miércoles, 16 de diciembre de 2015


DOMINGO IV

 DE ADVIENTO (C)

EVANGELIO Lc 1,39-45

E
n aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel.

En cuanto Isabel oyó el saludo de María, salto la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito: -¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!

¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. 

REFLEXIÓN
En el  Adviento la Palabra de Dios hace un recorrido curioso: En Las primeras semanas Isaías nos dejó imágenes que expresan el cumplimiento de la promesa de la que vive Israel: que Dios mismo se hará presente en medio de su pueblo y que esa presencia será la renovación de todas las cosas, la sanación de todas las heridas, el fin de toda limitación que oprime nuestra existencia, de todo dolor y de toda injusticia.
 Por el 2º domingo de Adviento apareció Juan Bautista con un mensaje distinto. Juan no es el profeta que tiene que sostener la esperanza de un pueblo decaído y machacado. No habla de alegría y de renacimiento. Juan es un profeta duro. Es el que da el último aviso.  El Señor se acerca y uno tiene que poner su vida en consonancia con Él si quiere recibirle. Pero el Bautista también anuncia la llegada de una novedad radical, la transformación de todas las cosas.
En este 4º domingo de Adviento el escenario es muy distinto. La salvación se anuncia no en un escenario público como el de Isaías o el Juan, sino en la intimidad de una mujer: María, que en una aldea perdida, en soledad, recibe una propuesta desconcertante: traer al mundo a un niño, cuidarlo y protegerlo, porque ese niño es la máxima cercanía de Dios a la humanidad, Dios-con-nosotros; tan cercano que es uno de nosotros, uno de tantos (Flp 2,7). Parece que, a medida que se va aproximando el Dios Altísimo, todo se hace más pequeño, más humilde,  sencillo y  cotidiano.
Parecía que al principio del Adviento nos anunciaban una cosa y lo que al final nos dan es otra, que lo que se nos promete al inicio no se corresponde con lo que encontramos al final. O quizá es que la promesa se realiza al modo de Dios, que no coincide siempre con el nuestro, y que las dos cosas están unidas: Dios viene a transformarlo todo adentrándose en lo nuestro y cargando con ello.
En la primera lectura, el profeta Miqueas, ante la situación difícil que está viviendo su pueblo, se plantea una pregunta: ¿De dónde vendrá la salvación? Y responde diciendo: No vendrá de Jerusalén orgullosa  y altiva, sino de la pequeña y humilde aldea de Belén. Y esto, porque Dios, no elige para  su acción salvadora a la riqueza, el poder, la relevancia.... sino a la sencillez, lo humilde y pequeño. Belén, una aldea humilde frente a la importante Jerusalén, será la elegida para que en ella nazca el salvador de los hombres. María, humilde, sencilla, pequeña a los ojos de los hombres, será también la elegida. Porque como ella mismo dijo: “El Señor dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”.
La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, pone en boca de Cristo esta frase: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas... Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad.” Esta disponibilidad de Cristo, para que el Padre obre a través de Él la salvación, es una actitud que se repite en María: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mi según tu palabra.” Y es una actitud que debería asumir cada cristiano, cada comunidad. Estar disponibles para servir, para ayudar, para amar. Para que Dios ame a través nuestro, para que consuele con nuestras palabras, para que acompañe con nuestra presencia. Estar disponibles para Dios es vivir en actitud de servicio y de entrega.
 El Evangelio nos presenta a María visitando a su prima Isabel. El amor cristiano es servicial; El cristiano acude puntual, y aprisa,  a la cita del amor que nos reclama junto al que nos necesita.
 Antes de entrar a celebrar el Nacimiento del Hijo de Dios, es bueno que miremos a María, protagonista de la Navidad, para imitarla.
Secundino Martínez Rubio

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