sábado, 27 de diciembre de 2014

FIESTA DE LA
 SAGRADA FAMILIA

Evangelio  Lc 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor [(de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor») y para entregar la oblación (como dice la ley del Señor. «Un par de tórtolas o dos pichones»). Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres (para cumplir con él lo previsto por la ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo, Israel». José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo diciendo a María, su madre: -Mira: Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida; así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana: de jovencita había vivido siete años casada, y llevaba ochenta y cuatro de viuda; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel]. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. EL niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

 Reflexión
En estos días hemos contemplado a Jesús en Belén, en aquel portal donde nació, rodeado de ángeles que cantaban y de pastores que acudían a adorar al niño.

En el ambiente de Navidad, celebramos hoy el recuerdo  de la Familia que formaron Jesús, María y José. En esta festividad recordamos y celebramos que Dios quiso nacer dentro de una familia, para que tuviera alguien que lo cuidara, lo protegiera, lo ayudara y lo aceptara como era.

La familia de Jesús, formada por él, María y José, es una familia humana más. A veces la hemos presentado con tintes dulzones, idílicos, que la han desfigurado. Más bien fue una familia normal con bastantes dificultades: un parto en una cueva, tener que huir a Egipto como emigrantes, una vida en un pueblo pequeño como era Nazaret, un niño que se les pierde, un Hijo que se mete a profeta y que es discutido hasta por sus propios parientes, que dicen que  no está en sus cabales, que es criticado y  denunciado y perseguido y que terminan condenándolo, tanto los representantes de la religión, como las autoridades políticas. Una familia normal, vamos, y con problemas como cada cual. La realidad desde luego, se debió parecer poco a lo que nuestra imaginación, nuestros cuadros y pinturas nos muestran.

El evangelio nos ofrece la escena de la presentación en el Templo. Simeón y Ana representan al resto de Israel que acoge al enviado de Dios, como antes  sus padres (María y José) los pastores, y los magos de oriente por parte de los demás pueblos. Estamos en clima de manifestación, con la atención claramente centrada en Cristo, el Mesías.

Dios está en el centro de la vida de la Sagrada Familia. Esa es la idea central del Evangelio de hoy. La sagrada familia no era una familia sin problemas, pero la presencia de Dios le comunicó fuerza, serenidad y paz interior. Jesús, es a fin de cuentas, el lazo de unión de toda familia cristiana.

Nuestras familias

·  ¿Tenemos conciencia de que nuestra familia tiene su origen y centro  en Dios, que atrajo y  unió a los esposos? Esto es lo primero y principal. El amor de los esposos está permanente surgiendo de Dios.¿cultivas ese amor para que no lo mate la rutina?
·   Surgido del amor de Dios, el amor de los padres se convierte en fuente de vida y amor. Es una tarea apasionante  que da nueva hondura a su amor y lo hace colaborador con Dios en la obra creadora.
·       Los hijos son un regalo y una responsabilidad. Un reto difícil y una satisfacción incomparable. ¿eres blando y complaciente a la hora e educar? No hay fruto sin esfuerzo y sin poda.
·    La familia cristiana  construye su hogar desde Jesús. Es Jesús quien alienta, sostiene y orienta la vida de la familia. Contar con la presencia del Señor es nuestra fuerza
·       La familia es el lugar privilegiado para vivir las experiencias más básicas de la fe cristiana: “la confianza en un Dios Padre, amigo del ser humano; la atracción por el estilo de vida de Jesús; el descubrimiento del proyecto de Dios, de construir un mundo más digno, justo y amable para todos. La lectura del Evangelio en familia es, para todo esto, una experiencia decisiva”
·       Sabiéndose acogida por Dios, la familia se convierte en acogedora, abierta a los necesitados y comprometida en la lucha por un mundo mas humano.
·       Muchos padres viven hoy desbordados por diferentes problemas, y demasiado solos para enfrentarse a su tarea. Les haría mucho bien encontrarse, compartir sus inquietudes y apoyarse mutuamente.

Jesús, María y José, en vosotros contemplamos el esplendor del amor verdadero, a vosotros nos dirigimos con confianza, que nuestras familias sean lugares de comunión y  de oración, auténticas escuelas del Evangelio. Amén
                                     S. Martínez Rubio

jueves, 25 de diciembre de 2014

NAVIDAD

Evangelio Jn 1,1-8
E


n el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.  Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.  Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.  Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.  Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer. 

Reflexión
El Evangelio de San Juan comienza con el prólogo, que hemos escuchado y cuyas afirmaciones fundamentales vamos a reflexionar

“La Palabra era Dios”. Hijo eterno del Padre, su Verdad más íntima, su Sabiduría. Estaba junto a Dios, era expresión de  su fuerza creadora; por la Palabra se hizo todo lo que existe. Y, por ella, la misericordia entrañable de Dios se volcó sobre la humanidad para recrearla cuando se había perdido, para iluminar el camino de los hombres y engendrarlos de nuevo haciéndolos hijos en el Hijo.

 «La Palabra de Dios se ha hecho carne».  La Palabra vino al mundo. Tomó carne de nuestra carne en la mejor hija de esta tierra, en María de Nazaret. Despojada de su rango, vino a hablarnos, a decirnos el amor que Dios nos tiene, a explicarnos su plan Salvador. Jesús  es la salvación de Dios hecho carne. La Palabra, nos explicó el misterio de Dios sin libros ni doctrinas, no abrió universidad ni puso escuela para sabios y entendidos; impartió sus lecciones en las calles y en las plazas, en la montaña o junto al lago. Enseñaba con palabras y silencios, con gestos y miradas, que entendieron siempre los sencillos. Entregó su carne, partiéndola y repartiéndola para que todos tuviéramos Vida eterna. «Ha acampado entre nosotros». Se hizo proximidad, cercanía samaritana y compasiva.

Pero el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron. Prefirieron la oscuridad de charlatanes pregoneros antes que la luz de la Palabra.  Y la Palabra, que había nacido a las afueras de la ciudad, y había puesto su cátedra en la vida, murió a las afueras de la ciudad colgada de un madero donde fue crucificada. Allí fue donde la Palabra impartió la suprema lección de amor, que entienden los que aman. Allí, en su muerte, descubrimos que “en la Palabra había vida”, una Vida Verdadera, que es algo más que durar porque respiras. Y… allí sigue la Palabra impartiendo sus lecciones.

A cuantos la recibieron les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. El que recibe la Palabra Encarnada, recibe, Vida nueva de hijo. Vida eterna, que se pierde guardándola  y se gana perdiéndola en proximidad amorosa, encarnada, samaritana, compasiva.
                 
Feliz Navidad 
Secundino Martinez Rubio

martes, 23 de diciembre de 2014

Nochebuena

+ Evangelio Lc 2, 1-14


En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.
José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.
Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.
En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»


Hace 2014 años.

Hoy, hace 2014 años, en Belén de Judá, en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada, de María Virgen, esposa de José el Carpintero, de la casa y familia de David, nació Jesús, Dios verdadero y hombre verdadero. Él es el Salvador que los hombres esperaban.

La señal

Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. No lo busquéis disfrazado con otros ropajes, ni en otros sitios que no lo vais a encontrar. Envuelto en pañales y en un pesebre, esa es la señal que dieron los ángeles. Un Dios pobre y que vive en la acera de los pobres

Y… desde entonces

Desde entonces Dios vino a nuestra tierra, a caminar por nuestros caminos, a compartir el pan y las penas, las alegrías y tristezas, a contarnos historias que ayudan a vivir con sentido y a morir con esperanza, a pedirnos que seamos dichosos y felices, a decirnos que no somos esclavos, somos hijos del Padre Dios que nos quiere con locura.
Desde entonces, el amor de Dios sigue presente en el mundo entero, para cada hombre y cada mujer, cada anciano, cada niño, cada joven, que quiera aceptarlo

Desde entonces, nosotros, cada uno de nosotros, somos llamados a dar testimonio de su amor en la familia y en el trabajo, en el barrio y en la ciudad, en las entidades y asociaciones, y en la labor al servicio a los que sufren cerca de nosotros o en cualquier lugar del mundo.

Desde entonces todos los domingos, Jesús muerto y resucitado, nos sigue convocando alrededor de su mesa, en la Eucaristía, para 
compartir con toda la comunidad cristiana el don de su  Palabra y de su Cuerpo y su Sangre, alimento de la vida eterna.

Desde entonces, hace hoy 2014 años, el perdón, la misericordia, la salvación de Dios se sigue derramando inagotablemente sobre cada uno de nosotros y sobre toda persona.

Alegraos

Alegrémonos... Celebramos la Buena Noticia, la mejor noticia de toda la historia de la humanidad: el Nacimiento de Jesús de Nazaret.
Que suene la fiesta, que nazca la paz y la alegría en el corazón de todos los hombres y mujeres de Buena voluntad, que canten los oprimidos, que se alegren los tristes, que se llenen de gozo los que andan perdidos en la noche de las penas y la angustia. Porque Dios está con nosotros, es un Dios cercano que ama y que nos salva y quiere que todos tengamos en él vida plena.

¡Feliz navidad a todos los que hemos escuchado la buena noticia del Dios con nosotros. ! Feliz Navidad a los que se encuentran solos y necesitan cercanía. Feliz Navidad a los que sufren el dolor, la enfermedad y la tristeza: Dios no se ha olvidado de vosotros. ¡Feliz Navidad a todos mis hermanos/as creyentes en Jesús de Nazaret! ”La luz del mundo»  se ha encendido ya en la noche oscura de Belén y ha cambiado la noche humana en noche santa de perdón divino.
Secundino Martínez Rubio


sábado, 20 de diciembre de 2014

DOMINGO 4º DE ADVIENTO (B)
EVANGELIO   Lucas 1. 26-38
A los seis meces, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David la virgen se llamaba Maria. El Ángel, entrando a su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres.» Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo:”No temas, María, porque has encon­trado, gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de David para siempre, y su reino no tendrá fin”. Y María dijo al ángel: « ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis. Meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible. » María contestó: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. » Y el ángel se retiró.

REFLEXIÓN

Buscando casa para Dios 

Dice la primera lectura, que “Cuando el rey David se estableció en su palacio», quiso construir un templo, una casa para Dios. A través del profeta Natán Dios manifiesta que, más que el Templo, es la dinastía de David el signo de la presencia y protección divina. Más que en una casa/edificio el Señor quiere habitar en la casa/linaje de David.

Dios no puede encerrarse en un templo, ni necesita un edificio en el que morar. Él es un Dios personal, ligado a su pueblo, y, si acepta los lugares de culto, es sólo como signos de su presencia en medio del pueblo, no como habitáculo imprescindible.

Dios busca casa

Dios siguió preparando un Templo vivo en para habitar, siguió buscando casa. La fue preparando en la  propia descendencia de David: «Te daré una dinastía». Pero, el templo perfecto que Dios quiere tardará muchos años en formarse. Será una casa pequeña, pero  preciosa, transparente, palpitante. El templo se llamaba MARÍA.

Había dicho el Señor por boca de los profetas: ¿Qué templo podréis  construirme, o qué lugar para mi descanso?... En ése pondré mis ojos: en el humilde y el  abatido que se estremece ante mis palabras» (Is 66, 01-02. Cf. Is 56, 7; Jr 7,1-15). María fue la humilde y abatida que, estremecida ante las palabras de Dios, fue elegida para ser digna morada suya.

María, que ya había acogido a Dios en su mente, es elegida para acoger al Hijo de Dios en su vientre. Su alma preciosa ya estaba  llena de Dios, rebosante de su gracia. Dios moraba en ella. Ahora, el Espíritu vivificante fecundará sus entrañas, y su vientre  quedará convertido en digna morada para el Hijo de Dios.

Dios encontró casa, pero habló con la dueña para pedirle permiso.

Nos lo cuenta el relato del Evangelio de San Lucas, que hemos leído. Dios nunca avasalla, nunca obliga, ofrece, invita, no anula la libertad humana. El Ángel anuncia a María que ha sido elegida para ser la
digna morada de Dios en la tierra y la  invita a realizar lo que Dios le proponía.

La respuesta de María es abrir de par en par las puertas de su vida para acoger en ella a Dios hecho carne, y responde: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. »  

Por medio de María comprendemos hasta qué punto Dios fue fiel a su palabra de vivir en un templo y en una casa absolutamente humanos: es la calidez del seno de María la morada del Altísimo, y por María, toda la humanidad recibe a su Señor como huésped.

Llega el Dios de la vida: ábrele la tuya.

Estamos concluyendo el Adviento, es el momento de abrir a Dios las puertas de nuestra vida y convertirnos cada uno en templo de Dios. Porque Él quiere templos, quiere casa,  pero no como los de David y Salomón, sino que sean lo más parecidos al  templo que es María.

No conviene equivocarse, Dios busca casa, pero no es cuestión de inmobiliarias. Dios desea estar en el corazón de sus hijos. «No habita en  casas hechas por manos de hombre», decía San Esteban (Hch 7, 48)  El mismo  Jesús anunció un culto que no sería ni en el Templo judío de Jerusalén ni en el Templo samaritano de Garizim, sino en espíritu y en  verdad.

El templo, la casa que Dios quiere, es el de nuestra vida. Se  trata de ofrecer a Dios un espacio íntimo, cálido, un lugar en el corazón de cada uno, en la familia, en la Comunidad, en la sociedad. Dios busca personas que le abran las  puertas del alma, que estén siempre dispuestas a la escucha y la acogida! VIENE el Dios de la vida, ÁBRELE la tuya”

                                    Secundino Martínez Rubio

martes, 16 de diciembre de 2014


RETIRO DE ADVIENTO

17 DE DICIEMBRE, A LAS 18:00H
SALÓN PARROQUIAL ALTAGRACIA


Nuestra Señora del Adviento,

madre de todas nuestras esperas,

tú que has sentido tomar en tu seno
la esperanza del pueblo, la Salud de tu Dios,
sostén nuestras maternidades y paternidades,
carnales y espirituales.

Madre de todas nuestras esperanzas,
tú que acogiste el poder del Espíritu,
para dar carne a las promesas de Dios,
que seamos capaces de encarnar el amor
que es signo del Reino de Dios
en todos los gestos de nuestra vida.

Nuestra Señora del Adviento,
madre de todas nuestras vigilancias,
tú que diste un rostro a nuestro futuro,
fortalece a los que dan a luz dolorosamente
un mundo nuevo de justicia y de paz.

Tú que contemplaste al niño de Belén,
haznos atentos a los signos imprevisibles
de la ternura de Dios.

Nuestra Señora del Adviento, 
madre del crucificado,
tiende tu mano a todos los que mueren
y acompaña su nuevo nacimiento en los brazos del Padre.

Nuestra Señora del Adviento, icono pascual,
haznos capaces de la gozosa vigilancia
que discierne, en la trama de lo cotidiano,
los pasos y la venida de Cristo, el Señor. Amén.

(Tomada de Homilética, 1999/6)

viernes, 12 de diciembre de 2014

DOMINGO 3º
DE ADVIENTO (B)

Evangelio  Jn 1,6‑8.19-28.


S
urgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?» Él confesó sin reservas: "Yo no soy el Mesías". Le pre­guntaron: «Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?» Él dijo: «No lo soy.» «¿Eres tú el Profeta?» Respondió: «No.» Y le dijeron: “¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?”. Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor» (como dijo el Profeta Isaías).» Entre los enviados había fariseos y le preguntaron; «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?» Juan les respon­dió: "Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia." Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Reflexión

Esperar al Señor con alegría.

Hemos pedido, en la Primera Oración de la misa, "llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante". La Primera lectura de Isaías nos dice: “Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios". En el Salmo hemos cantado, con las mismas palabras de María: "Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador". San Pablo nos lo ha dicho en la Segunda lectura: "Estad siempre alegres... En toda ocasión tened la Acción de Gracias".Por este motivo se le ha llamado a este domingo «Gaudete»: Alegraos. Alegraos para esperar el acontecimiento más alegre de la historia: el nacimiento del Hijo de Dios.
La verdadera alegría es algo escaso en nuestro mundo. No es mucha la gente que nos encontramos con alegría verdadera. Claro está que cuando hablamos de alegría, no nos referimos a la carcajada hueca, ni a la sonrisa de escaparate, ni siquiera la alegría del genio alegre y el temperamento jovial. No es la euforia de los momentos de subidón. Ni es la risa del alboroto y  la jarana. No es alegría etílica y pastillera, cervecera o evasiva que venden la propaganda y sus expertos mercaderes. Todas esas alegrías nos pueden conducir a la tristeza individualista,  que el Papa Francisco ve como el gran riesgo del mundo actual  (Cf. EG n. 2)

Es cierto que la alegría se manifiesta también externamente, pero no se reduce a lo externo. Cuando la alegría nace de lo externo, de lo que puedan ofrecernos las cosas, las circunstancias, arrastra a la persona a un remolino de insatisfacción. Esa alegría nos puede ser arrebatada cuando no tengamos lo que nos la produce; es una alegría de “quita y pon”, es “pan para hoy y hambre para mañana”; esa alegría nos distrae en medio de los problemas, pero no ilumina nuestro vivir y nuestro morir.

La alegría cristiana arraiga en la más honda e intima profundidad de nuestra existencia, cuando, aceptando nuestra propia finitud y limitación, renunciamos a ser por nosotros mismos y para nosotros mismos y acogemos, con confianza, el amor de Dios, revelado en Cristo, que da sentido a nuestra vida. “La alegría es el amor disfrutado” decía Santo Tomás. Ese Amor de Dios acogido, inunda suavemente nuestra vida de una profunda alegría, que no elimina, sino que ilumina las oscuridades y tristezas que entretejen nuestra vida. Una alegría que nadie nos podrá quitar (Cf. Juan 16, 22)
Quien  no se abre al amor y quiere ser por si y para sí disipa su propia sustancia, como el hijo pródigo lejos de la casa del Padre, y pierde la alegría. Quien, negándose a sí mismo, se abre al Amor de Dios para ser desde Él y para los demás, descubre, con asombro, que su vida se inunda de sentido, de alegría y gozo. Pero se necesita pobreza y humildad,para dejar de ser, por ser desde El y para los demás y ¡a veces no estamos dispuestos! ¡No estamos dispuestos a amar!

Hoy le pedimos al Señor que nos dé alegría “Concédenos, Señor, tu "alegría sorprendente". Más unida al perdón recibido que a la perfección cumplidora. Alegría encontrada en la persecución por el Reino más que en el aplauso adulador.  La alegría que crece al compartir y se esfuma al guardar todo para mí. Tu alegría humilde que se abaja, se parte y se reparte. Concédenos la "perfecta alegría": la que mana como una resurrección fresca entre escombros de proyectos fracasados. La alegría perseguida, crucificada, pero  inmortal desde tu Pascua. Concédenos, Señor, la "sencilla alegría": la de las cosas pequeñas, de los encuentros cotidianos y  las rutinas necesarias. La alegría que nadie nos podrá quitar, la alegría de María que alegraba su espíritu en Ti su salvador, y el nuestro. Ábrenos, Señor,  a la alegría, para esperar el acontecimiento más alegre de la historia: el nacimiento  de tu Hijo.

Secundino Martínez Rubio 





lunes, 8 de diciembre de 2014


FIESTA DE LA

INMACULADA

"Ninguno del ser humano
como vos se pudo ver;

que a otros los dejan caer

y después les dan la mano.



Mas vos, Virgen, no caíste 
como los otros cayeron,

que siempre la mano os dieron

con que preservada fuiste.



Yo, mil veces caído,
os suplico que me deis

la vuestra y me levantéis

por que no quede caído.


Y por vuestra concepción,
que fue de tan gran pureza,

conserva en mí la limpieza

del alma y del corazón,

para que de esta manera

suba con vos a gozar

del que sólo puede dar

vida y gloria verdadera. Amén"

sábado, 6 de diciembre de 2014

DOMINGO II 
DE ADVIENTO (B)

EVANGELIO Mc 1,1-8
Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos. Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

REFLEXIÓN
La llamada, en este segundo domingo, nos llega por medio del profeta Isaías y Juan Bautista. Tanto uno como otro nos dejan un doble mensaje de alegría y consuelo por un lado y de exigencia y conversión por otro.
Mensaje de esperanza y consuelo

Isaías dirige un mensaje de esperanza y consuelo a los desterrados en Babilonia, el mensaje de su liberación. La vuelta del destierro es, en cierto modo, la venida de Yahvé para llevar el rebaño al redil; junto a la feliz noticia del perdón, el profeta hace una llamada a la conversión; una llamada a preparar el camino al Señor y a quitar los obstáculos que dificulten o retrasen su venida: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale, y todos vean la Salvación de Dios”.

Juan el Bautista anuncia un mensaje de esperanza, la Buena Noticia de la  llegada de Dios Salvador en la persona de su Hijo Jesús y, con las palabras de Isaías, llama también a la conversión como único camino para alcanzar la salvación: “Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos”.

Los mensajeros -Isaías y el Bautista- anuncian la llegada de Dios Salvador motivo de consuelo y esperanza. Pero ambos han dicho también una palabra de conversión: «Preparad los caminos para el Señor que viene». La espera del Adviento no es una actitud pasiva y conformista.

Necesitados de consuelo y de esperanza.
Personalmente, con frecuencia, caemos en el pesimismo, en el desaliento, la inseguridad, la angustia y en esa vaga pero dolorosa sensación de desterrados, de desencajados, de extranjeros, extraños y extrañados, sin ser  de la tierra ni del cielo, en fin, de andar sin rumbo.

También eclesialmente nos sentirnos extraños en un mundo que no necesita de Dios, ni de la Iglesia, para vivir; Nos sentimos raros siguiendo a Jesús en un ambiente que no le sigue. Y se nos cuela en el alma la tristeza, la derrota, el desconsuelo,…

No cabe duda, necesitamos consuelo y esperanza. Que no hemos de confundir con «optimismo barato» e ingenuo. Nuestra esperanza se fundamenta en la confianza radical en  Dios. La esperanza de los discípulos de Cristo no consiste en ilusiones vanas de que esto cambiará de un momento para otro. La verdadera esperanza consiste en una radical confianza en la presencia de Dios, que no nos  abandona y nos alienta

Pero, no conviene tampoco engañarnos, no basta que el Señor venga, es necesario recibirle. Es necesaria la conversión. Preparar el camino, allanar senderos, enderezar lo torcido, remover los obstáculos que pudieran entorpecer la llegada del Señor a nuestro corazón, a nuestra Iglesia, a nuestro mundo. Convertirse a Cristo Jesús significa volverse más claramente a él, aceptar sus criterios de vida, acoger su evangelio y sus opciones en nuestra vida. Y hacer que nuestra historia se parezca un poco más a un «Un cielo nuevo y una tierra nueva en que habita la justicia».

 Secundino Martinez Rubio




domingo, 30 de noviembre de 2014

FIESTAS EN HONOR DE 
NTRA. SRA. DE ALTAGRACIA

MARÍA, MODELO DE UNA IGLESIA
 PREOCUPADA POR LOS QUE SUFREN

Para celebrar la fiesta de nuestra patrona, Nuestra Señora de Altagracia, este año hemos querido contemplarla como “Consuelo de los que sufren”.

Son muchas las personas sufrientes. Lo primero es percibirlas. Os invito a acercaros a  ellas. Mirad sus rostros, escuchad sus palabras, percibid sus silencios, adentraos en sus vidas. Acoged las llamadas de los que están solos y se ven abandonados por los suyos, los cansados de la vida, los perseguidos y calumniados, los desdichados y desgraciados, los excluidos y marginados,  los que no encuentran sentido a sus vidas, los que no tienen paz en el corazón, los maltratados… Contemplad los enfermos incurables, los ancianos faltos de cariño, los que han perdido a un ser querido, los padres desconcertados por el comportamiento de sus hijos, las parejas rotas, los que viven la experiencia de rechazo, de incomprensión o fracaso, los creyentes que andan sumidos en la noche oscura,… Pensad también en las familias y en los pueblos que sufren los horrores de la guerra, la miseria y el hambre, las catástrofes naturales, etc.

Queremos que María sea modelo de la Iglesia que se preocupa por todos los que sufren, los afligidos. Ella "resplandece como un signo de esperanza firme y de consolación para el pueblo de Dios en marcha." (LG 68). En las bodas de Caná, se sitúa a la orilla del problema para llevar el remedio, que sólo su Hijo puede proporcionar. También Ella vivió el desconsuelo. “Una espada te atravesará” le anunciaron. (Lc 2,35). En el dolor del Hijo clavado en la cruz y puesto después en sus brazos, María conservó la llama de la fe. Y mereció la consolación. Ella se convierte en Madre de misericordia y de consuelo. Participó de una manera singular en la gran consolación: la resurrección de Cristo, que la hace capaz de consolar a sus hijos en cualquier tribulación en que se encuentren. María ha consolado y sigue consolando hoy a sus hijos que acuden a ella y le ruegan “vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”.

En el corazón de la Iglesia, que “avanza entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios” (LG 53), María es "abogada nuestra" que ejerce su función intercesora, y por ello la invocamos: ¡Nuestra Señora de Altagracia, Consoladora de los afligidos: Ruega por nosotros, para que seamos una Iglesia preocupada por los que sufren.
Felices Fiestas.
Secundino Martínez Rubio

                           


viernes, 28 de noviembre de 2014

DOMINGO 1º ADVIENTO (A)

Evangelio: Mc 13, 33-37


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al por­tero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a media­noche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad


Reflexión
Comenzamos hoy el tiempo de ADVIENTO, que significa “venida”, o mejor, presencia comenzada; es el tiempo en el que los cristianos preparamos la venida del Señor; Pero ¿Qué venida? Porque nosotros creemos que Dios VINO a nuestra historia en Belén, que VENDRÁ al final de los tiempos, y que VIENE a nosotros en cada momento de nuestra vida. El adviento es tiempo de caminar en esperanza. 

 ¡Vigilancia!
San Marcos –cuyo Evangelio leeremos en este nuevo año litúrgico- nos presenta las palabras de Jesús con las que invita a todos a estar vigilantes, preparados en todo momento, porque su venida sucede en el momento más inesperado: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento… Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!»

El Evangelio no nos invita solamente a estar preparados para la hora de la muerte, sino a estar preparados para cada momento de la vida. No nos manda sólo estar vigilantes para recibir la llegada del Señor a la hora de nuestra muerte, sino para recibirle en cada momento de la vida, para acoger cada llamada suya, cada petición, cada súplica, cada ruego que nos hace  a través de muchas mediaciones de su presencia.

Nuestra primera actitud, por tanto, es la vigilancia permanente, la atención, la espera activa. Los que están dormidos, distraídos, satisfechos, no esperan a ningún salvador. Y corren el peligro de perder la ocasión de encontrarse con el Señor, que siempre viene a nuestras vidas para ofrecer  su salvación.

Sólo Vigilan los que esperan
Pero, solamente están vigilantes los que esperan algo. ¿Esperamos nosotros algo? ¿Espera nuestro mundo algo?  Porque, con frecuencia, se oye hablar de desilusión, de desencanto, de resignación, de que no merece la pena, de que esto no tiene remedio, de que no se resuelven los problemas… así las cosas ¿merece la pena estar vigilantes? ¿Hay algo que esperar?

Nuestra esperanza es Cristo.
Los cristianos centramos nuestra esperanza en una Persona viva, presente: Cristo. Él es la respuesta de Dios a los deseos y las preguntas hondas de nuestra vida. Sólo en Él encontramos sentido a nuestra vida y nuestra muerte. Es importante comenzar este tiempo en una actitud de alerta, como nos indica el texto del evangelio de este domingo: ¡Velad!

Creemos que sí merece la pena estar vigilantes. Que sí hay algo que esperar, mejor dicho, hay Alguien a quien esperar. Esperamos nada menos que al mismo Dios, que se hizo uno de nuestra raza y vino a compartir nuestra historia y viene cada día para abrirnos a una vida más plena y con sentido, a una vida salvada. Todo lo que espero de fuera, lo tengo ya dentro.

Para sintonizar con el ADVIENTO no vayáis insensibles por la vida, apagados, embotados por  la rutina, la dispersión, el hastío. Velad, porque Jesús VIENE A NUESTRO ENCUENTRO. Vigilemos, para reconocer a Cristo,… Vigilemos, para encontrar a Cristo…Velemos, para darle posada en nuestra vida  y que el Adviento termine en Navidad.

Secundino Martinez Rubio