sábado, 24 de diciembre de 2016

Noche buena
 + Evangelio según san Lucas     2, 1-14

En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.
José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.
Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.
En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:

«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»
Palabra del Señor

reflexión
Aunque hemos oído muchas veces este evangelio, sus palabras nos llegan al corazón siempre de nuevo.
Le llegó a María el momento anunciado por el Ángel en Nazaret: «Darás a luz un hijo » Llegó el momento que Israel esperaba desde hacía siglos; El momento de la cercanía de Dios que, en cierto modo esperaba toda la humanidad.
Pero, cuando llegó el Dios esperado, no había sitio en la posada. La humanidad está tan ocupada consigo misma no queda sitio para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios.

"Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron", dice San Juan (1,11).
·        Se refiere sobre todo a la casa de Belén: el Hijo de David fue a su ciudad, pero tuvo que nacer en un establo, porque en la posada no había sitio para él.
·        Se refiere también a la casa  de Israel: el enviado vino a los suyos, pero no lo quisieron.
·        En realidad, se refiere la casa de toda la humanidad: El mundo fue creado por Él y cuando entra en el mundo no se le escucha, no se le acoge.
En definitiva, estas palabras se refieren a nosotros, a cada persona y a la sociedad en su conjunto. ¿recibimos al que nos necesita el que sufre y necesita ayuda? ¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede entrar Él en nuestra vida? ¿Encuentra un lugar en nosotros o estamos ocupados en  nuestros quehaceres, nuestra vida, en nosotros mismos?

Gracias a Dios, la actitud negativa no es la única ni la última que hallamos en el Evangelio. En él encontramos el amor de su madre María y la fidelidad de san José, la vigilancia de los pastores y su gran alegría, la visita de los sabios Magos, llegados de lejos, San Juan nos dice: «Pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Jn 1,12).
Ciertamente, hay quienes lo acogen y, de este modo, con ellos crece el mundo nuevo.
Navidad nos hace reconocer la oscuridad de un mundo cerrado en si mismo, que vemos diariamente. Pero, nos dice también que Dios  va encontrando sitio. Gente que le va acogiendo.

¿También le acogemos nosotros? Es cuestión de ponernos en camino  como los pastores o los Magos y a salir de la cerrazón de nuestros deseos e intereses para ir  a adorarlo. Y lo adoramos abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de cuantos están marginados y en los cuales Él nos espera.

En el establo de Belén, vuelve a comenzar la realeza de David de  modo nuevo: en un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
En el establo hay un nuevo comienzo. Allí  está el verdadero palacio de David, la verdadera realeza. El nuevo trono desde el que atraerá hacia sí el mundo es la Cruz. Allí arranca un nuevo poder el que proviene de la Cruz: el poder de la bondad que se entrega, ésta es la verdadera realeza. Con la Navidad la creación, recuperan su belleza y su dignidad: esto es lo que comienza y hace saltar de gozo a los ángeles. La tierra queda restablecida al abrirse a Dios, al haber sintonía entre voluntad humana y voluntad divina. Navidad es la fiesta de la creación renovada. El canto de los ángeles en la Noche santa es la expresión de la alegría porque cielo y tierra, se encuentran nuevamente unidos; porque el hombre se ha unido nuevamente a Dios. En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo vino a la tierra. Por eso, de allí se difunde una luz para todos los tiempos; por eso, de allí brota la alegría y nace el canto.
Con la humildad de los pastores, pongámonos en camino, hacia el Niño en el establo. Toquemos la humildad de Dios, el corazón de Dios. Entonces su alegría nos alcanzará y hará más luminoso el mundo. Amén.

Navidad


+ Principio del santo Evangelio según san Juan     1, 1-18

Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan.
Vino como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz,
sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo.»
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

Palabra del Señor.

reflexión

El Evangelio de San Juan comienza con el prólogo, que hemos escuchado y cuyas afirmaciones fundamentales vamos a reflexionar

“La Palabra era Dios”. Hijo eterno del Padre, su Verdad más íntima, su Sabiduría. Estaba junto a Dios, era expresión de  su fuerza creadora; por la Palabra se hizo todo lo que existe. Y, por ella, la misericordia entrañable de Dios se volcó sobre la humanidad para recrearla cuando se había perdido, para iluminar el camino de los hombres y engendrarlos de nuevo haciéndolos hijos en el Hijo.

 «La Palabra de Dios se ha hecho carne».  La Palabra vino al mundo. Tomó carne de nuestra carne, en la mejor hija de esta tierra, en María de Nazaret. Despojada de su rango, vino a hablarnos, a decirnos el amor que Dios nos tiene, a explicarnos su plan Salvador. La Palabra, nos explicó el misterio de Dios sin libros ni doctrinas, no abrió universidad ni puso escuela para sabios y entendidos; impartió sus lecciones en las calles y en las plazas, en la montaña o junto al lago. Enseñaba con palabras y silencios, con gestos y miradas, que entendieron siempre los sencillos. Entregó su carne, partiéndola y repartiéndola para que todos tuviéramos Vida eterna. «Acampó entre nosotros». Se hizo proximidad, cercanía samaritana y compasiva.

Pero el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron. Prefirieron la oscuridad de charlatanes pregoneros antes que la luz de la Palabra.  Y la Palabra, que había nacido a las afueras de la ciudad, y había puesto su cátedra en la vida, murió a las afueras de la ciudad colgada de un madero, donde fue crucificada. Allí fue donde la Palabra impartió la suprema lección de amor, que entienden los que aman. Allí, en su muerte, descubrimos que “en la Palabra había vida”, una Vida Verdadera, que es algo más que durar porque respiras. Y… allí sigue la Palabra impartiendo sus lecciones.

A cuantos la recibieron les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. El que recibe la Palabra Encarnada, recibe, Vida nueva de hijo. Vida eterna, que se pierde guardándola  y se gana perdiéndola en proximidad amorosa, encarnada, samaritana, compasiva.



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