sábado, 13 de septiembre de 2014

FIESTA DE LA 
EXALTACIÓN DE LA 
SANTA CRUZ


EVANGELIO                                     Jn 3,13-17
E

n aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.  Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve  por medio de él.

REFLEXIÓN

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

En este domingo, veinticuatro del Tiempo Ordinario, la Iglesia nos invita a centrar nuestra atención en el misterio de la cruz. Hoy se celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Una fiesta que hunde sus raíces en el siglo IV de nuestra era. El día 13 de Septiembre del año 335  tuvo lugar la consagración de la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén. El primer acto de culto público que se celebró fue la veneración de la Cruz el 14 de septiembre. El Obispo de Jerusalén levantó, “Exaltó”, en sus brazos la Cruz; y, ante ella, una inmensa multitud de pueblo fiel, imploró: “Señor, ten misericordia.” Ese es el origen histórico de la fiesta que celebramos.

¿Qué nos dice la Palabra de Dios  hoy en esta fiesta?

La primera Lectura es del libro de los Números, un libro del Antiguo Testamento, que recoge gran parte de la experiencia religiosa y humana  que vivió el  pueblo judío en su larga travesía por el desierto, en busca de la tierra prometida. En esa larga marcha el pueblo, que tiene hambre y sed, murmura contra Dios y contra Moisés. La murmuración expresa la desconfianza en el amor y el poder de Dios para cumplir lo que ha prometido: sacarles de la esclavitud y llevarles a una tierra fecunda. Entonces le sobreviene al pueblo un castigo: serpientes venenosas provocan la muerte de muchos. El pueblo reconoce su pecado y pide a Moisés que interceda ante Dios por ellos. Dios les da la curación a través de un signo: una serpiente de bronce elevada por Moisés sobre un mástil, a la que todos los mordidos debían mirar para vivir.

Nosotros hoy tenemos también otro símbolo al que mirar, otro signo al que dirigir nuestros ojos y nuestro corazón en busca de ayuda, de consuelo, de fortaleza: Es la Cruz que preside nuestras Iglesias, nuestras casas o que llevamos con nosotros. En la cruz, podemos descubrir el sentido y el significado de nuestro propio dolor y encontrar fuerzas para seguir adelante.

La segunda lectura, de la carta de San Pablo a los Filipenses, es una exposición del misterio de Cristo que, humillado por la muerte más infame, la crucifixión, es propuesto como modelo de vida para el cristiano. En efecto, éste debe tener «los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús»

Jesús a pesar de su omnipotencia, a pesar de su grandeza, a pesar de ser el “hijo del Altísimo”, se despojó de su rango, se vació de su dignidad, paso por uno de tantos y “se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz”. No es masoquismo sino deseo y realización de amor al hombre concreto que sufre y muere. Y porque se humilló tanto, hasta la muerte de cruz, «Dios lo levantó sobre todo». Así nos enseñó el camino hacia la exaltación y gloria, que no es conquista nuestra, sino regalo y fruto  de la humildad y entrega, del desprendimiento y generosidad.

El evangelio El evangelista Juan vio en la serpiente alzada en el desierto una figura de Cristo levantado en la Cruz y Resucitado que no vino al mundo para condenarlo sino para salvarlo. Y hoy lo salvan aquellos que, como Él, saben amar hasta el extremo de dar la propia vida en el empeño.

La fiesta de la exaltación de la cruz no significa que el cristianismo proclame una exaltación del sufrimiento, del dolor o del sacrificio por el sacrificio. Adoramos la cruz, no como lugar de suplicio, tortura y muerte,  sino como signo privilegiado de la presencia amorosa de Dios que en ella nos amó hasta el extremo. Exaltamos y adoramos al Señor que, crucificado en la Cruz, hace la mayor declaración del amor que Dios nos tiene... Verle amando así, ha de ser una fuerza para amar como Él, incluso cuando ese amor pase por la entrega de la propia persona. 

SECUNDINO MARTÍNEZ RUBIO



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