sábado, 15 de septiembre de 2018


DOMINGO XXIV T.O. (B)

Mc 8,27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías». Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado, y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: « ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!» Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará».

REFLEXIÓN

Una vez más hemos escuchado la Palabra de Dios y ahora reflexionamos sobre su contenido y enseñanza para nosotros.

 La primera lectura, del profeta Isaías, hace referencia a un personaje llamado “Siervo de Yahvé. Alguien que soporta el dolor y el sufrimiento, no como castigo de Dios como se creía normalmente, sino con la conciencia de que Dios está a su lado y que nunca le abandonará. Ese “Siervo de Yahvé”, que anuncia Isaías, se hizo realidad en la persona de Jesús que en la pasión es torturado y clavado en la cruz, soportando el sufrimiento.
También a nosotros nos alcanza el dolor, el sufrimiento. Y, de momento, nos desconcierta; nos hace sentir la fragilidad y la limitación de la naturaleza humana. La lectura de Isaías nos enseña que, en esos momentos, no estamos solos, que Dios nos acompaña, camina a nuestro lado, asume nuestro sufrimiento. Hagamos nosotros lo mismo que el Señor: acompañemos y seamos alivio y consuelo para el que sufre.

         La segunda lectura del Apóstol Santiago nos dice que la fe ha de ir acompañada de las buenas obras; que no basta decir que creemos en Dios, si, a la par, no ayudamos al que necesita nuestra ayuda. Fe en Dios y amor solidario y efectivo son dos cosas que deben ir profundamente unidas, si queremos que nuestra fe sea auténtica y verdadera. Los cristianos no podemos vivir al margen de los que sufren, indiferentes al drama de tantos “Lázaros sufrientes” tirados en los portales de la vida.

         En el relato del evangelio de hoy  tiene dos partes: la primera centrada en la identidad de Jesús y la segunda en su destino sufriente. Jesús hace lo que hoy llamaríamos un "sondeo de opinión", y pregunta a los discípulos lo que piensa la gente acerca de él. Ellos responden que la gente tiene a Jesús por un profeta, un gran maestro, una gran personalidad, alguien importante. La respuesta no es mala, pero es incompleta.  Después, pregunta a los discípulos por lo que piensan ellos mismos de Jesús y responde Pedro aparentemente bien: diciendo que Jesús es el Mesías.
¿Para ti quién soy yo? nos sigue preguntando Jesús a cada uno. Estamos llamados a responder esa pregunta, sobre todo, con nuestra vida. Jesús será, para nosotros, lo que diga nuestro modo de actuar.

Pedro, que ha respondido que Jesús es el Mesías, se resiste a aceptar que el Mesianismo de Jesús sea el del Siervo de Yahvé sufriente. Jesús le corrige y  manifiesta a todos las condiciones del discipulado: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga".

"El que quiera..." Es voluntario. Pero el que se decida tiene que hacerlo DETRÁS DE ÉL, por el camino que Él traza. El camino del discípulo tiene que ser el del Maestro. Y ese camino significa:

  • "Que se niegue a sí mismo". No es anularse, Significa no ponerse a sí mismo como centro de la propia existencia. Superar el egoísmo y vivir abiertos al amor a Dios y a los demás, como Jesús. Es vivir abiertos al amor, y eso comporta sufrimiento, dolor.
  • Que cargue con su cruz". Es asumir la conflictividad y sufrimiento que conlleva el vivir siendo fieles a  Jesús.
  • “Y me siga”: No es un mero acompañarle exteriormente, ni sólo confesarle, sino adherirse a su persona, comulgar con su vida, proseguir su causa y tomar parte en su destino histórico.


Aparentemente estas condiciones son muy duras y Jesús las justifica argumentando: "Si uno quiere salvar la vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará". “Quien busca salvar la vida", cerrándose en su interés egoísta, termina por autodestruirse, pierde la vida. "Quien pierde la vida por Jesús", dándole sentido en la entrega amorosa, la encuentra para siempre. La Vida es fruto de la muerte; no solamente en el último día, sino cada día. Por eso es preciso perderla para encontrarla -de nuevo- purificada.

Se gana lo que se entrega, se pierde lo que se guarda. La resurrección de Jesús fue fruto de su entrega. Pero tendríamos que preguntarnos :¿Qué es para nosotros “ganar” o “perder” la vida?

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