FIESTA DE LA
EXALTACIÓN DE LA
SANTA CRUZ
EVANGELIO Jn
3,13-17
E
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n aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él.
REFLEXIÓN
Fiesta
de la Exaltación
de la Santa Cruz
En este domingo, veinticuatro del Tiempo
Ordinario, la Iglesia
nos invita a centrar nuestra atención en el misterio de la cruz. Hoy se celebra
la fiesta de la Exaltación
de la Santa Cruz.
Una fiesta que hunde sus raíces en el siglo IV de nuestra era. El día 13 de
Septiembre del año 335 tuvo lugar la
consagración de la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén. El primer acto de
culto público que se celebró fue la veneración de la Cruz el 14 de septiembre.
El Obispo de Jerusalén levantó, “Exaltó”, en sus brazos la Cruz ; y, ante ella, una
inmensa multitud de pueblo fiel, imploró: “Señor, ten misericordia.” Ese es el
origen histórico de la fiesta que celebramos.
¿Qué nos dice la Palabra de Dios
hoy en esta fiesta?
La primera Lectura es del libro de los Números, un libro del Antiguo Testamento, que recoge gran parte de la
experiencia religiosa y humana que vivió
el pueblo judío en su larga travesía por
el desierto, en busca de la tierra prometida. En esa larga marcha el pueblo, que
tiene hambre y sed, murmura contra Dios y contra Moisés. La murmuración expresa
la desconfianza en el amor y el poder de Dios para cumplir lo que ha prometido:
sacarles de la esclavitud y llevarles a una tierra fecunda. Entonces le
sobreviene al pueblo un castigo: serpientes venenosas provocan la muerte de
muchos. El pueblo reconoce su pecado y pide a Moisés que interceda ante Dios
por ellos. Dios les da la curación a través de un signo: una serpiente de
bronce elevada por Moisés sobre un mástil, a la que todos los mordidos debían
mirar para vivir.
Nosotros hoy tenemos también otro símbolo
al que mirar, otro signo al que dirigir nuestros ojos y nuestro corazón en
busca de ayuda, de consuelo, de fortaleza: Es la Cruz que preside nuestras
Iglesias, nuestras casas o que llevamos con nosotros. En la cruz, podemos descubrir
el sentido y el significado de nuestro propio dolor y encontrar fuerzas para
seguir adelante.
La
segunda lectura, de la carta de San
Pablo a los Filipenses, es una exposición del misterio de Cristo que, humillado
por la muerte más infame, la crucifixión, es propuesto como modelo de vida para
el cristiano. En efecto, éste debe tener «los sentimientos propios de una vida
en Cristo Jesús»
Jesús
a pesar de su omnipotencia, a pesar de su grandeza, a pesar de ser el “hijo del
Altísimo”, se despojó de su rango, se vació de su dignidad, paso por uno de
tantos y “se rebajó hasta someterse
incluso a la muerte y una muerte de cruz”. No es
masoquismo sino deseo y realización de amor al hombre concreto que sufre y
muere. Y porque se humilló tanto, hasta la muerte de cruz, «Dios lo levantó sobre todo». Así nos
enseñó el camino hacia la exaltación y gloria, que no es conquista nuestra,
sino regalo y fruto de la humildad y
entrega, del desprendimiento y generosidad.
El
evangelio El evangelista Juan vio en
la serpiente alzada en el desierto una figura de Cristo levantado en la Cruz y
Resucitado que no vino al mundo para condenarlo sino para salvarlo. Y hoy lo
salvan aquellos que, como Él, saben amar hasta el extremo de dar la propia vida
en el empeño.
La fiesta de la exaltación de la cruz
no significa que el cristianismo proclame una exaltación del sufrimiento, del
dolor o del sacrificio por el sacrificio. Adoramos la cruz, no como lugar de suplicio, tortura y muerte, sino
como signo privilegiado de la presencia amorosa de Dios que en ella nos amó
hasta el extremo. Exaltamos y adoramos al Señor que, crucificado en la
Cruz, hace la mayor declaración del amor que Dios nos tiene... Verle amando
así, ha de ser una fuerza para amar como Él, incluso cuando ese amor pase por
la entrega de la propia persona.
SECUNDINO MARTÍNEZ RUBIO
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