viernes, 17 de febrero de 2017

DOMINGO VII T.O. (A)

EVANGELIO  Mt. 5,38-48

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
 -Sabéis que está mandado: «Ojo por ojo, diente por diente.» Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
 Habéis oído que se dijo:
-Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo:
Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

REFLEXION

El texto del evangelio sigue perteneciendo al Sermón de la Montaña, en el cual Jesús plantea la forma peculiar y especifica de actuar de sus seguidores.
La predicación de Jesús sobre el amor resulta casi siempre atrayente, pero cuando habla de amar a los enemigos, de querer a quien no nos quiere, la cosa resulta desconcertante, y nos solemos echar para atrás. Eso del amor incondicional pues… es bonito, pero para escucharlo no para practicarlo  hasta esos extremos.

Pero la invitación de Jesús a amar a los enemigos no es una ocurrencia atrayente. Su invitación nace de la experiencia que Él tiene de Dios: El Padre Dios nos ama incondicionalmente a todos: «El hace salir su sol sobre buenos y malos, manda la lluvia a justos e injustos». No discrimina a nadie. No ama sólo a quienes lo merecen (¡no lo merecemos nadie!). Su amor está abierto a todos buenos y malos. Y quien quiera vivir como hijo suyo ha de parecerse a Él y no excluir a nadie de su amor. Ese es el reto: parecerse al Padre Dios. Por eso dice el Señor:

Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo”

Ante este reto, nuestra primera reacción será pensar: Esto nos sobrepasa por todos los lados. Desborda nuestros sentimientos, nuestra sensibilidad se rebela, porque traemos experiencia de heridas hondas, que no se curan automáticamente como resultado de  un acto de la  voluntad. Casi uno termina por decir esto es imposible.

Pero, el perdón y la reconciliación, el amor al enemigo, no provienen de sentimientos puramente humanos, sino que son fruto de la gracia de Dios, que nos ayuda a amar a quienes menos lo merecen, pero que son los que más lo necesitan. Con la ayuda de Dios: se puede, pero ¡con la ayuda de Dios!

Por otra parte: El amor al enemigo no significa es estar acuerdo con el  mal que nos ha hecho y darlo por bueno. Es muy probable que respetando a nuestro enemigo como persona, estemos radicalmente en contra de sus actos y actitudes, e incluso nos debamos defender de él, para que no nos siga causando mal.

Amar al enemigo significa primero no responderle con mal, no buscar ni desear hacerle daño. Es natural que nos sintamos ofendidos, heridos o humillados. Pero  NO alimentaremos el odio y la sed de venganza. Estaremos dispuestos a ayudarle en su necesidad y mantendremos abierta siempre la puerta de nuestra cercanía, sin cerrar el crédito de nuestra ayuda si la necesita. Estas son las actitudes del cristiano, que nos hacen más humanos y más felices que el odio, la venganza, el resentimiento.

 Secundino Martínez Rubio

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