jueves, 25 de diciembre de 2014

NAVIDAD

Evangelio Jn 1,1-8
E


n el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.  Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.  Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.  Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.  Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer. 

Reflexión
El Evangelio de San Juan comienza con el prólogo, que hemos escuchado y cuyas afirmaciones fundamentales vamos a reflexionar

“La Palabra era Dios”. Hijo eterno del Padre, su Verdad más íntima, su Sabiduría. Estaba junto a Dios, era expresión de  su fuerza creadora; por la Palabra se hizo todo lo que existe. Y, por ella, la misericordia entrañable de Dios se volcó sobre la humanidad para recrearla cuando se había perdido, para iluminar el camino de los hombres y engendrarlos de nuevo haciéndolos hijos en el Hijo.

 «La Palabra de Dios se ha hecho carne».  La Palabra vino al mundo. Tomó carne de nuestra carne en la mejor hija de esta tierra, en María de Nazaret. Despojada de su rango, vino a hablarnos, a decirnos el amor que Dios nos tiene, a explicarnos su plan Salvador. Jesús  es la salvación de Dios hecho carne. La Palabra, nos explicó el misterio de Dios sin libros ni doctrinas, no abrió universidad ni puso escuela para sabios y entendidos; impartió sus lecciones en las calles y en las plazas, en la montaña o junto al lago. Enseñaba con palabras y silencios, con gestos y miradas, que entendieron siempre los sencillos. Entregó su carne, partiéndola y repartiéndola para que todos tuviéramos Vida eterna. «Ha acampado entre nosotros». Se hizo proximidad, cercanía samaritana y compasiva.

Pero el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron. Prefirieron la oscuridad de charlatanes pregoneros antes que la luz de la Palabra.  Y la Palabra, que había nacido a las afueras de la ciudad, y había puesto su cátedra en la vida, murió a las afueras de la ciudad colgada de un madero donde fue crucificada. Allí fue donde la Palabra impartió la suprema lección de amor, que entienden los que aman. Allí, en su muerte, descubrimos que “en la Palabra había vida”, una Vida Verdadera, que es algo más que durar porque respiras. Y… allí sigue la Palabra impartiendo sus lecciones.

A cuantos la recibieron les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. El que recibe la Palabra Encarnada, recibe, Vida nueva de hijo. Vida eterna, que se pierde guardándola  y se gana perdiéndola en proximidad amorosa, encarnada, samaritana, compasiva.
                 
Feliz Navidad 
Secundino Martinez Rubio

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