sábado, 28 de abril de 2018


DOMINGO V 

DE PASCUA (B)

EVANGELIO (Jn 15,1-8.)
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos

REFLEXIÓN
En este V domingo de Pascua, la liturgia nos muestra a Jesús, durante la última Cena, presentándose como la vid verdadera y exhortando a sus discípulos a permanecer unidos a Él y dar fruto.
Permanecer unidos a Cristo como los sarmientos a la vid, es la condición indispensable para dar fruto: “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí”, y dar frutos es la forma de dar gloria al Padre y ser discípulos del Señor: "Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos".
La unión con Cristo y el dar frutos no se pueden identificar, pero tampoco pueden separarse en la vida cristiana, de lo contrario generan tipos de cristianismo insuficientes.
El cristianismo  que pretender estar unido a Cristo, pero sin dar frutos: Es el espiritualismo desencarnado. Muy unido a Cristo, pero sin vivir cómo él, sin luchar por lo que el luchó, sin juntarse con los que él se juntaba, sin decir y hacer lo que él, sin proseguir su causa, huyendo de su cruz ; sin vivir ni morir con la esperanza que él lo hizo. Un cristianismo que ve en Cristo al divino esposo, pero no quiere ver en él al divino con-sorte (consortes son los que corren la misma suerte). La fe se reduce al bienestar emocional. Y es cierto que la fe alcanza nuestro sentimiento, pero no se reduce a sentimiento. Alcanza la emocionalidad, pero, la fe no se reduce a los sentimientos de la fe. Ni la religión a sentimentalismo.Un Cristianismo sin frutos es también  el cristianismo reducido a mera costumbre o tradición, en el que la fe no pasa de ser algo heredado, que nunca ha llegado a ser fruto de una opción personal y que no va más allá de unos ritos y costumbres. Es bueno recibir la fe de nuestra tradición, pero la fe no se reduce a una costumbre heredada, ha de ser una opción de cada uno.
Son formas insuficientes de vivir el cristianismo. Porque no es suficiente vivir unidos a Cristo, es necesario vivir como Él dando los frutos de obediencia la Padre y servicio a los hombres como Él.
El cristianismo que pretende dar frutos, pero sin permanecer en Cristo. Postura contraria a la anterior,  que reduce la  fe a un compromiso generoso, la Iglesia a una ONG, la vida cristiana a voluntariado social, el cristianismo a una ética generosa de la solidaridad. Un cristianismo de “tareas” y es cierto que la fe cristiana contiene una ética, pero no se reduce a ética. Desde siempre ha predicado la Iglesia el amor al prójimo y, especialmente, a los pobres como constitutivo esencial de la fe cristiana y como verificación inexcusable del amor a Dios. Todo esto es verdad, mucha verdad. Pero el componente ético de nuestra fe, ha de ocupar su lugar, sin invadir todo el espacio o monopolizar el conjunto de la fe cristiana.
El encuentro con Dios comporta una serie de consecuencias para la vida ética, de igual modo que la calidad ética de las personas favorece o dificulta el conocimiento de Dios (cf. Rom 1,18-32); pero lo religioso contiene una identidad y singularidad propia que no es reductible a lo ético. El cristianismo incluye una ética y muy exigente. Pero alimentada desde la vida de fe, de encuentro con Cristo y desde la acción de gracias. El indicativo precede al imperativo.
La Palabra nos pide otra vez considerar el papel que Jesús juega en nuestra vida y hasta qué punto nuestras opciones vitales, de todo tipo, están fundamentadas en Él. No hay cristianismo sin comunión con Cristo. Él es la vid, nosotros los sarmientos que carecen de vida si no están unidos a la vid. La fe se desfigura si olvida que, antes que nada, es un encuentro personal con Cristo, para ser como Cristo, y vivir en Cristo. «El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada».
S.M.R.

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