sábado, 5 de mayo de 2018


DOMINGO VI 

DE PASCUA (B)




EVANGELIO  Jn 15,9-17

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.

REFLEXIÓN

Hemos escuchado las lecturas correspondientes al sexto domingo de Pascua.
La primera lectura  está tomada del Libro de los Hechos de los Apósto­les. Muy pronto en la comunidad cristiana se planteó un problema que llegaría a ser importante y que, una vez superado, ya no volvió a repetirse. Hasta entonces, cristianos se han visto a sí mismos con un grupo dentro del judaísmo, sin especial relación con los paganos. A los que consideraban impuros y con los que rehuían el trato. La cuestión era la siguiente: El Evangelio ¿debía ser proclamado únicamente a los judíos de Palestina y del extranjero o podía ser anunciado también a los no judíos, a los paganos? ¿Un no judío podía formar parte de la Iglesia? la respues­ta a estas preguntas dividió a los cristianos. El episodio de hoy, en el que he­mos visto a Pedro bautizar y acoger en la Iglesia al primer pagano, marcó el comienzo de una etapa nueva en la que ya no habría límites de raza o pueblo. Todo ser humano estaba llamado a formar parte de la Iglesia porque, en pala­bras de Pedro, “Dios acepta al que lo teme y practica la justicia sea de la na­ción que sea”.
La conducta de Pedro provocó gran escándalo en los sectores más conservadores de la comunidad de Jerusalén y debió subir a la capital a justificar su conducta. Pero este episodio deja claro que, para Dios, los paganos no son seres impuros. Él ama a todos los hombres sin distinción.

La segunda lectura es de la primera carta del apóstol San Juan y sigue insistiendo, en la importancia que, para un cristiano, tiene el mandamiento del amor. Juan  justifica el mandato de amarnos mutuamente diciendo que «Dios es amor» y  que en su Hijo nos ha demostrado ese amor. Y esto lo hace cuando todavía éramos pecadores. No espera a que nos convirtamos y seamos buenos para enviarnos a su Hijo. El Jueves santo tuvimos la oportunidad de recordar  el momento en el que Jesús dejó a su  Iglesia el mandato nuevo del amor y ese otro en el que, arrodillado ante sus amigos, les lavó los pies para enseñar­les cómo debían estar los unos al servicio de los otros. Este amor no es solo para vivirlo en los grandes momentos sino también en nuestra vida diaria.

El relato evangélico, tomado de San Juan, nos ha descrito el momento en el que Jesús dice a sus Apóstoles para que permanezcan unidos a él. El domingo pasado recordábamos el pasaje inmediatamente anterior al de hoy, el que hablaba de cómo Cristo era la vid y nosotros los sarmientos. Unos sarmientos que para tener vida y dar fruto debían estar profunda­mente unidos a la vid. Pero, les recuerda, no es suficiente con estar unidos a Él. Deben, también, estar unidos con los demás. Deben amar a los otros como Jesús les ama a ellos, hasta el extremo, hasta dar la vida. Solo unidos a Cristo podrán tener fuerza para amar a los demás. Sólo sintiéndose amados por Cristo podrán sentirse motivados para dar y compartir amor.







No hay comentarios:

Publicar un comentario