jueves, 25 de junio de 2015

DOMINGO XIII T.O. (B)

Evangelio Mc 5,21-43

E
n aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva». Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente, preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?» Los discípulos le contestaron: «Ves como te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”» Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud». Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?» Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe». No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida». Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

Reflexión

Las lecturas de este domingo giran alrededor del tema de la VIDA.  

La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría  nos habla de Dios como fuente de la vida, como generador  y defensor de la vida, que creó al hombre a  su imagen y semejanza para que fuera administrador responsable de la Creación. “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera”. 

El evangelio de hoy nos narra el dolor dos personas a quienes Jesús devolvió  la alegría y la vida.

El primer caso es el de Jairo, un jefe de la sinagoga, que  ve que su hija se va a morir y le pide al Señor: “Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva”. Los padres y madres comprendéis mejor que nadie la angustia de Jairo.

 El segundo drama lo vive  una mujer sencilla, que desde hacía doce años padecía hemorragias. Las perdidas de sangre de la hemorroisa no solo eran una enfermedad, sino que la hacían impura y excluida, y su contacto también hacía impuros a todos los que ella tocaba, según la religiosidad judía (cf. Lv 15,19-30).

Jesús tiene gran sensibilidad ante el sufrimiento de las personas, las cura y atiende. En Él se  revela y actúa el designio eterno de Dios que no quiere la muerte, sino la vida, que ha creado al hombre para la inmortalidad, haciéndolo imagen de su naturaleza.

Dios es fuente de vida. Y Jesús se nos muestra como el que, venciendo a la muerte, cumple el designio eterno de Dios y se convierte en el  que da vivida, y vida en plenitud (Cf Jn 10,10). 

Los milagros de Jesús, más allá del hecho físico, son signos de gracia y momentos de salvación; El relato de la curación de la mujer con hemorragias, y el episodio de la resurrección de la hija de Jairo, tienen una clara finalidad: llevar a los oyentes hacia una fe total en la persona de Cristo, que dice a Jairo: “No tema s; basta que tengas fe”; y a la hemorroisa : “Hija, tu fe te ha curado; vete en paz y con salud”.

Para el que se une a Cristo, desde la fe y el amor, la enfermedad y la muerte adquieren un nuevo significado. Pueden ser la señal de la configuración del bautizado a la muerte de Cristo, y, por consiguiente, también la prenda de su configuración con la vida eterna del Resucitado. 

Los relatos del Evangelio de hoy suscitan y alientan nuestra fe en el poder y acompañamiento del Señor. Esa fe, esa confianza absoluta en el Dios, que en el sufrimiento no nos deja solos, tiene un poder curativo, transforma nuestra vida  y “la salud recuperada es signo de algo más precioso que la simple curación física, es signo de la salvación que Dios nos da a través de Cristo”. La fe no es un "seguro" contra la enfermedad y la muerte. La fe no elimina, sino que ilumina nuestras enfermedades y nuestra muerte. La fe es una luz especial que, desde Cristo, ilumina la enfermedad y la muerte porque nos abre a la plenitud. La Resurrección de Cristo es el signo definitivo del Amor del Padre y el culmen de la Salvación: “He venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). Estamos llamados a la plenitud.

El Cristo que cura a la mujer con sólo su contacto, el Cristo que tiende la mano a la niña y la devuelve a la vida, es el mismo Cristo que en su Pascua triunfó de la muerte, atravesándola, experimentándola en su propia carne. Y el mismo que ahora sigue, desde su existencia gloriosa, estando a nuestro lado para que tanto en los momentos de debilidad y dolor como en el trance de la muerte sepamos dar a ambas experiencias un sentido pascual, incorporándonos a El en su dolor y en su victoria.
 Secundino Martínez Rubio



lunes, 22 de junio de 2015

ÚLTIMO ENCUENTRO DE ORACIÓN.

Miércoles 24, a las 19:00 h; en los Salones de la Parroquia de Altagracia

BUEN VERANO, 
QUE DESCANSES, 
Y... NO TE OLVIDES: 
ESTAR CON DIOS
 SIEMPRE ES UN DESCANSO.


domingo, 21 de junio de 2015

IR A LA OTRA ORILLA

Ir a la otra orilla,
a la orilla marginada y olvidada,
a la orilla expoliada y sin historia,
a la orilla que sufre y llora la miseria.

Ir a la otra orilla,
a la orilla en la que se hacinan tantas personas,
a la orilla de la que salen las pateras,
a la orilla que reclama justicia y vida digna.
 
Ir a la otra orilla
con el corazón y las manos limpias,
con la mente despejada
y entrañas compasivas.

Ir a la otra orilla
siguiendo tu propuesta y tus huellas,
sin mirar de soslayo
y sin añorar lo dejado en las riberas.

Ir a la otra orilla
sin corazas ni barreras,
con la humildad dentro y fuera
y la esperanza florecida.

Ir a la otra orilla
aunque se levanten huracanes y tormentas,
las olas zarandeen la barca
y Tú sigas dormido en popa.

Ir a la otra orilla
y dejarse empapar por sus personas,
por sus historias y vidas
de dolor, alegría y lucha.

Ir a la otra orilla
a sentir y vivir la buena nueva,
a compartir nuestra riqueza
y a recuperar tu presencia
.


Florentino Ulibarri

viernes, 19 de junio de 2015

DOMINGO XII 
T.O.(B)

Evangelio Mc 4,35-40


U
n día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: « ¡Silencio, cállate!»
El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: « ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»
 Se quedaron espantados y se decían unos a otros: « ¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»


Reflexión

“Vamos a la otra orilla”.

Con estas palabras ordena Jesús una travesía misionera, para llevar el evangelio a la otra orilla, a la Decápolis, tierra cercana pero habitada por paganos, gentes alejadas, de  otra cultura y religión.

También hoy esa es la consigna permanente del Papa Francisco: La salida misionera y dice: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las propias seguridades”. Vamos a la otra orilla” sigue siendo hoy la consigna.
Evangelizar implica una dinámica de salida misionera, un «ir hacia», un movimiento hacia lo otro, una penetración en la sociedad. Lo subrayan todos los evangelios «Id por todo el mundo» (Mc 16,15); «Id y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19) «Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea…» (Hch 1,8). La misión exige descentramiento, salida, desinstalación, capacidad de partir de nuevo, de atravesar los confines, de ampliar los horizontes… La evangelización es lo contrario a la autosuficiencia y al repliegue sobre nosotros mismos. Necesitamos salir de los caladeros de la tranquilidad de lo que siempre se ha hecho, no contentarnos con los allegados, salir a anunciar el Evangelio a los alejados, aunque tengamos que atravesar las tormentas de la vida.


 La tormenta

Jesús inicia la salida misionera . Embarca con los discípulos, pero como si no estuviera, está dormido. Deja que los suyos sufran ante el riesgo de la tormenta. Los discípulos despiertan a Jesús, gritándole su miedo. Él se levanta y calma al viento y al mar, y la barca puede hacer la travesía.

Fe para pasar a la otra orilla
Este evangelio nos plantea la cuestión de la Fe-Confianza en Jesús cuando las circunstancias son adversas. La preocupación angustiosa y desesperada de los discípulos ante el peligro, ante las olas embravecidas, es considerada por el mismo Jesús, como falta de fe. Tener fe, en este contexto, es sinónimo de confiar en el Señor.  Esta es la fe que Jesús espera de sus discípulos.  Es necesario que la comunidad se sienta acompañada por Jesús para afrontar las “tormentas” de la vida. Pero Jesús no encuentra en ellos esa confianza. Y esto le sorprende profundamente. « ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»

Se quedaron espantados.

El mandato de Cristo, ordenando al mar que volviese a la tranquilidad, hace que los discípulos se vean sobrecogidos por el temor: “Se quedaron espantados y se decían unos a otros: « ¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!» Es el  sobrecogimiento que experimentamos ante la presencia de lo que nos supera y nos trasciende, ante lo sobrenatural y divino. Un temor que resulta perfectamente compatible con la fe. Más aún, que nace de la fe misma y, al mismo tiempo, puede ser superado adecuadamente sólo desde ella.
La Iglesia tiene que ser audaz para “pasar a otras orillas” y dar testimonio de la fe en ámbitos que no nos son fáciles ni cómodos. Pero, sólo desde la fe-confianza en Jesús podremos pasar a la otra orilla y evangelizar; una iglesia encerrada enfermará y terminará muriendo, ha de salir, aunque tenga que atravesar las tormentas, por eso dice el Papa Francisco:“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las propias seguridades.
“Vamos a la otra orilla sigue siendo hoy la consigna. Equipaje imprescindible: la fe-confianza en el Señor, para atravesar las tormentas de la vida
 Secundino Martínez Rubio

viernes, 12 de junio de 2015

DOMINGO XI T.O. (B)


En el evangelio de hoy, manera sencilla y clara, Jesús describe el desarrollo del Reino de Dios con imágenes tomadas de la vida agrícola de su pueblo.


La primera comparación es con un agricultor que siembra y espera. Hace su trabajo, pero todo no depende de él. El sembrador prepara la tierra y siembra la semilla y, después, la semilla  crece por sí sola sin que el labrador le proporcione fuerza para germinar y crecer. En la semilla hay algo que no ha puesto el labrador. Una fuerza que no se debe al esfuerzo del hombre. Lo mismo sucede con el Reino de Dios. Jesús nos enseña que el Reino de Dios: es esencialmente don de Dios, no acción nuestra.
¡Cómo necesitamos aprender esto! A veces pensamos que todo es resultado de nuestro esfuerzo, logro de nuestros programas, conquista de nuestros esfuerzos. También en los trabajos por el Evangelio, a veces, se nos ha colado el activismo que busca la  eficacia, el éxito inmediato, los resultados, la utilidad, el rendimiento... El Evangelio siempre habla de frutos, nosotros casi siempre de resultados y no es lo mismo.

El Reino de Dios es gracia. La vida no se reduce a actividad y trabajo. En su misterio más profundo la vida es regalo, don. El Reino es gracia que sembramos, pero el que germine y crezca, no es fruto de nuestro esfuerzo. Por ello, nuestra principal ocupación es acoger la acción gratuita de Espíritu capaz de hacer crecer nuestra existencia y respetar pacientemente sus ritmos, que no suelen coincidir con nuestras prisas.

Por eso, la actitud más propia del creyente no es la lucha y el esfuerzo, que suelen terminar en el pesimismo del que no ve sus esfuerzos compensados. Lo que el Evangelio de hoy nos pide es la espera paciente y confiada, la admiración maravillada y el gozo agradecido. Las  parábolas de hoy resaltan el contraste entre la espera paciente del sembrador y el crecimiento irresistible de la semilla.

Hemos de ser sembradores del reino de Dios en el corazón de las personas, algo pequeñito, nada de cosas espectaculares para la vanidad social de sus autores, sino  pequeño, sencillo… como un grano de mostaza. La fuerza del Señor lo hará crecer.

Estamos en un momento pastoralmente inédito. Una situación nueva que  exige una nueva siembra del Evangelio y nadie tiene la solución…. Lo que necesitamos es sembrar la semilla del Evangelio con la humildad y la confianza puesta, no en nuestro esfuerzo, sino en quien da el incremento y  puede hacer crecer la semilla de la fe en la sociedad descristianizada de nuestros días.
S.MARTINEZ RUBIO

jueves, 11 de junio de 2015


ORACIÓN DEL PROFESIONAL SANITARIO

Señor, abre mis ojos
para que sepa reconocer en cada enfermo
tu Rostro y tu Presencia.

Abre mi mente
para que sepa tratar
a cada persona como única e irrepetible.

Abre mis oídos
para que acoja con amabilidad
las confidencias y las dudas de los enfermos.

Abre mi corazón
para que ofrezca esperanza
donde hay temor.

Inspírame, Señor,
para que pueda curar, aliviar y consolar
con una sonrisa, una buena palabra,
un gesto de afecto.

Dame la humildad de reconocer
que no soy la luz
sino instrumento de tu Luz;
que no soy el amor
sino expresión de tu Amor



ORACION DEL ENFERMO

Señor,
estoy en una nueva etapa de mi vida,
y necesito un suplemento de fuerza
para creer, vivir y amar.

Concédeme la gracia de vivir plenamente
este tiempo presente
que Tú me regalas.

Hazme descubrir, Señor,
cuál es hoy mi misión,
porque el árbol de la vida
da el fruto propio de cada estación,
y no hay límites de edad para el amor.
Que tu Presencia amorosa
sea el secreto de mi felicidad.

Concédeme, Señor, el gozo
de seguir estando al servicio de los demás;
ábreme al ministerio de la escucha,
de la compasión y de la intercesión.
Que así sea un reflejo de tu Bondad.

Y cuando ya no tenga más que darte
sino mis limitaciones y cansancios
acéptalos
como la última ofrenda de la tarde.

Señor, dame fuerzas

para amar hasta el final.

sábado, 6 de junio de 2015



CORPUS CHRISTI

Corpus Christi es la fiesta de la Presencia verdadera, real y substancial de Jesucristo en la Eucaristía. La fiesta del Corpus es inseparable de la del Jueves Santo, en el que celebramos  la institución de la Eucaristía. Mientras que el Jueves Santo se revive LA PRESENCIA de Cristo, que se nos ofrece para ser REPARTIDO en el pan o en el vino, hoy día del Corpus, esa PRESENCIA se ofrece para ser CONTEMPLADA Y ADORADA por el Pueblo de Dios.

Antes de morir, Jesús nos hizo entrega de su Cuerpo, de su presencia no meramente simbólica, sino “real”,”verdadera” y “substancial”  en la Eucaristía. Hay otras presencias de Cristo, en la Comunidad, en la Palabra de Dios, en los pobres…Pero el Cuerpo de Cristo, en el sacramento de la Eucaristía, es el signo viviente y primordial de la presencia del Señor entre nosotros y sólo alimentados por esta presencia podemos reconocerle y servirle en las demás presencias.

Presencia manifestada y adorada

El Cuerpo de Cristo alcanza su pleno sentido cuando lo comemos. Cuando nos apropiamos de él y lo gustamos. Pero, es distintivo de esta fiesta  manifestarlo, mostrarlo públicamente, sacarlo a nuestras calles en PROCESIÓN como sacramento de su presencia real entre nosotros. Exponer su Presencia para adorarla. Eso pretende la  Procesión: Mostrar la presencia a los sentidos: A la Vista: Custodia, altares; olfato: hierbas aromáticas, Oído música: danzas. No llevamos una imagen. Llevamos a Cristo, presente en la figura del pan, por las calles de nuestra ciudad. Encomendamos estas calles, estas casas, nuestra vida cotidiana, a su bondad. ¡Que nuestras calles sean calles de Jesús! ¡Que nuestras  casas sean casas para él y con él! Que en nuestra vida de cada día penetre su presencia. Con este gesto, ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la vida de los jóvenes y de los ancianos, los niños…; las tentaciones, los miedos, toda nuestra vida. La procesión quiere ser una bendición grande y pública para nuestra ciudad: Cristo es, en persona, la bendición divina para el mundo.  No dejéis de participar en la procesión. 


S. Martínez Rubio