo demás, es importante, pero no más importante que Dios. Y es feliz, porque dejados otros deseos, su corazón está puesto en lo que de verdad desea. Descentrado de sí y de las cosas está en Dios, su verdadero centro. El desasimiento, el desprendimiento de sí y de las cosas abre las puertas de la felicidad, nos libra de toda atadura y dependencia. Dios colma sus apetencias y deseos, porque ¡solo Dios basta”  Y nos da ¡El ciento por uno! Ya nos lo dijo Jesús. Pero esto no es posible verlo y entenderlo sin el espíritu de sabiduría, de que nos habla la Primera lectura, y que hemos de pedir al Señor.


Secundino Martinez Rubio

viernes, 2 de octubre de 2015

DOMINGO XXVII 
T.O. (B)

Evangelio Mc 10,2-16
E
n aquel tiempo se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer? El les replicó: ¿Qué os ha mandado Moisés? Contestaron: Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio. Jesús les dijo: Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación, Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. El les dijo: Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio. [Le presentaron unos niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: -Dejad que los niños se acerquen a mí; no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.]
Reflexión
Los fariseos plantean a Jesús una pregunta para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”. No se trata exactamente del divorcio moderno. Según la ley de Moisés, el marido podía romper el contrato matrimonial y expulsar de casa a su esposa. La mujer, por el contrario, sometida en todo al varón, no podía hacer lo mismo. El v. 12: Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”, es indicio de que el evangelio de Marcos está escrito para un auditorio no judío, pues entre los judíos las mujeres no tenían ninguna posibilidad de repudiar al marido, mientras que en la legislación romana sí era posible.

 El repudio era un instrumento de poder y dominación del marido sobre la mujer, del que se aprovechaban según la interpretación que hacían de Dt 24,1 (“Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que le desagrada, le redactará un acta de repudio”)
 Lo discutido no era la práctica del divorcio, que, como vemos, estaba permitido por la ley; lo que se discutía eran los motivos por los que uno se podía divorciar. En tiempos de Jesús, la escuela de Shammai admitía el divorcio en muy pocos casos( adulterio); otra, la escuela de Hillel permitía el divorcio por los motivos más simples: hasta porque a la esposa se le hubiera quemado la comida. La trampa podía consistir en obligar a Jesús a situarse en el terreno de lo opinable, declarándose a favor de una de las escuelas y poniéndose en contra de la otra

La respuesta de Jesús sorprende a todos. No entra en las discusiones de los rabinos. Invita a descubrir el proyecto original de Dios, que está por encima de leyes y normas. Jesús saca la cuestión del terreno legal, tanto del permisivo como del restrictivo, y la sitúa en el plano de la voluntad divina. Pone de manifiesto que la ley que permite el divorcio no refleja la intención original del creador. Refleja, más bien, la incapacidad del hombre para vivir según lo establecido por Dios para él.

Jesús quiere hacer ver que si queremos llegar al fondo de la cuestión, debemos preguntarnos: cuál es el fundamento religioso del matrimonio.
La posibilidad que ofrece no es la de apuntalar un edificio en ruinas, sino la de reconstruirlo. Volver al proyecto inicial de Dios, a pesar de la fragilidad y debilidad humanas.

Actualización
En vez de discutir y  lamentarnos por el divorcio, que rompe los matrimonios, deberíamos aprender cuál es el amor que los mantiene.
El amor que sustenta la indisolubilidad del matrimonio
·     Hay un AMOR POSESIVO que se funda en las cualidades de lo que amamos (inteligencia, nobleza, belleza, etc.). Desaparecidas esas cualidades desaparece el amor. Es un amor basado en el SENTIMIENTO. Pero, los sentimientos son, por naturaleza, inestables ¿Cómo basar la indisolubilidad del matrimonio en este amor inestable? ¡Imposible! Los griegos llamaban a este amor EROS ¿Es malo ese amor? ¡No! Pero es un amor que no puede ser la base  para mantener  el matrimonio.

·     Los autores del Nuevo Testamento  comprendieron que Dios no nos ama por nuestras cualidades: “nos amó cuando éramos pecadores”; Jesús “no ha venido a buscar a los justos, sino a los pecadores” (Mc 2,17). El de Dios no es un amor posesivo (eros), sino un AMOR OBLATIVO. Un amor que nos ama, no por nuestros méritos y cualidades, sino precisamente por nuestra falta de cualidades (“siendo pecadores”). Un amor que se entrega gratuitamente. Los autores del nuevo Testamento llamaron a este amor  ÁGAPE. Es un amor que no se basa en el sentimiento, sino en la VOLUNTAD;”Este amor (…) va de persona a persona con el afecto de la voluntad” (GS 49a). Ese amor sí puede fundamentar la indisolubilidad del matrimonio. Ese amor “no pasa nunca” (1ª Cor 13, 4-8)
No se trata de que el matrimonio renuncie al amor basado en el sentimiento (eros) y se espiritualice. ¡Ni mucho menos! Se trata de perfeccionarlo y elevarlo: “El Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad” (GS 49 a) Se trata  de amar como Dios nos ama y con el amor (ágape) que Dios ha derramado en nuestros corazones (Rom 5,5). Tiene las características con que lo describe san Pablo en la Primera Carta a los Corintios.  Es un amor que “no pasa nunca”. Un amor que no dejará que el matrimonio fracase.
Secundino Martínez Rubio