viernes, 7 de septiembre de 2018


DOMINGO XXIII T.O. (B)


EVANGELIO

E
n aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. El, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, «ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. El les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

REFLEXIÓN
   
     Hemos escuchado las lecturas propias del domingo veintitrés del tiempo ordinario y ahora vamos a profundizar su mensaje.

      La primera lectura esta  tomada del libro de Isaías. En ella Isaías se dirige a los desterrados en Babilonia, que van perdiendo la esperanza de regresar a la patria que un día, ellos mismos o sus padres, se vieron obligados a abandonar. Las palabras del profeta son palabras de ánimo, de esperanza, destinadas mantener la fortaleza de los creyentes frente al miedo. Les anuncia que Dios mismo se pondrá al frente de la liberación del pueblo y  les describe una nueva realidad que está a punto de producirse: “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.”

 Pidamos al Señor que suscite también en nosotros esa esperanza que tanto necesitamos cuando atravesamos las “cañadas oscuras” de la vida y estamos hundidos, cuando lo pasamos mal, cuando sufrimos.

         La segunda lectura es del apóstol Santiago y su interpretación no admite dudas. Es clarísima. No podemos hacer acepción de personas por favoritismo, es decir, no podemos tratar  bien al que es rico y poderoso y despreciar a aquel que no nos puede aportar nada. Y, todo esto, porque, viene a decir el apóstol, Dios ha tomado partido por los pobres y los necesitados. Si con alguien debemos mostrar una predilección especial es con aquellos que están siendo “maltratados” por la vida.

El relato del evangelio de Marcos nos ha presentado uno de los muchos milagros hechos por Jesús. En este caso, se trata de la curación de “un sordo que apenas podía hablar.”
La curación muestra que con Jesús ha comenzado la era mesiánica, época de la salvación que profetizaba Isaías:
«Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo.».

¿Qué nos dice hoy a nosotros hoy este hecho milagroso?

La incomunicación no es solamente el resultado de problemas fisiológicos. Hay otros factores que igualmente condenan al aislamiento y a la incomunicación, a la sordera y al mutismo.

·        Familias sordas y mudas: sin comunicación entre la pareja, entre padres e hijos, entre hermanos…En mundos completamente diferentes. ¡aislados!
·        Inmigrantes que se sienten extraños, que no conocen la lengua o, conociéndola, extrañan la cultura, las costumbres, los  valores… ¡aislados!
·        Gente que se siente sola e incomunicada, aunque navegue por Internet, y esté pegada a la tele y colgada de las redes sociales, ¡aislados!
·        Gente incapacitada, por los ruidos y distracciones, para escuchar la voz de Dios que habla a través de los acontecimientos. Gente que no percibe los gritos de las necesidades de sus hermanos. ¡aislados!
·        Gente con la lengua bloqueada, incapaz de pronunciar una palabra de acercamiento, de perdón, de optimismo… ¡aislados!

 Y… cuando rompemos la relación con Dios y con los demás, taponamos las fuentes de la vida. Cuando vivimos aislados, dejamos de ser semejanza de Dios, que es relación, Trinidad. «Ábrete» es el mandato del Señor.¡Ábrete! porque recuerda: Vivir no es durar porque respiras, vivir es otra cosa. ¡Ábrete!

S.M.R.

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