lunes, 31 de octubre de 2016

Conmemoración
De Todos los Fieles Difuntos

Dales, Señor, el descanso eterno 
brille para ellos la
   luz perpetua. Amén                             

SOLEMNIDAD
DE TODOS LOS SANTOS


Los santos son para nosotros amigos intercesores y modelos de vida. Invoquémoslos para que nos ayuden a imitarlos y esforcémonos por responder con generosidad, como hicieron ellos, a la llamada divina.

viernes, 28 de octubre de 2016

DOMINGO XXXI T. O. (C)

Evangelio (Lc 19 ,1-10)


E
n aquel tiempo entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
El bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: -Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: -Mira, la mitad de mis bienes. Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Jesús le contestó: -Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

Reflexión

Otra vez, el evangelio de hoy, nos habla de un publicano.  Ya sabemos que los publicanos eran personas que se ponían al servicio de los invasores romanos, para cobrar los impuestos, y además, con ello, se enriquecían a costa de abusar de sus hermanos de raza. Por todo lo cual eran considerados como pecadores, y estaban muy mal vistos.

Zaqueo,  jefe de publicanos y rico, buscó a Jesús, lo recibió en su casa y se convirtió. Búsqueda, encuentro y conversión son tres momentos por  los que pasa Zaqueo y que ilustran el proceso por el que nosotros también tene­mos que pasar, si realmente queremos recibir el amor misericordioso de Dios.

1. LA BÚSQUEDA: Zaqueo tiene interés en ver a Jesús. Pero tenía dos dificultades para conseguirlo: que era bajo de estatura y que la gente se lo impide. Pero, Zaqueo, despojándose de su propia dignidad y desafiando el ridículo, con tal de ver a Jesús, se sube a una higuera. Tampoco le importan a Zaqueo los comentarios de la gente. Hoy, también, el que quiera ver a Jesús, probablemente tendrá que romper con el ambiente que le rodea.
Lo primero es buscar a Jesús y superar las dificultades que nos impiden verlo.  Dificultades interiores: reconocer que no damos la talla. Aceptar las propias limitaciones y pecados y la renuncia a la autojustificación y a la autosuficiencia. Después las dificultades que vienen del ambiente. Hay que superar el miedo al que dirán, al ridículo. Hoy creer es ir contracorriente. Superar estas dificultades es condición esencial para el descubrimiento de Jesús como Salvador.

2. EL ENCUENTRO.  Pasó Jesús por donde estaba Zaqueo. Levantó los ojos  y le miró con simpatía y cariño, y llamó a la puerta de su corazón. «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». La mirada y llamada de Jesús son el principio de la salvación. Difícil escapar a la mirada y a la llamada de Jesús que pasa siempre a nuestro lado, que nos está mirando y llamando a través de sus mediaciones:
 ¿Miramos al Señor que nos mira? ¿Le abrimos cuando llama, le alojamos en nuestra casa, en nuestra vida? ¿O solo le dedicamos algún ratillo que otro?

3. LA CONVERSIÓN. Tras el encuentro Zaqueo se convierte de su vida de pecado, y su conversión le lleva a desprenderse de sus bienes y a restituir  lo que había robado. La mayor dificultad que le quedaba para alojar a Jesús en su vida. Y… llegó la salvación a su casa. Cambió el rumbo de su vivir.
¿Me creo yo que mi vida puede cambiar? ¿Me creo de verdad que, si pongo mi vida en manos del Dios alfarero, puedo ser un “baso nuevo”? ¿Qué lastre tendría que dejar?

Hoy el evangelio nos recuerda: Para Dios nadie es causa perdida

Secundino Martínez Rubio

viernes, 21 de octubre de 2016

DOMINGO XXX T.O. (C)

EVANGELIO: (Lc 18,9-14.)
 En aquel tiempo dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás: -Dos hombres subieron al templo a orar.

Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.

El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

REFLEXIÓN
 El Evangelio vuelve a hablar de la oración, en concreto, de la actitud con que hemos de orar.
La parábola del fariseo y el publicano la dijo Jesús “por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. A veces pensamos que se trataba de un fariseo que era malo y un publicano que era bueno, y que Jesús alaba al publicano bueno. No es así.
LOS PUBLICANOS o recaudadores eran considerados como ladrones, porque abusaban en el cobro de impuestos. Además, en tiempos de Jesús, eran empleados de Roma, la potencia extranjera que dominaba al Pueblo de Dios. Por ello,  además de pecadores, eran considerados traidores.
Por el contrario, LOS FARISEOS eran considerados como gente buena: Lo dice el de la parábola: él no era ladrón, ni injusto, ayunaba y pagaba lo que debía. No es ningún farol, eran muy piadosos, eran personas fieles, que seguían la ley y cumplían lo que todo buen israelita tenía que cumplir. Eran gente cumplidora y por ello se sentían seguros de si mismos y despreciaban a los demás.
En la parábola, ambos personajes, mantienen actitudes distintas:
EL FARISEO da gracias a Dios porque, comparándose con los demás, es mucho mejor que todos. Y enumera sus obras buenas. Presenta factura de sus méritos a Dios. Y precisamente en esta postura  de soberbia, de autosuficiencia, de afirmación de su propia justicia, está el peligro. Este hombre no necesita a Dios. No le pide nada. Se basta a sí mismo con petulante exclusión de la justicia salvadora de Dios.
EL PUBLICANO se presenta delante de Dios reconociéndose pecador  sin atribuirse ningún mérito. Todo lo espera de la misericordia de Dios. Se queda lejos. No se atreve a levantar sus ojos al cielo. Arrepentido golpea su pecho. Ante Dios se considera sin derechos. No se compara con nadie. Expone a Dios la conciencia de su culpa y pide compasión. 

¿Cuál es la enseñanza de Jesús?

 "Os digo que éste (el publicano) bajó a su casa justificado y aquél (el fariseo) no". Jesús enseña que  Dios no condena en el fariseo sus buenas obras, sino su orgullo, su arrogancia, su mentira. Y lo que alaba en el publicano no son sus pecados, sino su humildad. Uno es autosufi­ciente, el otro se siente necesitado de Dios.  Esta es la clave que nos describe como tiene que ser nuestra relación con Dios. Lo fundamental  es  la actitud del corazón: la humildad, que, en definitiva, es la que Dios acoge. La soberbia aleja al hombre de Dios y de los demás. Lo encierra en sí mismo y le impide toda relación con el Señor, simplemente porque el soberbio se cree autosuficiente. No necesita de Dios.
"La humildad es la base de la oración" dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n.2559).  Oramos porque somos conscientes de nuestra propia debilidad y que  la salvación nos viene de Dios. 
El orgullo arrogante del fariseo cumplidor, perdió su tiempo. La humildad acogedora del publicano pecador, encontró a Dios. Hoy deberíamos aprender la lección y pedir en nuestro interior como el publicano: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.

Secundino Martínez Rubio

viernes, 14 de octubre de 2016


DOMINGO XXIX

 T.O.(C)

EVANGELIO: (Lc 18,1-8.)
E
n aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario»; por algún tiempo se negó, pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara».


Y el Señor respondió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

REFLEXIÓN
Con la parábola del juez injusto y la viuda  Jesús nos transmite una enseñanza importante: «que es necesario orar siempre sin desanimarse». Hay que ser perseverantes en la oración, no se trata de orar solamente cuando tengo ganas, cuando lo siento, en los momentos de dulzura, de sentir a Dios cercano, hay que perseverar en momentos de sequedad, de desierto, de ausencia de Dios… Jesús dice que se necesita «orar siempre sin desanimarse». Y pone el ejemplo de la viuda y el juez.
El juez es un personaje importante, que ha de impartir justicia basándose en la Ley de Moisés. La tradición bíblica exhortaba a los jueces a que fueran personas temerosas de Dios, dignas de fe, imparciales e incorruptibles (Cfr. Ex 18,21). Pero, el juez de la parábola «ni temía a Dios ni le importaban los hombres».
A él acude una viuda pidiendo justicia. Junto a los huérfanos, las viudas, eran la imagen de la indefensión. Sus derechos, amparados por la Ley, podían ser pisoteados con facilidad porque no tienen quien les defienda.
Por algún tiempo el juez se niega a hacer justicia a la pobre viuda, pero ella continúa insistiendo y, con esta perseverancia, alcanza su objetivo. En un momento determinado el juez la atiende, no por honradez y misericordia, sino que, como el mismo admite: « esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme»
Jesús saca una conclusión de la parábola: si la viuda, con su insistencia, ha logrado convencer al juez injusto, cuanto más Dios, que es Padre bueno y justo, «hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche»; y además no «les hará esperar por mucho tiempo», sino actuará «rápidamente». Por tanto, hemos de orar siempre y con perseverancia, y  no cansarnos ante las dificultades, incluso cuando parezca que Dios no escucha nuestras plegarias.
Todos sentimos momentos de cansancio y de desánimo cuando nuestra oración parece ineficaz. Pero Jesús nos asegura que a diferencia del juez injusto, Dios escucha rápidamente a sus hijos, aunque esto no significa que lo haga en el tiempo y en el modo que nosotros quisiéramos. ¡La oración no es una barita mágica! Orar nos ayuda a mantener la fe en Dios y a confiar en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad.
En la oración lo que importa, antes que nada, es la relación con el Padre. El objeto de la oración pasa a un segundo plano. Por eso, la oración transforma nuestras peticiones y deseos y los modela según la voluntad de Dios, cualquiera que esa sea, porque quien ora aspira ante todo a la unión con Dios, que es Amor misericordioso.
La parábola termina con una pregunta: «Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?». Y con esta pregunta  se nos advierte: no debemos desistir de la oración aunque nos parezca que no es correspondida. ¡La oración mantiene la fe y la fe se hace oración! Pidamos al Señor una fe que se haga oración incesante, perseverante, como  la de viuda de la parábola.
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 «Debemos rezar no para informar a Dios de nuestras  necesidades, sino para que nosotros mismos nos demos cuenta de que necesitamos de ayuda divina» (Santo Tomás de Aquino)

“Si persevera en la oración, por pecados y tentaciones y caídas de mil maneras… en fin, tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación” (Santa Teresa V 8, 4)


jueves, 13 de octubre de 2016

10 CONSEJOS DEL PAPA FRANCISCO PARA LAS FAMILIAS


1. “Es bueno darse siempre un beso por la mañana”.

2. Bendíganse todas las noches”.

3. “En la familia están también el suegro, la suegra y todos los parientes del cónyuge. Eviten verlos como competidores, como seres peligrosos, como invasores”.

4. “Deben tener alguna salida juntos”.

5. “Compartan las tareas domésticas”.

6. Esperen al otro y recíbanlo cuando llegue”.

7. “Deben descubrir que una crisis superada no lleva a una relación con menor intensidad; sino a mejorar, asentar y madurar el vino de la unión. (…) A partir de una crisis se tiene la valentía de buscar las raíces profundas de lo que está ocurriendo, de volver a negociar los acuerdos básicos, de encontrar un nuevo equilibrio y de caminar juntos una etapa nueva”.

8. “Respeten las tradiciones y costumbres de su cónyuge. Traten de comprender su lenguaje y contengan las críticas”.

9. “Tengan gestos de preocupación por el otro y demostraciones de afecto. El amor supera las peores barreras. Cuando se ama a alguien o cuando nos sentimos amados, logramos entender mejor lo que quiere expresar y hacernos entender”.

10. “Recuerden que los hijos son un maravilloso don de Dios, una alegría para los padres y para la Iglesia. A través de ellos el Señor renueva el mundo”.


viernes, 7 de octubre de 2016


DOMINGO XXVIII T.O. (C)



EVANGELIO
(Lc 17,11 19.)


Y

endo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea.
Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros. Al verlos, les dijo: Id a presentaros a los sacerdotes. Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:-¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? Y le dijo: -Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

REFLEXIÓN

El pasaje del Evangelio de hoy nos presenta un milagro del Señor: la curación de diez leprosos; el relato consta de cuatro momentos:

Primer momento: Súplica a Jesús. "Vinieron a su encuentro diez leprosos". Diez excluidos de la  sociedad que gritan a Jesús suplicando ayuda: Maestro, ten compasión de nosotros”.
Es el grito de todos los hombres que descubren sus límites y llaman a la puerta del misterio en busca ayuda. La situación de los leprosos era de exclusión total, tanto religiosa como social. Viven lejos de la sociedad, tienen que mantenerse a distancia, hablan a gritos. Jesús los envía a los sacerdotes  para que testifiquen oficialmente la curación y puedan volver integrarse en pueblo como mandaba la ley.

Segundo momento: Curación. Y mientras iban de camino, quedaron limpios;  
Se produce el milagro externo: todos quedan curados. Los nueve leprosos judíos siguieron su camino; aceptan el prodigio con naturalidad. Se acercaron a Jesús solamente para que los curara de la lepra y lo han conseguido. Su encuentro con Jesús no ha sido más que un episodio superficial y pasajero. Los nueve judíos, se atienen a la aplicación de la Ley y, con ello, se consideran libres de deudas. Ellos han cumplido lo mandado, se han curado y no creen tener nada que agradecer. Están encadenados a sus prescripciones legales. No saben reconocer la propia pobreza ante el don de Dios, ni tener la mínima actitud de agradecimiento.

Tercer momento: agradecimiento del samaritano. Viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias"
El décimo leproso – que es samaritano, extranjero, herético-, sabe descubrir el fondo de lo sucedido. Los otros han quedado prisioneros de las normas establecidas. Sólo él acierta a sentir que hay algo más importante que las normas y los ritos: dar gracias. Ha encontrado en Jesús algo decisivo, verdaderamente salvador, y ha vuelto para darle las gracias y ponerse a su servicio. Sólo él intuyó en su curación el amor del Padre que le llamaba a una plenitud de vida, a no quedarse en el signo externo. Sólo él tuvo la capacidad de sorpresa necesaria para encaminarse hacia Jesús.

Cuarto momento: La salvación total. "Levántate, vete; tu fe te ha salvado".
Al encontrarse curado, fue capaz de interpretarlo como un gesto de Dios. Se convirtió en creyente: el don recibido de Dios le transformó su existencia. Lo que había comenzado siendo una curación física se convirtió en "salvación" definitiva. La fe lo ha salvado.

La enseñanza  de hoy: Diez leprosos se curaron, sólo uno se salvó.

La fe no significa cumplir unas normas religiosas, sino vivir abiertos y agradecidos a la acción de Dios en nuestra vida Esta es la enseñanza principal de este Evangelio: la salvación viene por la fe  en Jesucristo, sin distinción de origen, se sea judío o no. El hombre religioso sabe que nada de cuanto posee es merecido. Sabe que su vida no es suya por méritos propios. Por ello vive en actitud permanente de agradecimiento.

Que la Eucaristía (que significa Acción de Gracias) sea la expresión de toda nuestra gratitud a Dios que tanto nos ama.

SECUNDINO MARTÍNEZ RUBIO