DOMINGO II T.O.
(A)
EVANGELIO (Jn. 1, 29-34)
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él,
exclamó: -Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es
aquel de quien yo dije: «Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí,
porque existía antes que yo». Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con
agua, para que sea manifestado a Israel. Y Juan dio testimonio diciendo: -He
contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre
él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquél
sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de
bautizar con Espíritu Santo. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste
es el Hijo de Dios.
REFLEXIÓN
REFLEXIÓN
El
Evangelio de hoy muestra el testimonio del Bautista sobre Jesús, al que
presenta como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Esta frase la repetimos en cada Misa,
pero ¿Qué
significa eso de Cordero de Dios? ¿Qué quiere decir que quita el pecado del
mundo?
Cuando un judío oye
lo de CORDERO DE DIOS le viene a la mente el cordero Pascual (Ex.
12) con cuya sangre los israelitas marcaron las puertas de sus casas para evitar ser víctimas del ángel
exterminador en Egipto. En recuerdo de aquel Paso liberador de Dios los judíos
celebran cada año la Pascua , y en ella se sacrifica el cordero pascual, sacrificio que perdona
los pecados del Pueblo judío.
La Imagen puede evocar también al personaje de
Isaías 53 que se ofrece a morir por el pueblo y marcha a la muerte «como
un cordero llevado al matadero», sin protestar ni abrir la boca. En
cualquier caso, las palabras del Bautista, sugieren una estrecha relación con
Dios y con el perdón de los pecados. Juan
presenta a Jesús como el único cordero de la nueva alianza, que
quita el pecado del mundo, es
más importante que Juan, sobre él se ha posado el espíritu, Jesús da el
espíritu en un nuevo bautismo, él es el Hijo de Dios. Es el salvador que salva, no desde la magia,
ni desde el poder, ni desde el prestigio y la fuerza, sino desde el servicio entregado
como “cordero llevado al matadero”.
EL
PECADO
es una realidad presente en el mundo. Basta mirar alrededor para ver que: En la sociedad hay explotación,
pobreza, hambre, incultura, violencia, sufrimiento de muchos inocentes, marginación de los sin voz, los abusos, corrupción, violación de los derechos humanos. En el ámbito de la familia se vemos
frialdad, falta de diálogo y entendimiento, lucha de generaciones, desamor,
infidelidad, divorcio, abortos. En el
plano personal nos dominan las actitudes de soberbia, avaricia, lujuria, envidia,
ansia de dominio, odio, rivalidad y venganza. También en las estructuras de la
Iglesia cristalizan acciones y actitudes de pecado.
El
pecado está presente entre nosotros como una verdadera esclavitud, que nos agobia
cuando la percibimos y que es todavía es peor cuando ni siquiera la notamos.
Una cosa
no es mala porque Dios haya decidido que sea pecado. Es, exactamente, al revés.
Precisamente porque es mala y nos deshumaniza, es pecado que Dios quiere quitar
del mundo. El pecado nos hace daño a nosotros mismos. Nos deshumaniza, nos
encierra en la mentira, nos deja en la oscuridad, rompe nuestra relación con Dios y rompe la fraternidad con los demás.
El pecado nos encierra en la soledad. Y eso es lo que le “duele” a Dios.
El problema es: ¿Cómo podremos luchar con éxito contra el mal y vencerlo dentro de
nosotros mismos, en nuestra vida y en el
ambiente circundante?
El
Bautista nos presenta a Jesucristo
como «el que quita el pecado del mundo». No anuncia un Dios controlador implacable de nuestros pecados, sino el Dios compasivo que esta con nosotros
frente al mal. Jesús ofrece la posibilidad de salir de nuestro pecado, nos
ofrece su apoyo, su salvación para librarnos del mal.
Si
aún no hemos descubierto a Jesús como quien quita nuestro pecado, si no hemos experimentado
su liberación gozosa, su perdón que purifica nuestro pecado, que renueva
nuestra vida diaria, es que tenemos que seguir aprendiendo que el es el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo.
Secundino Martínez Rubio
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