sábado, 14 de abril de 2018


DOMINGO III 

DE PASCUA (B)

 

EVANGELIO Lc 24,35-48 :


En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

 
Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros.»
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. 
Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.»

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. 
Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo que comer?»
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. 

Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.»
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. 

Y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»


REFLEXIÓN

En este tercer domingo del tiempo pascual, la liturgia pone una vez más en el centro de nuestra atención el misterio de Cristo resucitado. Victorioso sobre el mal y sobre la muerte, el Autor de la vida, que se inmoló  por nuestros pecados y que deja a los suyos la misión de ser “testigos” su Resurrección,

         En la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles hemos escuchado a San Pedro  que predica la muerte de Jesús en la Cruz pero, fundamentalmente anuncia su resurrección, su vuelta a una vida en Dios y desde Dios. Reconoce que, muchos de los que participaron en la muerte de Jesús, lo hicieron por ignorancia y les invita ahora al arrepentimiento y a la conversión para el perdón de los pecados. Las tres lecturas de hoy coinciden en el tema del perdón de los pecados a todo el mundo gracias a la muerte de Jesús. San Pedro concluye su predicación diciendo: “Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.” La segunda lectura comienza: “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo.” En el evangelio, Jesús afirma que “en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos”.
El tiempo pascual encierra, dentro de sí, una llamada a buscar el perdón gozoso de Dios que lo derrama copiosamente sobre aquellos que se arrepienten.

          La segunda lectura es de la primera carta del apóstol San Juan, en la que nos dice que:   tenemos un abogado ante el Padre que pide siempre por el perdón de nuestros pecados. Ese abogado es Jesús que murió no sólo por el perdón de nuestros pecados sino por los del mundo entero.  Y  San Juan insiste  en que a Jesús le amamos si cumplimos sus mandamientos. 

         En el relato del evangelio de San Lucas  nos dice que los discípulos estaban reunidos, escuchando lo que les había acontecido a dos miembros de la comunidad que se dirigían a Emaús y cómo habían reconocido a Jesús en el partir el pan. Pero, el grupo no acababa de aceptar el anuncio de la resurrección. Tiene miedo y sigue encerrado. Y aparece Jesús que confirma su identidad, tratando de convencerles de que está realmente vivo, que le pueden ver y tocar; que, juntos, pueden comer de nuevo. Al final, Jesús les nombrará “testigos” de esa Resurrección, testigos llamados a anunciar la Buena Noticia a todos los confines de la tierra.
Este mandato de Jesús es para cada cristiano. Todos estamos llamados a dar testimonio de Jesús con nuestra palabra y con nuestra vida,. No nos basta con ser cristianos, con estar bautizados. Es necesario vivir como tales cristianos, conscientes de aquel bautismo que un día recibimos.

Dejemos que nos inunde el resplandor pascual que irradia la Pascua y, con el salmo responsorial, imploremos: "Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro".

S. MARTÍNEZ RUBIO










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