domingo, 31 de marzo de 2019


DOMINGO IV 
DE CUARESMA ( C )
EVANGELIO Lc  15, 1-3. 11-32
"Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; El menor de ellos dijo al padre: `Padre, dame la parte que me toca de fortuna.' El padre les repartió los bienes. No pocos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible y él empezó a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a una habitante de aquel país, que lo envió a sus campos aguardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: ` ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me pondré en camino a donde está mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.'  Se puso en camino  adonde estaba su padre: Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó  al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: `Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.'  Pero el padre dijo a sus criados: ` Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies. Traed el ternero cebado, matadlo, celebremos un banquete;  porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado. Y empezaron el banquete.
 Su hijo mayor estaba en el campo.  Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud. Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha vuelto ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado. El padre le dijo: Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado.”

REFLEXIÓN

El Evangelio nos presenta la parábola del Padre misericordioso, dispuesto a perdonar y que siempre nos espera. Lo primero que llama la atención es la tolerancia del Padre ante la decisión del hijo menor de irse de casa. Podría haberse opuesto. Sin embargo, le deja en libertad. Así actúa Dios con nosotros: nos deja libres, también cuando usamos la libertad para equivocarnos.

El Padre tiene dos hijos y el menor quiere independizarse. Un día le pidió al Padre la parte de su herencia, y se fue a organizar la vida por su cuenta. Lejos de la casa del Padre  “derrochó su fortuna”,y “Comenzó a pasar necesidad”. Un día, el Padre que lo vio marcharse de casa, no de su corazón, donde ha estado siempre, lo ve aparecer a lo lejos y se conmueve, corre a su encuentro, lo abraza y lo besa lo acoge, lo perdona y hace una fiesta en su honor.

El hijo mayor, que siempre ha permanecido en casa, está indignado y protesta porque no entiende y no comparte toda la bondad y misericordia del Padre hacia el hermano que se había equivocado. También al encuentro de este hijo sale el Padre  y le recuerda que ellos han estado siempre juntos, tienen todo en común, pero es necesario acoger con alegría al hermano que ha vuelto a casa.

 Esto nos recuerda que cuando uno se siente hundido por el peso del pecado, como el hijo menor, es el momento de ir al Padre. Pero cuando uno se siente justo y soberbio, también es momento de acudir al Padre que espera a los que se reconocen pecadores y va a buscar a aquellos que se sienten justos.

En la parábola se puede entrever un tercer hijo. El que está contando la parábola. El que "siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo" (Flp 2, 6-7). ¡Este es Jesús! El rostro visible del corazón del Padre: Él acoge a los hijos pródigos, lava sus pies sucios; Él prepara el banquete para la fiesta del perdón. Y nos enseña a ser "misericordiosos como el Padre".

 Esta es hoy LA BUENA NOTICIA: que Dios es como el Padre de la parábola. Alguien que nos acoge y nos perdona más de lo que merecemos, que solo quiere nuestra alegría. Que continúa considerándonos sus hijos cuando nos hemos perdido, y viene a nuestro encuentro con ternura cuando volvemos a Él. Y nos habla con tanta bondad cuando nosotros creemos ser justos.

Y, por eso Jesús, que es la imagen visible del Dios invisible, ACOGE A LOS PECADORES Y COME CON ELLOS, que era la acusación y el motivo de escándalo por el que Jesús contó la parábola.

En el sacramento de la Reconciliación podemos siempre comenzar de nuevo: Él nos acoge, nos restituye la dignidad de hijos suyos, y nos dice: ¡Quédate en paz!

Dejémonos alcanzar por la mirada llena de amor de nuestro Padre, y volvamos a Él con todo el corazón, rechazando cualquier compromiso con el pecado.

domingo, 24 de marzo de 2019

RETIRO PARROQUIAL.

MIÉRCOLES 27 A LAS 18:00h

NO DEJES DE ASISTIR. 
ESTE ES EL TIEMPO DE LA MISERICORDIA


sábado, 23 de marzo de 2019


DOMINGO III DE CUARESMA ( C)

EVANGELIO: Lc 13,1-9

En aquella ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: ¿pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos diez y ocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola: uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: Señor, déjala todavía un año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, al año que viene la cortarás.

REFLEXIÓN
El Evangelio de este domingo tiene dos partes. En la primera relata dos hechos trágicos, que ocurrieron en tiempos de Jesús. El primero: el de un grupo de galileos que fueron asesinados por la guardia de Pilato, en el templo de Jerusalén. El segundo un accidente: el hundimiento de una torre que se estaba construyendo y que aplastó a dieciocho personas. Dos tragedias como tantas de las que ocurren cada día en nuestro mundo.

Ante esas situaciones la gente reacciona achacándolas a Dios que las manda. Para los fariseos el bienestar y la desgracia son lo que Dios nos manda según uno se porte bien o mal. Esta es una falsa imagen de Dios. Tal vez sigue siendo el modo de pensar de muchos cristianos. Pero, esa no es la postura de Jesús. Ese no es el Dios que predicó Jesús.

Jesús no intenta dar una respuesta religiosa, ni histórica, a las dos desgracias que le cuentan a Jesús. El se niega a poner en relación las desgracias de la vida con un castigo de Dios: “¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no”. La tragedia de los galileos que mató la guardia de Pilato y la de los que mueren aplastados por la torre, no son un castigo de Dios. Esas tragedias forman parte de la vida por el pecado del hombre y la limitación de la naturaleza.

Para Jesús las desgracias no han de verse como castigo divino, sino como oportunidad de conversión, son ocasiones, no para echarle la culpa a Dios de lo que ocurre, sino para cambiar nuestra vida. 

En la segunda parte del texto Jesús presenta una parábola: la del que tenía una higuera en su viña y, como no encontraba fruto en ella, pensó en cortarla, pero a petición del viñador le da otra oportunidad.

De la parábola se deduce que la respuesta a la conversión está,   en el hecho de dar frutos, pero, a la vez, nos presenta la paciencia de Dios y su empeño por facilitarnos la tarea de fructificar.

Así es nuestro Dios, no se cansa nunca de esperarnos, siempre nos da otra oportunidad. Tendríamos que aprovecharla, no por miedo, sino por amor a quien tanto nos quiere y tanto nos espera. De momento sigue brillando la paciencia divina. Pero no es cuestión de aplazar la conversión indefinidamente y responder: Mañana le abriremos… para lo mismo responder mañana!  Porque: “si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”.

¿Cuántas veces ha venido Dios a buscar fruto a la higuera de mi vida  sin encontrarlo?  ¿Será necesaria una poda en mi vida para que se renueve y revitalice? Pues… este es el tiempo de la misericordia
Feliz Domingo

sábado, 16 de marzo de 2019


DOMINGO II DE CUARESMA ( C)

Evangelio: Lc 9,28b-36

En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria hablaban de su muerte, que se iba a consumar en Jerusalén. Pe dro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: “Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle”. Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que y habían visto
REFLEXIÓN
El Evangelio de este domingo nos relata la Transfiguración de Jesús.

Los discípulos están desconcertados porque Jesús le ha anunciado su muerte y se resisten a aceptarlo. No acaban de entender qué tipo de Mesías es Jesús. No acaban de entender el camino del sufrimiento, de la entrega, el camino del Siervo, que Jesús ha elegido.

En ese contexto acontece la Transfiguración en la que Dios confirma  lo dicho en el Bautismo: que Jesús es su Hijo amado y  que su misión pasa por la entrega de su propia persona, como estaba escrito en la Ley y los Profetas (presencia de Moisés y Elías).

El Señor se llevó a Pedro, Santiago y Juan, y en un contexto de oración se transfiguró. En un momento privilegiado de gracia, los discípulos pudieron acceder a una visión más profunda de la identidad de Jesús. La transfiguración manifiesta el destino glorioso de Jesús, que fortalece la fe desconcertada de sus discípulos, pero, confirma lo que Jesús les ha anunciado: que el camino que conduce a ese destino de gloria es el camino de entrega. Destino de gloria y camino de entrega no se pueden separar.

Pedro pretende llegar al destino glorioso sin recorrer el camino de entrega. Y se equivoca; por eso, cuando pretende hacer tres tiendas y quedarse en la gloría, sin recorrer el camino de entrega, dice el texto: “no sabía lo que decía”. Pedro, los apóstoles, y nosotros con ellos, hemos de comprender mejor. Por eso la voz del cielo recomienda escuchar a Jesús. Escucharle en el monte Tabor, donde se transfigura y manifiesta su destino de gloria, y escucharle en el monte de los Olivos, donde  asume su camino de entrega que culmina en el monte Calvario. Los mismos Apóstoles (Pedro, Santiago y Juan) que hoy quieren quedarse en el Tabor,
 monte de la gloria, son los que le dejan solo en el monte de los Olivos y en el Calvario, montes de la entrega.

La Transfiguración ilumina nuestra vida diaria. Nosotros también, en nuestra vida, pasamos a menudo por momentos de desaliento, de dudas, de cansancio. Nos resistimos a que el seguimiento del Señor, además de ser difícil, nos complique la vida, nos pida la vida misma, la entrega no de cosas, sino de nuestra persona. Nos martillean las preguntas ¿por qué tiene que morir el grano de trigo para que haya espiga? ¿Por qué el camino es el servicio y no la fuerza, el poder, el prestigio? ¿Por qué hay que “perder” la vida para ganarla?...

Necesitamos ponernos en contexto de oración, donde se produce la "transfiguración". Hacer silencio y caminar a nuestro interior, recogernos y abrirnos a la Presencia que habita “de nuestra alma en el más profundo centro”. Necesitamos escuchar. Escuchar al Hijo amado, El nos mostrará su gloria, que nos aguarda también a nosotros y nos refirmará en el camino de entrega para lograrla. Fundamentará nuestra vida y nuestra muerte.

Hay que estar alerta ante el peligro de quedarnos extasiados y querer disfrutar el destino glorioso ahorrándonos el camino de entrega. Recuperados por el recogimiento en nuestro interior, donde escuchamos al Hijo amado, hemos de volver a la realidad, al mundo, a la historia, al camino de cruz, a la vida, pero ahora contemplada de modo nuevo, llena de sentido, salvada, transfigurada.


SMR

viernes, 8 de marzo de 2019


DOMINGO I DE CUARESMA


Evangelio Lc 4,1-13

Jesús, lleno de Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.»  Jesús le respondió: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre». Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré todo el poder y la gloria de todo esto, porque  a mí me lo han dado y yo se lo doy a quien quiero. Si  tú te rodillas delante de mí, Todo será tuyo». Jesús le respondió: «Está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás y sólo a él darás culto». Entonces lo llevó después a Jerusalén y lo puso en el alero del Templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo; porque está escrito: “Encargará a sus ángeles que cuiden de ti”, y también: “te sostendrán en sus manos para que  tu pie no tropiece con las piedras». Jesús le respondió: «Está mandado: No tentarás al Señor tu Dios.» Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Reflexión

Estamos en el primer Domingo de cuaresma. Hemos escuchado el relato de las Tentaciones, que viene a ser la prueba para saber cómo orienta Jesús su actividad y los peligros que corre en ella.

 El relato de las Tentaciones de Jesús está unido a su Bautismo. En el Bautismo, quedó claro que Jesús es el “Hijo, el amado, el predilecto".Había quedado trazada su misión salvadora al estilo del mesianismo del Siervo. Un estilo forjado en el sufrimiento solidario.
 

En las tentaciones se prueba ese ser Hijo, qué estilo va a tener, qué modo va a adoptar. A Jesús se le tienta con la posibilidad de ser Hijo apartándose de la opción clave de Dios, que es la Encarnación. Jesús rechaza apartarse de Dios y rechaza los modos incorrectos, pecaminosos,  de ser Hijo Amado y de realizar la misión salvadora, que ha recibido del Padre. Con la respuesta a las tentaciones Jesús presenta el estilo del cristiano y de la Iglesia. También nosotros, continuadores de la misión del Reino, hemos de optar por el estilo de Dios, como lo hizo Jesús.

La primera tentación tiene como motivo una necesidad material: el hambre: "Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan". Pero Jesús responde con la Sagrada Escritura: "No sólo de pan vive el hombre" (cf. Dt 8, 3). Es la invitación a utilizar el poder de ser Hijo de Dios en provecho propio, para calmar el hambre. Jesús es incitado a vivir para sí y sus intereses. Ese estilo se saltaría el camino de la encarnación. Es la tentación que experimenta la Iglesia cuando confunde la misión con sus intereses. Jesús nos enseña: Primero, a no utilizar su poder en beneficio propio y  segundo, nos enseña a confiar en Dios y a mirar la vida de manera amplia y profunda, que va mucho más allá de la necesidad primaria del hambre material. Hay, en nosotros, otras muchas hambres espirituales, que solo con la Palabra de Dios pueden ser alimentadas. 

La segunda tentación parte del deseo de poder y gloria. “El diablo le mostró…todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré todo el poder y la gloria de todo esto,… Si  tú te rodillas delante de mí.  La tentación consiste en abandonar el camino del servicio, que Jesús ha elegido, por el poder, para vencer la oposición al  mensaje.  ¿No sería bueno tener el mayor poder posible y usarlo para evangelizar?  ¡Así funciona el mundo! ¡El que no tiene poder, fracasa! Es el engaño del poder, que Jesús desenmascara y rechaza: "Al Señor, tu Dios adorarás, y a él solo darás culto" ( Cf. Dt 6, 13). Porque la oferta del poder tiene un añadido: “Si  tú te rodillas delante de mí” "si me adoras". Y eso supondría abandonar la confianza en el Padre, para ponerla en el poder. Es reconocer como dueño y señor a alguien distinto del Padre.  Y la respuesta de Jesús: «Está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás y sólo a él darás culto».

La última tentación es la de la espectacularidad. El tentador le propone una prueba espectacular: tirarse del alero del templo. Así quedará claro si es o no el Hijo de Dios. Ante lo difícil de la tarea se le pide a Dios que conceda al elegido un signo milagroso, espectacular, una señal que tranquilice y haga pastoralmente rentable la tarea… es el utilizar el espectáculo para obtener resultados espectaculares, en vez de los frutos del camino de la encarnación y el servicio. Jesús no acepta este camino y, citando el Deuteronomio, dice: “No tentarás al Señor tu Dios” (Dt 6,16). Porque, en el fondo, cualquier petición de signos y prodigios encubre una duda en la protección divina. Jesús confía plenamente en Dios, no quiere signos ni los pide.

La tentación no es el pecado y se puede vencer, como hizo Jesús. La tentación nos pone a prueba, evalúa el amor que decimos tener a Dios y a los demás. Para vencerla, contamos con la ayuda del mismo Dios. Así se lo pedimos, tantas veces, en la oración del Padre Nuestro, cuando decimos: “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.”
SMR


martes, 5 de marzo de 2019



MIÉRCOLES 
DE CENIZA

Iniciamos la CUARESMA. Cuarenta días de conversión y renovación. Camino hacia la Pascua. La Cuaresma tiene varios RITOS, cuyo significado profundo hemos de conocer y vivir para no quedarnos en la repetición de actos meramente externos, meras costumbres repetidas, y que el Señor nos pudiera decir, como dijo a los fariseos, con palabras del profeta Isaías:” Este pueblo de me honra con los labios; Mas su corazón lejos está de mí. (Mateo 15:8-9)
Veamos pues algunos de los signos cuaresmales y su significado:

LA CENIZA: El rito de la imposición de la ceniza no es un mero ritualismo externo, quiere ser el reconocimiento de nuestra condición humana, limitada y frágil. Quiere ser un toque de atención a nuestro orgullo y autosuficiencia. Es, sobre todo, una llamada a poner el fundamento de nuestra existencia, no en nosotros mismos, sino en Cristo Salvador, el que puede librarnos de la corrupción y la muerte. Por eso, al imponer la ceniza, se dice: "Creed el Evangelio", creed la buena noticia de Jesucristo.
La ceniza que Dios quiere:
Que no nos gloriemos de lo que somos y tenemos; los talentos los recibimos para servir.
Que no te consideres dueño de nada, sólo humilde administrador.
Que aprecies el valor de las cosas sencillas.
Que vivas el presente
Que no temas la muerte.

PENITENCIA: Otro Signo cuaresmal es el esfuerzo, el combate contra el mal. Cada día, pero especialmente en Cuaresma, el cristiano debe librar un combate, como el que Cristo libró en el desierto de Judá, donde durante cuarenta días fue tentado por el diablo, y luego en Getsemaní, cuando rechazó la última tentación, aceptando hasta el fondo la voluntad del Padre. Se trata de un combate espiritual, que se libra contra el pecado. La Cuaresma nos recuerda que la vida cristiana es un combate, en el que se deben usar las "armas" de la oración, el ayuno y la penitencia. Combatir contra el mal, contra cualquier forma de egoísmo y de odio, y morir a nosotros mismos para vivir en Dios es el itinerario ascético que todos los discípulos de Jesús estánllamados a recorrer con humildad y paciencia, con generosidad y perseverancia.

EL AYUNO Y ABSTINENCIA:  Son signos de austeridad. Algún rigor en la comida y abstenerse de carne en ciertos días. Pero no importa tanto la materialidad, como el espíritu. La austeridad nos hace más libres y más solidarios. No importaría comer un poco más o un poco menos, importa el superar los vicios y apegos y el ofrecer el fruto de tu ayuno a los hambrientos del mundo.
El ayuno y la abstinencia que Dios quiere:
Que no seas esclavo del consumo, ni de nada.
Que no pierdas el tiempo y sepas discernir y controlar.
Que seas solidario y generoso.
Que prefieras pasar tú necesidad antes de que la pase el hermano

LA LIMOSNA: es fruto de la misericordia. Todo caminar hacia Cristo implica un caminar hacia el hermano, especialmente el más necesitado. 
La limosna que Dios quiere:
Que sea fruto del amor. Compartir, no sólo dar lo que te sobra.
Que seas humilde, que pidas perdón al pobre por el pan que le das
Que luches para que nadie tenga que pedir limosna.
Que veas en el pobre a Jesucristo.

LA ORACIÓN: es vida del alma. Una necesidad permanente. En el tiempo cuaresmal se intensifica la escucha de la palabra y la relación dialogal con Dios.
 La oración que Dios quiere:
Que sea íntima y auténtica, "en espíritu y verdad".
Que dejes al Espíritu que ore en ti siempre.
Que no dejes de repetir: Abba (Padre)
Que te unas a la Iglesia orante
 Que aprendas a escuchar.

CUARESMA: Cuarenta días para dejarnos encontrar por Ti Señor, para darnos cuenta de que nos esperas a la puerta de casa. Cuarenta días para  pedirte perdón  y ayunar de tantas cosas que nos sobran y otros necesitan. Cuarenta días para escuchar más atento tu Palabra,  y dejar que sea tu Pan quien me sacie  y tu perdón quien me restaure.

SMR

sábado, 2 de marzo de 2019



DOMINGO VIII T.O.  (C)

EVANGELIO Lc 6,39-45

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
—¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano.
Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca».

REFLEXIÓN
En el evangelio del domingo pasado Jesús nos decía cuál había de ser nuestra actitud ante los enemigos, hoy nos explica la actitud hacia los otros miembros de la comunidad, los próximos. Lo fundamental sigue siendo: “no juzguéis, no condenéis” a quienes piensan o actúan de forma distinta.  Para enseñar las actitudes que debemos tener los discípulos, Jesús pone tres ejemplos:

PRIMERO: EL CIEGO QUE GUÍA A OTRO CIEGO: Dice el Señor: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”
La vida evangélica de otras personas puede depender de nuestra ayuda y guía. Hay que ser responsables y un ciego no es un buen guía; no debemos ejercer de maestros  de nadie sin serlo verdaderamente; Es  muy probable que Jesús se refiera más directamente a los «malos pastores», escribas y  fariseos, que tienen abandonadas a las ovejas. Pero es  una llamada a cuidar más las tareas y responsabilidades que cada uno tenemos  en la comunidad: Pastores, Responsables, Catequistas, Animadores, Voluntarios, educadores, etc. No podemos evangelizar a los demás si no estamos evangelizados. Se necesita estar preparado. Hemos de ser serios en nuestra preparación y continua evangelización. La aspiración no es ser más que el Maestro, sino parecerse a Él.

SEGUNDO EJEMPLO LA MOTA Y LA VIGA: dice el Señor: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. Jesús nos avisa de una actitud bastante extendida, pero muy peligrosa: el rigor con el que juzgamos a los otros suele coincidir con la indulgencia con que nos tratamos a nosotros mismos. Antes de ponernos a corregir a los demás, debemos hacernos una seria autocrítica y así podremos ayudar mejor a corregir los errores ajenos. Sin autocrítica previa no es posible la corrección. Si me considero capaz de juzgar y condenar a los demás, me equivoco y soy hipócrita. No podemos pedir a otros lo que uno mismo no se exige.

Tercer EJEMPLO: EL ÁRBOL Y LOS FRUTOS. Dice Jesús: No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto;….El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca».
En esta última comparación, la clave está en las palabras finales: “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. De la persona buena nunca saldrán críticas, juicios condenatorios ni murmuraciones; solo saldrá perdón y generosidad. En cambio, quien critica, juzga, murmura, revela que tiene el corazón podrido. El criterio de  autenticidad del buen discípulo son los frutos de su vida.

 Jesús ha indicado a sus seguidores que no deben enfrentarse a sus enemigos, sino amarlos, tratarlos bien, bendecirlos, rezar por ellos. Su modelo debe ser el Padre misericordioso y compasivo, “generoso con ingratos y malvados”. Con respecto a los otros miembros de la comunidad, las exigencias han sido también grandes: no juzgar, no condenar, perdonar, dar.