lunes, 28 de noviembre de 2016

jueves, 24 de noviembre de 2016

DOMINGO I DE ADVIENTO (A)


EVANGELIO Mt 6,1-6.16-18
E
n aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del hombre. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.

 REFLEXIÓN
  
Comenzamos el tiempo de ADVIENTO en el que los cristianos preparamos la venida del Señor; Pero ¿Qué venida? Porque nosotros creemos que Dios VINO a nuestra historia en Belén, que VENDRÁ al final de los tiempos, y que VIENE a nosotros en cada momento de nuestra vida. El adviento es tiempo de caminar en esperanza. 

S. Mateo –cuyo Evangelio leeremos en este nuevo año litúrgico- nos presenta las palabras de Jesús, con las que invita a todos a estar vigilantes, preparados, porque su venida sucede en el momento más inesperado: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. "

Con frecuencia hemos entendido que Jesús nos invitaba, con estas palabras, a estar preparados para bien morir. Pero, son muchas las venidas del Señor como para que reduzcamos su llamada a la vigilancia para el final de nuestra vida, cuando lleguemos ante Él, porque lo cierto es que siempre estamos en su presencia.

El Evangelio no  invita solamente a estar preparados para la hora de la muerte, sino a estar preparados para cada momento de la vida. No nos manda sólo estar vigilantes para recibir al Señor a la hora de nuestra muerte, sino para recibirle en cada momento de la vida, para acoger cada llamada suya, cada petición, cada súplica, cada ruego que nos hace a través de muchas mediaciones de su presencia.

Nuestra primera actitud, por tanto, ha de ser de vigilancia permanente, sin olvidar lo que somos y esperamos.

Pero, solamente están vigilantes los que esperan algo. ¿Esperamos nosotros algo? Porque, a veces, estamos con la  vida rota, los proyectos fracasados y la ilusión hecha añicos, el corazón abatido por la tristeza, deshecho por el sufrimiento; tal vez acumulamos desilusiones,  decepciones, desengaños. Nubarrón tras nubarrón hemos perdido el  sol de la esperanza

Y nuestro mundo ¿Espera nuestro mundo algo? Porque, con frecuencia, se oye hablar de desilusión, de desencanto, de resignación, de que no merece la pena, de que esto no tiene remedio, de que no se resuelven  los problemas, y nadie te va a sacar las “castañas del fuego”, y…así las cosas: ¿merece la pena estar vigilantes? ¿Hay algo que esperar?

Nosotros Creemos que sí, que el Señor es nuestra Esperanza. El es el bálsamo de nuestras heridas, el único capaz de sanar profundamente nuestros desencantos. Para Él  no hay dolores estériles si sabemos seguir confiando a pesar de todo, y esperando contra toda esperanza humana.

Él es la respuesta de Dios a los deseos y las preguntas hondas de nuestra vida. Sólo en Él, como en ninguna otra parte, encontramos  sentido a nuestra vida y esperanza ante nuestra muerte.

Sí, hay algo que esperar, mejor dicho, hay Alguien a quien esperar. Esperamos nada menos que al mismo Dios, que se hizo uno de nuestra raza y vino a compartir nuestra historia y viene cada día para abrirnos a una vida más plena y con sentido, a una vida salvada, y que vendrá a darnos la vida plena en la resurrección.

Jesús nos advierte:Estad en vela porque no sabéis cuándo vendrá vuestro Señor”. Vigilantes no por miedo sino en gozosa y orante espera del Señor, preparando su venida
“Estad preparados porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”. No es una amenaza, sino una precavida advertencia;  vigilantes no solo para la muerte, sino para la vida, esa vida que el Señor vino, a compartir con nosotros, Viene  para darle sentido y salvación y vendrá para darle plenitud.

Esperamos vigilantes y, con la expresión aramea de los primeros cristianos, pedimos “mâranâ'thâ”: ¡Ven, Señor!

Secundino Martínez Rubio



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viernes, 18 de noviembre de 2016

FIESTA DE CRISTO REY DEL UNIVERSO


Evangelio : (Lc 23,35-43)



E
n aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: - A otros ha salvado; que se salve a sí mismo si él es el Mesías de Dios, el Elegido.

Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: - Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS.

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro lo increpaba: -¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: -Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús le respondió: -Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso. 

Reflexión

Concluye el año litúrgico con la FIESTA DE CRISTO REY. Reconocemos a Cristo como Señor de nuestras vidas. Pero lo que sorprende es que la Iglesia elija el evangelio la crucifixión para celebrar la Fiesta de Cristo Rey.  

De entrada comenzamos a percibir que el nuestro es un rey distinto a los reyes de este mundo. Es un Rey que tiene por trono la cruz de un condenado a muerte, por corona una de espinas, por cetro los clavos que le sujetan a la cruz. El letrero que encima de la cruz da razón de su condena: El Rey de los Judíos. Suena a burla. En el Calvario muchos miran al Rey de los Judíos pero la reacción es de burla: Las autoridades  y el pueblo se burlan diciendo: “a otros ha salvado, que se salve a sí mismo si es el Mesías de Dios”. Los soldados se burlan dándole a beber vinagre y diciendo " si  tú eres el rey de los judíos, sálvate  tú mismo”. Uno de los ladrones, crucificado con Él, también se mofa de su pretensión de ser el Mesías: “¿No eres el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. A la vista de este panorama la realeza de Jesús parece un engaño, la pretensión de un loco, que ha terminado ajusticiado.

Pero hay otro personaje en la escena del Evangelio: el llamado EL BUEN LADRÓN, QUE SUPO MIRAR DE OTRO MODO y fue capaz de reconocer al Envidado de Dios, al Rey del Universo, en aquel compañero de condena que muere a su lado. En ese Jesús, sentenciado, ajusticiado, objeto de burlas y humillaciones, ahí es donde el buen ladrón descubre al Rey del Universo. Reconoce que  en Jesús, que muere por amor, que se humilla hasta morir, está la verdadera realeza. Y le solicita que se acuerde de él en su Reino. Ese hombre ha visto lo que otros no ven. Se abrió al misterio. Reconoce la realeza de Jesús. Es el milagro de la FE que detrás del rostro sufriente de Cristo intuye el rostro amoroso de Dios, que se solidariza con el dolor de los hombres y ofrece su salvación
Necesitamos mirar a Cristo crucificado con la mirada de ese malhechor, para descubrir en Jesús la presencia de un Dios que nos ofrece su salvación, no por caminos de poder y fuerza, sino de servicio y entrega. 

Pero sólo con la fuerza de su Espíritu, nuestra fe podrá reconocer a Cristo Rey en el despojado, condenado y crucificado del Calvario.

Secundino Martinez Rubio












jueves, 10 de noviembre de 2016

DOMINGO XXXIII 
T.O. (C)

Evangelio: Lc 21,5-19




En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido. Ellos le preguntaron: Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? El contestó: Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: «Yo soy», O bien: «El momento está cerca»; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida. Luego les dijo: Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre; así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

Reflexión

El evangelio de este domingo XXXIII del tiempo ordinario, dirige nuestra mirada hacia el final de la historia humana.
Los que hablan con Jesús están admirados de la grandiosidad del Templo de Jerusalén. Ciertamente el edificio del Templo impresionaba. Jesús anuncia que aquella maravilla no es el Absoluto. El Absoluto es solo Dios. El templo tendrá su final. Y, en efecto, a raíz de la guerra judía, en el año 70, Tito, hijo del emperador Vespasiano, ordenó que fuese destruido y quedase como un solar.
Ante este anuncio de Jesús, le preguntan cuándo llegará ese final y cuál será la señal de que ha llegado.
La respuesta de Jesús cambia el planteamiento: Lo importante no es el cómo y cuándo vendrá el final,  sino el estar preparados en el presente.
En su respuesta Jesús utiliza el lenguaje de la literatura apocalíptica. Es una literatura que resurge en los momentos difíciles. Y que recurre a la acumulación de sucesos angustiosos y terribles, no para asustar, sino para mantener la esperanza en la plenitud final y animar así la penosa situación del  presente.

Con lenguaje  de esa literatura apocalíptica Jesús anuncia que vendrán momentos dolorosos y previene contra aquellos que pretenden conocer el futuro: “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: «Yo soy», O bien: «El momento está cerca»; no vayáis tras ellos”
Pero Jesús subraya y prepara a los oyentes para los tiempos de «antes de todo eso», es decir, para los tiempos en que sus seguidores debemos dar testimonio. De lo que hay que preocuparse es de lo que va a suceder antes de ese momento final.  Jesús subraya el testimonio que sus seguidores deben dar y que consiste, en definitiva, en seguir el mismo camino de Jesús: «os echarán mano, os perseguirán... os harán comparecer ante reyes... os traicionarán», «matarán a algunos de vosotros»… Jesús no nos engañó presentándonos un camino de
facilidades, sino que expresamente nos dice que el camino de sus seguidores estará lleno de dificultades. Pero la victoria final está asegurada, el optimismo y la confianza empapan las palabras de Jesús: «yo os daré palabras y sabiduría...», «ni un cabello de vuestra cabeza perecerá», «salvaréis vuestras almas».

EN RESUMEN: El Evangelio de hoy no es ninguna descripción del fin del mundo. Lo que importa no es conocer cómo y cuando será el final, sino tener claro que «antes de todo eso», antes del final, los discípulos tendrán que vivir su compromiso entre dificultades. Pero contamos con la presencia y ayuda del Señor: "ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas". Por tanto nuestra actitud ha de ser de compromiso y testimonio perseverante y confiado no de preocupación angustiada  por el cómo y el  cuándo del final

Secundino Martínez Rubio














viernes, 4 de noviembre de 2016

DOMINGO XXXII T.O.(C)


Evangelio (Lc 20,27-38.)

En aquel tiempo se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, [y le preguntaron: Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano». Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella]. Jesús les contestó: En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob». No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos.

Reflexión
    En estos últimos domingos del año litúrgico la Palabra de Dios dirige nuestra mirada hacia la vida eterna.

Los saduceos (uno de los grupos religioso-políticos de la época de Jesús) no creían en  la resurrección y para ridiculizar dicha creencia le plantean a Jesús una pregunta. Basándose en la famosa "ley de levirato" (Dt 25, 5-10), que mandaba que el hermano del esposo debía casarse con su viuda si esta no ha tenido descendencia, le preguntan a Jesús: ¿de quién será esposa en el cielo una mujer que se ha casado sucesivamente con siete hermanos?

Jesús responde con un doble razonamiento: Uno, sobre el cómo de la Resurrección. Jesús afirma que es un error imaginarnos la vida eterna como continuación o prolongación de la actual.  Se trata de una nueva vida, de la participación plena en la vida de Dios. Será una vida tan distinta, y tan nueva que es mejor evitar comparaciones con la presente. Esperamos la vida eterna, pero no podemos explicarla ni describirla. El matrimonio pertenece al mundo presente, es una realidad de aquí abajo, pero, "los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán”.

El segundo razonamiento de Jesús es sobre el hecho mismo de la resurrección  Jesús les responde con el pasaje de la zarza ardiendo (Ex 3,6), en el que el mismo Moisés habla del “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”, que ya habían muerto. El texto que les cita no afirma expresamente la resurrección, pero, si Yahvé, que es un Dios de vivos, sigue siendo el Dios de los patriarcas, es porque están vivos. Luego esa vida posterior a la muerte no puede ponerse en duda. Dios mismo es el fundamento de la resurrección.

Que nos dice a NOSOTROS hoy esta palabra de Dios

No basta tener medios para vivir, hay que tener razones para hacerlo, algo que dé sentido a nuestra vida  y esperanza a nuestra muerte. ¿Cuál es la última razón de mi vida? ¿Qué es lo que justifica mi existencia? ¿Cuál es el punto de apoyo en el que reposa mi vida? Para los cristianos la respuesta es una sola: Nosotros creemos en la vida eterna. Y el punto de apoyo de esa seguridad es la resurrección de Jesús. Si Él venció a la muerte, también a mí me ayudará a vencerla.

         Aquí está el fundamento de nuestra fe. Pero, ¿Cómo es nuestra fe en la Resurrección? Porque si se cree en la resurrección y la vida eterna  cambian muchas cosas. Nace un estilo nuevo de vivir animado siempre por la alegría de saber que Cristo es nuestra vida, que en él y por él todos estamos llamados a la vida. Que en él y por él todos podemos vencer a la muerte. Se camina de otro modo por el mundo sabiendo que el dolor es vencible y la muerte no tiene la última palabra, y que… al final, para el creyente, todo acabará bien, y si algo no acaba bien, es que todavía no es el final.. Pero ¿creemos de verdad en la resurrección y la vida eterna?

Secundino Martínez Rubio