DOMINGO VII T.O. (A)
EVANGELIO Mt. 5,38-48
En aquel tiempo dijo Jesús a sus
discípulos:
-Sabéis que está mandado: «Ojo por ojo,
diente por diente.» Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al
contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que
quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te
requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al
que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo:
-Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu
enemigo. Yo, en cambio, os digo:
Amad a vuestros enemigos, haced el bien a
los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis
hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos
y buenos y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué
premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo
a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también
los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.
REFLEXION
El texto del evangelio sigue perteneciendo al Sermón de la Montaña , en el cual Jesús
plantea la forma peculiar y especifica de actuar de sus seguidores.
La predicación de Jesús sobre el amor resulta casi siempre
atrayente, pero cuando habla de amar a los enemigos, de querer a quien no nos
quiere, la cosa resulta desconcertante, y nos solemos echar para atrás. Eso del
amor incondicional pues… es bonito, pero para escucharlo no para
practicarlo hasta esos extremos.
Pero la invitación de Jesús a amar a los enemigos no es una
ocurrencia atrayente. Su invitación nace de la experiencia que Él tiene de Dios:
El Padre Dios nos ama incondicionalmente a todos: «El hace salir su sol sobre buenos y malos, manda la
lluvia a justos e injustos». No discrimina a nadie. No ama sólo a quienes lo
merecen (¡no lo merecemos nadie!). Su amor está abierto a todos buenos y malos.
Y quien quiera vivir como hijo suyo ha de parecerse a Él y no excluir a nadie
de su amor. Ese es el reto: parecerse al Padre Dios. Por eso dice el Señor:
“Habéis oído
que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os
digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad
por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que
está en el cielo”
Ante este reto, nuestra primera reacción será pensar: Esto nos sobrepasa
por todos los lados. Desborda nuestros sentimientos, nuestra sensibilidad se rebela, porque
traemos experiencia de heridas hondas, que no se curan automáticamente como
resultado de un acto de la voluntad. Casi uno termina por decir esto es
imposible.
Pero, el perdón y la reconciliación,
el amor al enemigo, no provienen de sentimientos puramente humanos, sino que
son fruto de la gracia de Dios, que nos ayuda a amar a quienes menos lo
merecen, pero que son los que más lo necesitan. Con la ayuda de Dios: se puede,
pero ¡con la ayuda de Dios!
Por otra parte: El amor al enemigo no significa es estar acuerdo
con el mal que nos ha hecho y darlo por
bueno. Es muy probable que respetando a nuestro enemigo como persona, estemos
radicalmente en contra de sus actos y actitudes, e incluso nos debamos defender
de él, para que no nos siga causando mal.
Amar al enemigo significa primero no responderle con mal, no buscar
ni desear hacerle daño. Es natural que nos sintamos ofendidos, heridos o
humillados. Pero NO alimentaremos el
odio y la sed de venganza. Estaremos dispuestos a ayudarle en su necesidad y
mantendremos abierta siempre la puerta de nuestra cercanía, sin cerrar el
crédito de nuestra ayuda si la necesita. Estas son las actitudes del cristiano,
que nos hacen más humanos y más felices que el odio, la venganza, el
resentimiento.
Secundino Martínez Rubio
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