miércoles, 8 de abril de 2015

DOMINGO
II DE PASCUA (B)

Evangelio Lc 20, 19-31
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.

Reflexión
El Evangelio de hoy insiste en que Jesús, a pesar de la incredulidad de los apóstoles, mantiene una presencia real en la comunidad reunida, particularmente en la celebración eucarística del domingo, el primer día de la semana.
“Al anochecer… estaban… con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”. El miedo los tiene paralizados. Se han reunido para encerrarse. Rumiando el fracaso. Quieren pasar desapercibidos, no llamar la atención. El miedo es fruto de su inseguridad, de su falta de fe en Jesús resucitado. A veces nosotros tenemos esa misma actitud. Vivimos «al anochecer», «con las puertas cerradas», llenos de «miedo», replegados, ocultos, sin dar testimonio. Encerrados. Sólo la presencia del Resucitado nos dará la firmeza y la alegría necesaria en medio de la hostilidad del mundo.
“Y en esto entró Jesús, se puso en medio”. Es la experiencia de la resurrección. Entró Jesús y la noche se hizo día. Las puertas se abrieron. El miedo salió temblando. Se renovaron. Es el milagro de la Pascua. Los acobardados se llenan de audacia, los tristes se encienden de gozo, los desencantados se entusiasman, los desunidos logran una profunda comunión. Resucitan.
Les dijo: Paz a vosotros. La paz es el don del Resucitado, es una realización del Crucificado; Es la paz que brota del sacrificio de Jesús que nos reconcilia con Dios con los demás y con nosotros mismos.
Les enseñó las manos y el costado. El resucitado es el mismo que murió en la cruz. Por eso les muestra las manos y el costado. Las heridas de Jesús se convierten en su tarjeta de identidad.
"Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor". La tristeza se convierte en alegría. La alegría es el sentimiento fundamental de la fe pascual.
Y les dijo:"Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Nace una comunidad de enviados, de misioneros, que debe anunciar a todos la buena noticia del amor de Dios. Un amor que no puede fracasar, como lo ha demostrado resucitando a Jesús de entre los muertos. El Señor nos invita a ser testigos de ese amor.
"Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo". El Espíritu Santo, es descrito de la misma forma que el don de la vida que Dios comunicó al hombre en sus orígenes (Gn 2,7: "Sopló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente") La Pascua es una nueva creación. El Espíritu nos comunica la vida.
 A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; El fruto de la obra redentora de Jesús es, en primer lugar, el perdón.
Tomás… no estaba con ellos. Y los otros le decían: Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: Si no veo… no lo creo. Jesús no puede ser visto ni reconocido fuera de la comunidad reunida en su nombre (Mt 18,20).
“A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos, y Tomás con ellos". Es la reunión de comunitaria del domingo,"día del Señor”, en el que experimentamos de una manera más intensa la presencia del Resucitado. Cada domingo podemos decir que se nos "aparece" Jesús, también a nosotros, en nuestra reunión eucarística. No sólo recordamos que resucitó en este día, sino celebramos su presencia, aunque no le veamos.
Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente…¡Señor mío y Dios mío! es un espléndido acto de fe de Tomás que unido a la comunidad  reconoce al Señor.
Dichosos los que crean sin haber visto. Porque lo definitivo, no es ver, sino amar. Sólo el amor puede hacer que  veamos y creamos.  Necesitamos que el Señor se haga presente y debemos reconocerlo por tres signos: la donación de la paz (hay que desterrar los conflictos), el soplo creador (hay que infundir aliento de vida) y los estigmas de Jesús (el sufrimiento por los otros es huella redentora).
Secundino Martínez Rubio

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