viernes, 19 de septiembre de 2014

DOMINGO XXV T.O. (A)

Evangelio  Mt 20, 1-16

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: Nadie nos ha contratado. El les dijo: Id también vosotros a mi viña. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer, y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. El replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.

Reflexión
Un Dios que nos ama gratuitamente
La parábola de los obreros contratados a diversas horas del día y pagados con el mismo jornal, explica el modo de ser de Dios. Dios obra como el dueño de la viña en la parábola, que se compadeció de los trabajadores de la última hora e hizo que, sin merecerlo, cobrasen también ellos un salario desproporcionado a su trabajo, porque su amor es gratuito

La parábola: Recompensa igual para un trabajo desigual
Jesús, que era la manifestación del amor de Dios, intentó muchas veces explicar ese amor gratuito de Dios, que era la clave de su comportamiento con los pecadores, publicanos, prostitutas etc., y que tanto escandalizaba a los buenos cumplidores de su pueblo. Nunca lo entendieron: ¿Cómo va ser tratado lo mismo el hijo pródigo que el hijo mayor, que siempre ha estado en casa sin desobedecer nunca una orden de su padre? ¿Cómo va ser igual el fariseo, que ayuna, que paga el diezmo, que cumple la ley hasta en sus más mínimos detalles, que el publicano que él mismo confiesa que es un pecador?
Hoy Jesús vuelve a explicar el amor gratuito de Dios con una parábola sorprendente. Dios, como el dueño de la viña, nos ama con amor gratuito y por ello, no ve injusto dar a los rendimientos distintos retribuciones iguales.

Una nueva jerarquía de valores.
La originalidad del pensamiento de Jesús está precisamente en que a distinto trabajo se le paga el mismo salario.En el campo de las relaciones laborales casi todo el mundo se rige por el principio de que cada persona debe ganar de acuerdo con lo que rinde en su trabajo.El principio puede valer para regular las relaciones laborales. Pero esto no sirve si lo aplicamos a las relaciones entre personas. Sería un disparate que un padre o una madre se pusieran a calcular, el rendimiento y los beneficios que su hijo ha producido  cada día, para determinar la cantidad de bondad, de cariño y ternura que se ha ganado ese hijo.
Jesús presenta un Dios-Padre que se rige por el amor gratuito, que no condiciona los dones a los méritos, que no espera recibir para dar, que nos ama por ser sus hijos, no solo por lo que hacemos o rendimos .

¿Cómo es nuestra idea de Dios?
Tendremos que examinar si nuestra idea de Dios coincide o no con la que Jesús nos revela. Porque con frecuencia  tenemos la idea de un Dios propietario que va a premiar a cada uno según sus méritos… y vivimos la fe no como hijos, sino como jornaleros, calculando siempre lo que vamos a ganar o lo que merecemos, y vivimos las prácticas religiosas como sistemas de intercambios, negocios y ganancias; Pensamos que hay que hacer tal obra buena o tal sacrificio para que Dios me lo tenga en cuenta o para merecer el cielo… Queremos un Dios que dé más a quien más produce y menos a quien rinde menos, que lleve la contabilidad de cuanto hacemos, para pagarnos por ello.  
Y ahí radica nuestra dificultad para entender la parábola. No entendemos a ese Dios cuyos caminos son los del amor gratuito, que no condiciona sus dones a nuestros méritos, que no espera recibir para dar, que nos ama por nosotros y no por lo que hacemos, que nos ha dado a su Hijo sólo porque nos ama y como muestra de su amor. El Dios-Padre  que, precisamente porque ama con una misericordia sin límites, no ve injusto dar a los rendimientos distintos retribuciones iguales, porque no atiende al rendimiento, sino a las personas en sí mismas, a sus hijos. No busca nuestro rendimiento, nos busca a nosotros. Dios no es un empresario, sino un Padre  que no anda calculando lo que cada uno nos merecemos para ajustar su amor a nuestros méritos.

Señor que nuestros caminos sean los tuyos
Este ser de Dios, este comportamiento para con nosotros, debería ser nuestra meta en relación a Él y a nuestros hermanos, los hombres. En la medida en que nos vayamos pareciendo al propietario de la parábola (a Dios), iremos construyendo en el mundo el Reino de los cielos del que nos habla Jesús: "El Reino de los cielos se parece a un propietario..." que amaba con un amor gratuito.
                                                             Secundino Martínez Rubio

No hay comentarios:

Publicar un comentario