DOMINGO I DE ADVIENTO (A)
EVANGELIO
Mt 6,1-6.16-18
n aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga
el Hijo del hombre. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba,
hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el
diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del
hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo
dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la
dejarán. Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el
ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad
también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo
del hombre.
REFLEXIÓN
Comenzamos el
tiempo de ADVIENTO en el que los cristianos preparamos la venida del
Señor; Pero ¿Qué venida? Porque nosotros creemos que Dios VINO a nuestra historia en Belén, que VENDRÁ al final de los tiempos, y que VIENE a nosotros en cada momento de nuestra vida. El adviento es
tiempo de caminar en esperanza.
S. Mateo –cuyo
Evangelio leeremos en este nuevo año litúrgico- nos presenta las palabras de
Jesús, con las que invita a todos a estar vigilantes, preparados, porque su
venida sucede en el momento más inesperado: “Estad
en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. "
Con frecuencia hemos entendido que Jesús nos invitaba, con estas
palabras, a estar preparados para bien
morir. Pero, son muchas las venidas del Señor como para que reduzcamos su
llamada a la vigilancia para el final de nuestra vida, cuando lleguemos ante
Él, porque lo cierto es que siempre estamos en su presencia.
El Evangelio no invita solamente
a estar preparados para la hora de la muerte, sino a estar preparados para cada
momento de la vida. No nos manda sólo estar vigilantes para recibir al
Señor a la hora de nuestra muerte, sino para recibirle en cada momento de la
vida, para acoger cada llamada suya, cada petición, cada súplica, cada ruego
que nos hace a través de muchas mediaciones de su presencia.
Nuestra primera
actitud, por tanto, ha de ser de vigilancia
permanente, sin olvidar lo que somos y esperamos.
Pero, solamente están vigilantes los que esperan algo. ¿Esperamos nosotros algo? Porque, a veces, estamos con la vida rota, los proyectos fracasados y
la ilusión hecha añicos, el corazón abatido por la
tristeza, deshecho por el sufrimiento; tal vez acumulamos desilusiones, decepciones, desengaños. Nubarrón tras nubarrón hemos perdido el sol de la esperanza
Y nuestro mundo ¿Espera
nuestro mundo algo? Porque, con frecuencia, se oye hablar de desilusión, de
desencanto, de resignación, de que no merece la pena, de que esto no tiene remedio,
de que no se resuelven los problemas, y
nadie te va a sacar las “castañas del fuego”, y…así las cosas: ¿merece la pena estar vigilantes? ¿Hay
algo que esperar?
Nosotros Creemos que sí, que el
Señor es nuestra Esperanza. El es el
bálsamo de nuestras heridas, el único capaz de sanar profundamente nuestros
desencantos. Para Él no hay dolores
estériles si sabemos seguir confiando a pesar de todo, y esperando contra toda
esperanza humana.
Él es la respuesta
de Dios a los deseos y las preguntas hondas de nuestra vida. Sólo en Él, como
en ninguna otra parte, encontramos
sentido a nuestra vida y esperanza ante nuestra muerte.
Sí, hay algo que esperar, mejor dicho, hay Alguien a quien esperar. Esperamos nada menos que al mismo Dios,
que se hizo uno de nuestra raza y vino a
compartir nuestra historia y viene cada
día para abrirnos a una vida más plena y con sentido, a una vida salvada, y que
vendrá a darnos la vida plena en la
resurrección.
Jesús nos advierte:“Estad en vela porque no sabéis cuándo vendrá vuestro Señor”.
Vigilantes no por miedo sino en gozosa y orante espera del Señor, preparando su
venida
“Estad preparados porque a la hora que menos
penséis viene el Hijo del Hombre”. No es una amenaza,
sino una precavida advertencia;
vigilantes no solo para la muerte, sino para la vida, esa vida que el
Señor vino, a compartir con
nosotros, Viene para darle sentido y salvación y vendrá para darle plenitud.
Esperamos vigilantes y, con la expresión aramea de los primeros
cristianos, pedimos “mâranâ'thâ”: ¡Ven, Señor!
Secundino Martínez Rubio
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