viernes, 28 de septiembre de 2018


DOMINGO XXVI T.O. (B)

EVANGELIO: Mc  9, 38‑43. 45. 47‑48

E
n aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros». Jesús respondió: «No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Y, además, el que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga. Y, si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies al infierno. Y, si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado con los dos ojos al infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga».

REFLEXIÓN
Un domingo más, la Palabra de Dios llega hasta nosotros. La primera lectura tomada del libro de los Números, nos ha contado un hecho de la vida de Moisés. Dos personas, que pertenecían al grupo de los setenta ancianos que reciben el don de profecía, no estaban  con el grupo cuando se le concede ese don, pero los dos ausentes lo reciben también mas tarde y se ponen a profetizar. Esto provoca la reacción de alguno que quiere que Moisés se la prohíba. Moisés los invita a todos a alegrarse de que el espíritu del Señor se haga presente también en quienes, inicialmente, no se esperaba que lo recibieran.
El texto nos invita también a nosotros a alegrarnos de que el amor de Dios se manifieste también a través de aquellos que no son cristianos o que no forman parte de la Iglesia.
La segunda lectura, es del apóstol Santiago, que habla con lenguaje claro y directo de los ricos y de los pobres. Denuncia a quienes acumulan bienes cuando hay tantos que viven en la pobreza. Les dice que su riqueza está corrompida, que han vivido con lujo y entregados al placer, indiferentes al drama de los que no tienen lo necesario para vivir.
Esta lectura nos enseña a todos que mientras haya personas que sufren, que viven en la miseria, que pasan hambre o que miran con angustia el futuro… el cristiano no puede permanecer indiferente. Tiene que actuar, ir al encuentro del otro y ayudar y compartir y ser solidario, si de verdad se llama y es cristiano.
El relato del evangelio tiene tres partes. En la primera, Jesús alerta contra la intransigencia e intolerancia excluyente. Juan, representando a los discípulos, parece querer monopolizar a Jesús e impedir a otros realizar obras buenas. Jesús les enseña que lo importante es hacer el bien, al margen de pertenencias. Lo esencial no es «ir con nosotros» sino «estar a favor nuestro». “Quién no está contra nosotros está a nuestro favor”. Ser personas tolerantes e inclusivas nos acerca al estilo de Jesús. Tenemos que aprender a armonizar diferencias y unidad.

 En la segunda parte, Jesús incide en la recompensa que recibirá quien asista a uno de los suyos, es decir, a uno de los pequeños que creen en él: “El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa”.
Para los discípulos y para nosotros,  es una lección de acogida a los “pequeños”, a los no valorados, necesitados, …, Acogerles y no escandalizarles, no hacerles tropezar. 

En la tercera parte, Jesús enseña que la fidelidad a la hora de seguirle tiene su precio y que tenemos que saberlo pagar, renunciando a todo aquello que nos separa del proyecto de Jesús. El lenguaje es duro porque están en juego dos elementos muy importantes: la solicitud por los pequeños y el discipulado verdadero.
Escandalizar es ser “piedra de tropiezo”. Ser ocasión de que alguien se aleje de Dios, por nuestra forma de actuar o de hablar.  Debe ser evitado como el mal más grave que pudiera sucedernos. En su comparación pasan a un segundo plano las cosas más queridas: la mano, el pie, el ojo, incluso la vida misma. La razón está en que el escándalo se convierte en la causa u ocasión para elegir lo que es contrario a Dios y a la Vida

¿Excluimos a quienes nos van con nosotros, que no son de los nuestros? ¿Valoramos el gesto pequeño de dar un vaso de agua, o excusamos  con la necesidad de hacer cosas grandes para terminar no haciendo nada? ¿Somos piedra de tropiezo para la fe de los sencillos o de los menos importantes dentro de la iglesia? ¿Qué aspectos de mi vida tendría que cortar para mantener el seguimiento de Jesús?
 SMR

miércoles, 19 de septiembre de 2018


DOMINGO XXV T.O. (B)
Mc 9,30-37

En aquel tiempo instruía Jesús a sus discípulos. Les decía: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará.
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaúm, y, una vez en casa, les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino?
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: -Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.

REFLEXIÓN

Como cada domingo hemos escuchado la Palabra de Dios  y ahora reflexionamos sobre su contenido y enseñanza.

La primera lectura, tomada libro de la Sabiduría, nos dice que el comportamiento del justo resulta incomodo y puede ser atacado por quienes han optado por el camino del mal, porque su conducta constituye un duro reproche para ellos. Este texto nos ayuda a comprender la muerte que Jesús anuncia en el evangelio, y quiere alentar al justo que procede honradamente; sobre todo, cuando experimenta esa prueba del rechazo y la crítica de los que opinan y actúan de otro modo y piensan en afrentarle, torturarle, incluso en su destruirle. Cuando nos veamos en esas circunstancias mantengamos nuestra fidelidad, no tengamos miedo, Dios está con nosotros. No nos abandona. 

La segunda lectura es del apóstol Santiago. Hoy nos hablaba de que lo que destruye la convivencia  son las envidias, las rivalidades, las discordias, que surgen dentro de la comunidad cristiana, que el autor de la carta atribuye al deseo de placer, la codicia y la ambición. Cuando, como los apóstoles según el evangelio de hoy, discutimos sobre rangos, categorías y sobre quien es el más importante, echamos leña al fuego de la discordia en la comunidad.

El relato del evangelio de hoy presenta el segundo anuncio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Como le pasó a Pedro, en el primer anuncio, los discípulos siguen sin entender y mientras Jesús les habla de servicio a los demás hasta el sacrificio, ellos están enzarzados en una discusión sobre quién ocupará el primer puesto en el Reino, quién sería el más importante.

Jesús no les reprende por la pretensión de ocupar el primer puesto. Simplemente ofrece un criterio y traza un camino: “Si Alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. El afán de superación, el deseo de ser el primero, el anhelo de triunfo y éxito en la vida, parecen, en principio, aspiraciones legítimas del ser humano; el problema, normalmente, está en los medios que utilizamos para alcanzar esas metas. Jesús no dijo que dejemos de aspirar a ser los primeros, pero nos señala el único camino humano y humanizador para lograrlo: el amor entregado, el servicio.

El gesto simbólico del niño, que Jesús puso en medio para explicárselo, significa lo mismo. Únicamente que en el se acentúa lo pequeño e insignificante.

La figura bíblica del niño no es símbolo de inocencia y ternura, sino de marginación e indefensión, signo de quien carece de grandeza, de quien no cuenta. «El que acoge a uno de estos pequeños en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado a mí». En este texto Jesús no anima a ser cariñosos con los niños, sino a recibirlos en su nombre, a acoger en la comunidad cristiana a los que el mundo tiene por insignificantes y carecen de grandezas, como los niños. Y esto es tan revolucionario como lo anterior sobre la grandeza y servicio.
 En contra de la pretensión de poder y dominio Jesús pone el servicio al desvalido, al que no cuenta. De ahí  que la imagen del niño señala la única forma se seguir y acoger a Jesús, de sentirnos salvados por Él, libres del sinsentido al que nos llevan las ansias de poder de prestigio. Cristo  ha elevado a la categoría de un servicio prestado a él mismo y, en definitiva, a Dios, la acogida a los pequeños e indefensos.
SMR

sábado, 15 de septiembre de 2018


DOMINGO XXIV T.O. (B)

Mc 8,27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías». Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado, y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: « ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!» Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará».

REFLEXIÓN

Una vez más hemos escuchado la Palabra de Dios y ahora reflexionamos sobre su contenido y enseñanza para nosotros.

 La primera lectura, del profeta Isaías, hace referencia a un personaje llamado “Siervo de Yahvé. Alguien que soporta el dolor y el sufrimiento, no como castigo de Dios como se creía normalmente, sino con la conciencia de que Dios está a su lado y que nunca le abandonará. Ese “Siervo de Yahvé”, que anuncia Isaías, se hizo realidad en la persona de Jesús que en la pasión es torturado y clavado en la cruz, soportando el sufrimiento.
También a nosotros nos alcanza el dolor, el sufrimiento. Y, de momento, nos desconcierta; nos hace sentir la fragilidad y la limitación de la naturaleza humana. La lectura de Isaías nos enseña que, en esos momentos, no estamos solos, que Dios nos acompaña, camina a nuestro lado, asume nuestro sufrimiento. Hagamos nosotros lo mismo que el Señor: acompañemos y seamos alivio y consuelo para el que sufre.

         La segunda lectura del Apóstol Santiago nos dice que la fe ha de ir acompañada de las buenas obras; que no basta decir que creemos en Dios, si, a la par, no ayudamos al que necesita nuestra ayuda. Fe en Dios y amor solidario y efectivo son dos cosas que deben ir profundamente unidas, si queremos que nuestra fe sea auténtica y verdadera. Los cristianos no podemos vivir al margen de los que sufren, indiferentes al drama de tantos “Lázaros sufrientes” tirados en los portales de la vida.

         En el relato del evangelio de hoy  tiene dos partes: la primera centrada en la identidad de Jesús y la segunda en su destino sufriente. Jesús hace lo que hoy llamaríamos un "sondeo de opinión", y pregunta a los discípulos lo que piensa la gente acerca de él. Ellos responden que la gente tiene a Jesús por un profeta, un gran maestro, una gran personalidad, alguien importante. La respuesta no es mala, pero es incompleta.  Después, pregunta a los discípulos por lo que piensan ellos mismos de Jesús y responde Pedro aparentemente bien: diciendo que Jesús es el Mesías.
¿Para ti quién soy yo? nos sigue preguntando Jesús a cada uno. Estamos llamados a responder esa pregunta, sobre todo, con nuestra vida. Jesús será, para nosotros, lo que diga nuestro modo de actuar.

Pedro, que ha respondido que Jesús es el Mesías, se resiste a aceptar que el Mesianismo de Jesús sea el del Siervo de Yahvé sufriente. Jesús le corrige y  manifiesta a todos las condiciones del discipulado: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga".

"El que quiera..." Es voluntario. Pero el que se decida tiene que hacerlo DETRÁS DE ÉL, por el camino que Él traza. El camino del discípulo tiene que ser el del Maestro. Y ese camino significa:

  • "Que se niegue a sí mismo". No es anularse, Significa no ponerse a sí mismo como centro de la propia existencia. Superar el egoísmo y vivir abiertos al amor a Dios y a los demás, como Jesús. Es vivir abiertos al amor, y eso comporta sufrimiento, dolor.
  • Que cargue con su cruz". Es asumir la conflictividad y sufrimiento que conlleva el vivir siendo fieles a  Jesús.
  • “Y me siga”: No es un mero acompañarle exteriormente, ni sólo confesarle, sino adherirse a su persona, comulgar con su vida, proseguir su causa y tomar parte en su destino histórico.


Aparentemente estas condiciones son muy duras y Jesús las justifica argumentando: "Si uno quiere salvar la vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará". “Quien busca salvar la vida", cerrándose en su interés egoísta, termina por autodestruirse, pierde la vida. "Quien pierde la vida por Jesús", dándole sentido en la entrega amorosa, la encuentra para siempre. La Vida es fruto de la muerte; no solamente en el último día, sino cada día. Por eso es preciso perderla para encontrarla -de nuevo- purificada.

Se gana lo que se entrega, se pierde lo que se guarda. La resurrección de Jesús fue fruto de su entrega. Pero tendríamos que preguntarnos :¿Qué es para nosotros “ganar” o “perder” la vida?

viernes, 7 de septiembre de 2018


DOMINGO XXIII T.O. (B)


EVANGELIO

E
n aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. El, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, «ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. El les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

REFLEXIÓN
   
     Hemos escuchado las lecturas propias del domingo veintitrés del tiempo ordinario y ahora vamos a profundizar su mensaje.

      La primera lectura esta  tomada del libro de Isaías. En ella Isaías se dirige a los desterrados en Babilonia, que van perdiendo la esperanza de regresar a la patria que un día, ellos mismos o sus padres, se vieron obligados a abandonar. Las palabras del profeta son palabras de ánimo, de esperanza, destinadas mantener la fortaleza de los creyentes frente al miedo. Les anuncia que Dios mismo se pondrá al frente de la liberación del pueblo y  les describe una nueva realidad que está a punto de producirse: “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.”

 Pidamos al Señor que suscite también en nosotros esa esperanza que tanto necesitamos cuando atravesamos las “cañadas oscuras” de la vida y estamos hundidos, cuando lo pasamos mal, cuando sufrimos.

         La segunda lectura es del apóstol Santiago y su interpretación no admite dudas. Es clarísima. No podemos hacer acepción de personas por favoritismo, es decir, no podemos tratar  bien al que es rico y poderoso y despreciar a aquel que no nos puede aportar nada. Y, todo esto, porque, viene a decir el apóstol, Dios ha tomado partido por los pobres y los necesitados. Si con alguien debemos mostrar una predilección especial es con aquellos que están siendo “maltratados” por la vida.

El relato del evangelio de Marcos nos ha presentado uno de los muchos milagros hechos por Jesús. En este caso, se trata de la curación de “un sordo que apenas podía hablar.”
La curación muestra que con Jesús ha comenzado la era mesiánica, época de la salvación que profetizaba Isaías:
«Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo.».

¿Qué nos dice hoy a nosotros hoy este hecho milagroso?

La incomunicación no es solamente el resultado de problemas fisiológicos. Hay otros factores que igualmente condenan al aislamiento y a la incomunicación, a la sordera y al mutismo.

·        Familias sordas y mudas: sin comunicación entre la pareja, entre padres e hijos, entre hermanos…En mundos completamente diferentes. ¡aislados!
·        Inmigrantes que se sienten extraños, que no conocen la lengua o, conociéndola, extrañan la cultura, las costumbres, los  valores… ¡aislados!
·        Gente que se siente sola e incomunicada, aunque navegue por Internet, y esté pegada a la tele y colgada de las redes sociales, ¡aislados!
·        Gente incapacitada, por los ruidos y distracciones, para escuchar la voz de Dios que habla a través de los acontecimientos. Gente que no percibe los gritos de las necesidades de sus hermanos. ¡aislados!
·        Gente con la lengua bloqueada, incapaz de pronunciar una palabra de acercamiento, de perdón, de optimismo… ¡aislados!

 Y… cuando rompemos la relación con Dios y con los demás, taponamos las fuentes de la vida. Cuando vivimos aislados, dejamos de ser semejanza de Dios, que es relación, Trinidad. «Ábrete» es el mandato del Señor.¡Ábrete! porque recuerda: Vivir no es durar porque respiras, vivir es otra cosa. ¡Ábrete!

S.M.R.