viernes, 16 de octubre de 2015

DOMINGO XXIX T.O. (B)
Evangelio Mc 10, 35-45
En aquel tiempo [se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir. Les preguntó: ¿Qué queréis que haga por vosotros? Contestaron: Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Jesús replicó: No sabéis lo que pedís; ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? Contestaron: Lo somos. Jesús les dijo: -El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado. Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.] Jesús, reuniéndolos, les dijo: Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso; el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.
Reflexión
Camino a Jerusalén Jesús anuncia la muerte que le aguarda como culmen de toda su vida entregada. En ese contexto se sitúa el  evangelio de hoy. Los Apóstoles siguen buscando los privilegios del dominio.

El domingo pasado advertía el Señor sobre el afán de poseer, hoy dice que el afán de dominio, tampoco nos humaniza, nos impide entrar en el Reino y, en definitiva, no nos deja ser felices. Lo que humaniza, lo que nos introduce en el Reino, es la vida entregada la existencia gastada en servicio a los demás. Esa actitud de entrega servicial es la que Jesús anuncia que va a culminar en su muerte en Jerusalén.

Los Zebedeos se acercan a Jesús llamándole Maestro, pero en vez de aprender lo que les está enseñando, van a enseñarle ellos lo que tiene que hacer: ponerlos “Uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Es el afán de superioridad, la actitud egoísta es la misma que la del domingo pasado con las riquezas. Estamos ante la tentación del dominio, que nos alcanza a todos. Todos tenemos una tendencia muy fuerte, a dominar, a sobresalir, a estar por encima de los demás, en la familia, en el trabajo, en la sociedad, en el grupo…La petición de los Zebedeos resulta sumamente descarada. Tal vez por eso Mateo pone la petición en labios de su madre. Y es que, a las madres se les perdona todo lo que intenten hacer en beneficio de sus hijos.

Jesús, reuniéndolos les expone claramente su pensamiento a todos. Lo que se estila en este mundo es que los grandes, los que pueden, tiranicen a los demás, los opriman, se pongan por encima. Nadie quiere ser el servidor, el último.  Vosotros "Nada de eso" "El que quiera ser grande, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero, que sea esclavo de todos" ¿Por qué? Porque Jesús, a quien seguimos, “no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” .No ha venido a servirse de los demás,  sino a servir a todos, a desvivirse por todos. La respuesta de Jesús es, en suma, una invitación al seguimiento del Maestro.

¿Y por qué Jesús viene a servir? ¿Por qué un cristiano tiene que hacer de su vida un servicio como Jesús? No por fastidiarse, ni por masoquismo, ni porque nos gusta el sacrificio. Sencillamente, los cristianos tenemos que hacer de nuestra vida un servicio, como la hizo Jesús, porque ese es el camino del amor, el único camino que nos hace personas de verdad. El dominio, el poderío, el quedar por encima de todos, el autoritarismo dominante, ni humaniza a  la persona, ni mejora el mundo. La grandeza del ser humano consiste en esa posibilidad que tiene de darse como Dios se da. El fin supremo del hombre, darse, entregarse totalmente, definiti­vamente. En ese don total, encuentra el hombre su plena realización.
Mientras no hagamos este descubrimiento, estaremos en la dinámica del joven rico, de los dos hermanos y de los demás apóstoles: buscaré más riquezas, el puesto mejor y el dominio de los demás para que estén a mi servicio… y no seremos felices. 
Tampoco se trata de sufrir, de humillarse, de rebajarse ante Dios o ante los demás, esperando que después Dios me lo pague con creces con la gloria eterna. La clave está en superar esta trampa y descubrir la máxima gloria en el mismo don de sí mismo. 

 SECUNDINO MARTINEZ RUBIO

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