DOMINGO
II ADVIENTO (C)
E
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n el año quince del reinado del emperador
Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea,
y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene
bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre
Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán,
predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito
en el libro de los oráculos del Profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto:
preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles,
desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se
iguale. Y todos verán la salvación de Dios.»
La historia de Jesús
acaece en un tiempo bien determinado (el año 15 del emperador Tiberio),
en un lugar bien preciso (el desierto), en una persona bien concreta
(Juan, hijo de Zacarías).
La Palabra de Dios
nunca es abstracta, nos interpela a la comunidad y a cada uno para concretar
en tiempo, lugar y personas el anuncio de salvación. Este
Adviento debemos recibir la llamada de Dios en nuestras circunstancias
concretas, no al margen de ellas.
El lugar
de la llamada de Juan es el
desierto. Es el lugar del silencio, de la soledad, de la escucha la Palabra de Dios. No todos
los lugares son escogidos por Dios para manifestar su voluntad: frente a la
lista de autoridades, y de lugares asociados a ellas (Tiberio, Pilato, Herodes, su hermano Felipe, Lisanio, Anás y Caifás) es el desierto el
espacio privilegiado, del que surge y se multiplica la presencia salvadora de
Dios (su palabra viene en el desierto a una persona, pero toda carne verá
la salvación de Dios).
Adviento es un buen tiempo
para hacer desierto, para hacer silencio, para dejar que la Palabra de Dios resuene
en nuestros adentros.
Juan escuchó a Dios y
se dejó transformar por Él. Su vida cambió, no se quedó parado, encerrado en
sus cosas, no se acomodó en el desierto, se puso en camino y fue anunciando la
llegada del Mesías y animando a los demás a preparar su venida. El Bautista
prepara al pueblo para recibir la salvación de Dios. Su voz es una llamada a la
conversión, al cambio, a la transformación, para que todos reciban la salvación
de Dios. La proclamación
de Juan exige dejar atrás una determinada forma de vivir, o de entender
la vida, y es un punto de partida para abrazar algo nuevo. ¿Cómo se
puede sustanciar ese mensaje en tu vida hoy? ¿Hemos acogido
nosotros la Palabra de Dios, como Juan? Benedicto XVI hablaba de la anemia de la fe de los creyentes.
Nosotros, los que nos confesamos
creyentes ¿no tendremos una fe anémica? ¿Que sucede si comparamos nuestra fe
con los criterios evangélicos: Amar a
Dios sobre todo; no estar obsesionados por el mañana, vivir las
bienaventuranzas, haber encontrado el tesoro, la perla de gran valor por los
que se deja todo lo demás…? ¿Hemos acogido al Señor? ¿Tenemos experiencia de
encuentro con Él, o nuestro cristianismo se reduce a ritos, creencias,
tradiciones, tareas etc.?
Las palabras
proféticas de Isaías son dirigidas a un pueblo derrotado que, sin
embargo, vuelve a su tierra. A un pueblo así, Isaías pide que se le den
todas las facilidades para que su camino no sea costoso ni largo. Más que una
interpelacion moral personal, es una llamada urgente al compromiso por hacer
llegar, cuanto antes, la experiencia de salvación de Dios a los heridos de la
vida. En medio del "desierto espiritual" de la sociedad moderna ¿Cómo abrir caminos para que “todos
vean la salvación de Dios”? Llevamos mucho tiempo hablando de Evangelización y
de nueva evangelización. No parece que la Iglesia en su conjunto estemos dando respuesta a esa necesidad. ¿No será que
lo que tiene que cambiar es nuestra forma de creer?¿Nuestra fe se reduce a
ritos, costumbres, tradiciones, cumplimientos, compromisos, tareas… que son
cosas probablemente necesarias, pero insuficientes sino hemos acogido primero
la Palabra de Dios en nuestro vivir diario?
Adviento es tiempo de
conversión.
Secundino Martínez Rubio
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