DOMINGO II
DE ADVIENTO (B)
EVANGELIO Mc 1,1-8
Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está
escrito en el profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te
prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparadle el camino al Señor,
allanad sus senderos. Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se
convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la
gente de Judea y de Jerusalén confesaban sus pecados y él los bautizaba en el
Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la
cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: Detrás
de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle
las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu
Santo.
REFLEXIÓN
La llamada, en este segundo domingo, nos
llega por medio del profeta Isaías y Juan Bautista. Tanto uno como otro nos
dejan un doble mensaje de alegría y consuelo por un lado y de
exigencia y conversión por otro.
Mensaje de esperanza y consuelo
Isaías dirige un mensaje de
esperanza y consuelo a los desterrados en Babilonia, el mensaje de su
liberación. La vuelta del destierro es, en cierto modo, la venida de Yahvé para
llevar el rebaño al redil; junto a la feliz noticia del perdón, el profeta hace
una llamada a la conversión; una llamada a preparar el camino al
Señor y a quitar los obstáculos que dificulten o retrasen su venida: “Preparad
el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los
montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale, y todos
vean la Salvación de Dios”.
Juan el Bautista anuncia un mensaje
de esperanza, la Buena Noticia de la llegada de
Dios Salvador en la persona de su Hijo Jesús y, con las palabras de Isaías,
llama también a la conversión como único camino para alcanzar
la salvación: “Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos”.
Los mensajeros -Isaías y el Bautista-
anuncian la llegada de Dios Salvador motivo de consuelo y esperanza. Pero ambos
han dicho también una palabra de conversión: «Preparad los caminos para
el Señor que viene». La espera del Adviento no es una actitud pasiva y
conformista.
Necesitados de consuelo y de esperanza.
Personalmente, con frecuencia,
caemos en el pesimismo, en el desaliento, la inseguridad, la angustia y en esa
vaga pero dolorosa sensación de desterrados, de desencajados, de extranjeros,
extraños y extrañados, sin ser de la tierra ni del cielo, en fin, de
andar sin rumbo.
También eclesialmente nos
sentirnos extraños en un mundo que no necesita de Dios, ni de la Iglesia, para
vivir; Nos sentimos raros siguiendo a Jesús en un ambiente que no le
sigue. Y se nos cuela en el alma la tristeza, la derrota, el desconsuelo,…
No cabe duda, necesitamos consuelo y
esperanza. Que no hemos de confundir con «optimismo barato» e ingenuo. Nuestra
esperanza se fundamenta en la confianza radical en Dios. La esperanza de
los discípulos de Cristo no consiste en ilusiones vanas de que esto cambiará de
un momento para otro. La verdadera esperanza consiste en una radical confianza
en la presencia de Dios, que no nos abandona y nos alienta
Pero, no conviene tampoco engañarnos, no basta que el Señor venga, es necesario recibirle. Es necesaria la conversión. Preparar el camino, allanar senderos, enderezar lo torcido, remover los obstáculos que pudieran entorpecer la llegada del Señor a nuestro corazón, a nuestra Iglesia, a nuestro mundo. Convertirse a Cristo Jesús significa volverse más claramente a él, aceptar sus criterios de vida, acoger su evangelio y sus opciones en nuestra vida. Y hacer que nuestra historia se parezca un poco más a un «Un cielo nuevo y una tierra nueva en que habita la justicia».
Secundino Martinez Rubio
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