viernes, 27 de octubre de 2017

DOMINGO XXX T.O. (A)


Evangelio (Mt 22, 34-40)


En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: -Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?

El le dijo: -«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: -«Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.

Reflexión
En los domingos anteriores, hemos visto a diversos grupos religiosos enfrentándose a Jesús. Los fariseos envían ahora a un experto en la Ley, que le pregunta cual es el mandamiento principal. La cosa tenía su importancia, pues los judíos hablaban 613 mandamientos (248 preceptos y 365 prohibiciones),  que debían observarse para cumplir íntegramente la Ley. No era fácil saber lo que constituía el núcleo fundamental de su religión ¿Cuál era el mandato principal?, ¿qué era lo mas importante, lo esencial?

En el contexto de las controversias de Jesús con sus adversarios, un fariseo le pregunta: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”

Jesús respondió con palabras del libro del Deuteronomio (Dt 6,5): "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero.” Son parte de las palabras que cualquier judío piadoso recita todos los días, al levantarse y al ponerse el sol. En este sentido, la respuesta de Jesús es irreprochable. Y continúo Jesús con palabras del Libro del Levítico (19,18): El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo".

La novedad de la respuesta de Jesús reside en dos aspectos: Primero, sitúa el amor a Dios y al prójimo como centro esencial de la ley. No sólo resume la ley, sino que la fundamenta en el amor a Dios y al prójimo. Para Jesús el fundamento, la base, en que descansa toda la ley es el amor a Dios y al prójimo. Ningún precepto, norma, doctrina o institución, pueden arrogarse esa centralidad. Todo ha de fundamentarse en el amor a Dios y al prójimo. Porque perdidos en tantas normas, prescripciones y disposiciones, eso era olvidado por  escribas y fariseos. Y…también a nosotros nos puede suceder. Podemos andar perdidos, perplejos, desorientados por tanta norma, precepto, costumbre… o por el relativismo, para el que todo es relativo y nada definitivo y fundamental. Jesús nos dice hoy que el amor a Dios y al prójimo es el principio  fundamental conforme al cual debe revisarse siempre la vida cristiana. 
En segundo lugar Jesús unifica y equipara los dos mandamientos: que el segundo sea “semejante” al primero no significa que el amor al prójimo sea un mandamiento de segundo rango con respecto al amor de Dios, sino que posee una radicalidad  y centralidad semejante al primero.

Amor a Dios y al prójimo no son intercambiables, pero, para un cristiano, tampoco son separables. Y desgraciadamente a veces se han separado, en ocasiones afirmando el amor a Dios a costa del amor al hombre; otras veces afirmando el amor por el hombre a costa del amor a Dios.
El modo de amar
Pero amar a Dios y al prójimo, no se reduce a un sentimiento.   Por eso dice Santa Teresa: “Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar, en cuanto pudiéremos, no le ofender, y rogarle que vaya siempre adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia Católica.” (Moradas Cuartas cap.1, 7.)

El amor, a veces, incluye el sentimiento, pero no se reduce al sentimiento. Es una decisión de la voluntad, que permanece cuando, a veces, el sentimiento se debilita o desaparece. ¿No has oído  aquello de “nos hemos separado porque ya no SENTIMOS nada”, “no rezo, ni voy a misa porque  no SIENTO nada”.
No deberíamos olvidarlo: EL AMOR A DIOS Y A LOS DEMÁS NO SE REDUCE A SENTIR.

Secundino Martinez Rubio

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