viernes, 12 de diciembre de 2014

DOMINGO 3º
DE ADVIENTO (B)

Evangelio  Jn 1,6‑8.19-28.


S
urgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?» Él confesó sin reservas: "Yo no soy el Mesías". Le pre­guntaron: «Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?» Él dijo: «No lo soy.» «¿Eres tú el Profeta?» Respondió: «No.» Y le dijeron: “¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?”. Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor» (como dijo el Profeta Isaías).» Entre los enviados había fariseos y le preguntaron; «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?» Juan les respon­dió: "Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia." Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Reflexión

Esperar al Señor con alegría.

Hemos pedido, en la Primera Oración de la misa, "llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante". La Primera lectura de Isaías nos dice: “Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios". En el Salmo hemos cantado, con las mismas palabras de María: "Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador". San Pablo nos lo ha dicho en la Segunda lectura: "Estad siempre alegres... En toda ocasión tened la Acción de Gracias".Por este motivo se le ha llamado a este domingo «Gaudete»: Alegraos. Alegraos para esperar el acontecimiento más alegre de la historia: el nacimiento del Hijo de Dios.
La verdadera alegría es algo escaso en nuestro mundo. No es mucha la gente que nos encontramos con alegría verdadera. Claro está que cuando hablamos de alegría, no nos referimos a la carcajada hueca, ni a la sonrisa de escaparate, ni siquiera la alegría del genio alegre y el temperamento jovial. No es la euforia de los momentos de subidón. Ni es la risa del alboroto y  la jarana. No es alegría etílica y pastillera, cervecera o evasiva que venden la propaganda y sus expertos mercaderes. Todas esas alegrías nos pueden conducir a la tristeza individualista,  que el Papa Francisco ve como el gran riesgo del mundo actual  (Cf. EG n. 2)

Es cierto que la alegría se manifiesta también externamente, pero no se reduce a lo externo. Cuando la alegría nace de lo externo, de lo que puedan ofrecernos las cosas, las circunstancias, arrastra a la persona a un remolino de insatisfacción. Esa alegría nos puede ser arrebatada cuando no tengamos lo que nos la produce; es una alegría de “quita y pon”, es “pan para hoy y hambre para mañana”; esa alegría nos distrae en medio de los problemas, pero no ilumina nuestro vivir y nuestro morir.

La alegría cristiana arraiga en la más honda e intima profundidad de nuestra existencia, cuando, aceptando nuestra propia finitud y limitación, renunciamos a ser por nosotros mismos y para nosotros mismos y acogemos, con confianza, el amor de Dios, revelado en Cristo, que da sentido a nuestra vida. “La alegría es el amor disfrutado” decía Santo Tomás. Ese Amor de Dios acogido, inunda suavemente nuestra vida de una profunda alegría, que no elimina, sino que ilumina las oscuridades y tristezas que entretejen nuestra vida. Una alegría que nadie nos podrá quitar (Cf. Juan 16, 22)
Quien  no se abre al amor y quiere ser por si y para sí disipa su propia sustancia, como el hijo pródigo lejos de la casa del Padre, y pierde la alegría. Quien, negándose a sí mismo, se abre al Amor de Dios para ser desde Él y para los demás, descubre, con asombro, que su vida se inunda de sentido, de alegría y gozo. Pero se necesita pobreza y humildad,para dejar de ser, por ser desde El y para los demás y ¡a veces no estamos dispuestos! ¡No estamos dispuestos a amar!

Hoy le pedimos al Señor que nos dé alegría “Concédenos, Señor, tu "alegría sorprendente". Más unida al perdón recibido que a la perfección cumplidora. Alegría encontrada en la persecución por el Reino más que en el aplauso adulador.  La alegría que crece al compartir y se esfuma al guardar todo para mí. Tu alegría humilde que se abaja, se parte y se reparte. Concédenos la "perfecta alegría": la que mana como una resurrección fresca entre escombros de proyectos fracasados. La alegría perseguida, crucificada, pero  inmortal desde tu Pascua. Concédenos, Señor, la "sencilla alegría": la de las cosas pequeñas, de los encuentros cotidianos y  las rutinas necesarias. La alegría que nadie nos podrá quitar, la alegría de María que alegraba su espíritu en Ti su salvador, y el nuestro. Ábrenos, Señor,  a la alegría, para esperar el acontecimiento más alegre de la historia: el nacimiento  de tu Hijo.

Secundino Martínez Rubio 





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