DOMINGO VI
DE PASCUA (B)
EVANGELIO
Jn 15,9-17
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre
me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para
que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo
os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que
hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi
Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy
yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro
fruto dure.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros.
REFLEXIÓN
Hemos
escuchado las lecturas correspondientes al sexto domingo de Pascua.
La primera lectura está tomada del Libro de los Hechos de los
Apóstoles. Muy pronto en la comunidad cristiana se planteó un problema que
llegaría a ser importante y que, una vez superado, ya no volvió a repetirse. Hasta
entonces, cristianos se han visto a sí mismos con un grupo dentro del judaísmo,
sin especial relación con los paganos. A los que consideraban impuros y con los
que rehuían el trato. La cuestión era la siguiente: El Evangelio ¿debía ser
proclamado únicamente a los judíos de Palestina y del extranjero o podía ser
anunciado también a los no judíos, a los paganos? ¿Un no judío podía formar
parte de la Iglesia? la respuesta a estas preguntas dividió a los cristianos.
El episodio de hoy, en el que hemos visto a Pedro bautizar y acoger en la
Iglesia al primer pagano, marcó el comienzo de una etapa nueva en la que ya no
habría límites de raza o pueblo. Todo ser humano estaba llamado a formar parte
de la Iglesia porque, en palabras de Pedro, “Dios acepta al que lo teme y
practica la justicia sea de la nación que sea”.
La
conducta de Pedro provocó gran escándalo en los sectores más conservadores de
la comunidad de Jerusalén y debió subir a la capital a justificar su conducta.
Pero este episodio deja claro que, para Dios, los paganos no son seres impuros.
Él ama a todos los hombres sin distinción.
La segunda lectura es de la primera
carta del apóstol San Juan y sigue insistiendo, en la importancia que, para un
cristiano, tiene el mandamiento del amor. Juan
justifica el mandato de amarnos mutuamente diciendo que «Dios es amor» y
que en su Hijo nos ha demostrado ese
amor. Y esto lo hace cuando todavía éramos pecadores. No espera a que nos
convirtamos y seamos buenos para enviarnos a su Hijo. El Jueves santo tuvimos
la oportunidad de recordar el momento en
el que Jesús dejó a su Iglesia el mandato
nuevo del amor y ese otro en el que, arrodillado ante sus amigos, les lavó los
pies para enseñarles cómo debían estar los unos al servicio de los otros. Este
amor no es solo para vivirlo en los grandes momentos sino también en nuestra
vida diaria.
El relato evangélico, tomado de San Juan,
nos ha descrito el momento en el que Jesús dice a sus Apóstoles
para que permanezcan unidos a él. El domingo pasado recordábamos el pasaje
inmediatamente anterior al de hoy, el que hablaba de cómo Cristo era la vid y
nosotros los sarmientos. Unos sarmientos que para tener vida y dar fruto
debían estar profundamente unidos a la vid. Pero, les recuerda, no es
suficiente con estar unidos a Él. Deben, también, estar unidos con los demás.
Deben amar a los otros como Jesús les ama a ellos, hasta el extremo, hasta dar
la vida. Solo unidos a Cristo podrán tener fuerza para amar a los demás. Sólo
sintiéndose amados por Cristo podrán sentirse motivados para dar y compartir
amor.
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