viernes, 13 de enero de 2017

DOMINGO II T.O. (A)

EVANGELIO  (Jn. 1, 29-34)
 En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: -Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: «Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo». Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel. Y Juan dio testimonio diciendo: -He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

REFLEXIÓN

El Evangelio de hoy muestra el testimonio del Bautista sobre Jesús, al que presenta como el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Esta frase la repetimos en cada Misa, pero ¿Qué significa eso de Cordero de Dios? ¿Qué quiere decir que quita el pecado del mundo?

 Cuando un judío oye lo de CORDERO DE DIOS le viene a la mente el cordero Pascual (Ex. 12) con cuya sangre los israelitas marcaron las puertas de sus casas para evitar ser víctimas del ángel exterminador en Egipto. En recuerdo de aquel Paso liberador de Dios los judíos celebran cada año la Pascua, y en ella se sacrifica el cordero pascual, sacrificio que perdona los pecados del Pueblo judío.
La Imagen puede evocar también al personaje de Isaías 53 que se ofrece a morir por el pueblo y marcha a la muerte «como un cordero llevado al matadero», sin protestar ni abrir la boca. En cualquier caso, las palabras del Bautista, sugieren una estrecha relación con Dios y con el perdón de los pecados. Juan presenta a Jesús como el único cordero de la nueva alianza, que quita el pecado del mundo, es más importante que Juan, sobre él se ha posado el espíritu, Jesús da el espíritu en un nuevo bautismo, él es el Hijo de Dios. Es el salvador que salva, no desde la magia, ni desde el poder, ni desde el prestigio y la fuerza, sino desde el servicio entregado como “cordero llevado al matadero”.   

EL PECADO es una realidad presente en el mundo. Basta mirar alrededor para ver que: En la sociedad hay explotación, pobreza, hambre, incultura, violencia, sufrimiento de muchos inocentes,  marginación de los sin voz, los abusos, corrupción, violación de los derechos humanos.  En el ámbito de la familia se vemos frialdad, falta de diálogo y entendimiento, lucha de generaciones, desamor, infidelidad, divorcio, abortos. En el plano personal nos dominan las actitudes de soberbia, avaricia, lujuria, envidia, ansia de dominio, odio, rivalidad y venganza. También en las estructuras de la Iglesia cristalizan acciones y actitudes de pecado.

El pecado está presente entre nosotros como una verdadera esclavitud, que nos agobia cuando la percibimos y que es todavía es peor cuando ni siquiera la notamos.

Una cosa no es mala porque Dios haya decidido que sea pecado. Es, exactamente, al revés. Precisamente porque es mala y nos deshumaniza, es pecado que Dios quiere quitar del mundo. El pecado nos hace daño a nosotros mismos. Nos deshumaniza, nos encierra en la mentira, nos deja en la oscuridad, rompe nuestra relación con Dios y rompe la fraternidad con los demás. El pecado nos encierra en la soledad. Y eso es lo que le “duele” a Dios.
El problema es: ¿Cómo podremos luchar con éxito contra el mal y vencerlo dentro de nosotros mismos,  en nuestra vida y en el ambiente circundante?

El Bautista nos presenta a Jesucristo como «el que quita el pecado del mundo». No anuncia un Dios controlador implacable de nuestros pecados,  sino el Dios compasivo que esta con nosotros frente al mal. Jesús ofrece la posibilidad de salir de nuestro pecado, nos ofrece su apoyo, su salvación para librarnos del mal.

Si aún no hemos descubierto a Jesús como quien quita nuestro pecado, si no hemos experimentado su liberación gozosa, su perdón que purifica nuestro pecado, que renueva nuestra vida diaria, es que tenemos que seguir aprendiendo que el es el Cordero  de Dios que quita el pecado del mundo.

Secundino Martínez Rubio


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