jueves, 5 de febrero de 2015

DOMINGO 5º
TIEMPO ORDINARIO

Evangelio  (Mc 1,29-39.)
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca. El les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido. Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Reflexión
Jesús ante el sufrimiento: “Curó a muchos enfermos”
Hoy contemplamos a Jesús curando a la suegra de Pedro y a una multitud de enfermos venidos de todas partes. Estamos ante un tema difícil de aceptar y difícil de explicar: el sufrimiento. Una experiencia que, a veces, oscurece el horizonte de nuestra vida, arruina nuestra confianza en la existencia y nos sitúa en la desdicha.

Oscurecimiento de la presencia de Dios
La experiencia del sufrimiento oscurece la presencia de Dios.  A veces ese oscurecimiento es superficial y lo que se nos nubla es simplemente la imagen deficiente que tenemos de Dios. Un Dios que hemos imaginado como un tapagujeros, a nuestro servicio y pendiente de nuestros deseos, volcado incluso en la satisfacción de nuestros caprichos. La llegada del sufrimiento pone en crisis esa imagen de Dios. Otras veces lo que entra en crisis no es la idea que tenemos de Dios, sino la misma experiencia religiosa de la persona. Se pone en crisis la experiencia básica de sentirse amado, de la que vive el creyente. Se oscurece la fuente de la luz. Se apaga la fuente del amor.

Reacciones
Ante la experiencia del sufrimiento, hay quien niega la existencia de Dios absolutamente. No se trata de la experiencia de ausencia, se trata de la negación de su existencia, de no aceptar otra Presencia que la de los hechos dolorosos y sin sentido. Pero, ante el sufrimiento, no es esa la única salida. Hay quienes ante la experiencia de sufrimiento reaccionan con el grito, la queja, el porqué… dirigidos a la Fuerza que nos puso en la existencia y que, ahora, en esa situación de sufrimiento, se oscurece y se experimenta bajo la forma de ausencia. Es el grito de ¿porqué me has abandonado? En esa situación de aparente desamparo, muchas personas creyentes CONFÍAN.  Y esa confianza ni explica, ni elimina el sufrimiento, pero lo sitúa en un horizonte de sentido que le quita su aguijón disolvente y destructor y convierte al sufrimiento en testigo, en mensajero, de una Presencia que no podemos dominar pero que es el fundamento de nuestro vivir.

Así, el sufrimiento se convierte en lugar de encuentro con Dios y la experiencia de dolor un ingrediente de toda vida espiritual auténtica, porque el dolor purifica nuestra experiencia e imagen de Dios, sitúa nuestro encuentro con Él en su verdadero lugar: la fe oscura y la esperanza confiada, que superan la tentación de hacer un Dios a nuestra medida de nuestros deseos.

Quizás sólo desde esa experiencia honda de abandono, por la dolorosa ausencia de Dios (Dios mío ¿por qué me has abandonado?) puede darse el encuentro con Él, a través de la más absoluta confianza, que dice con pleno significado: “A tus manos encomiendo mi espíritu”

Jesús comparte, redime y transforma el sufrimiento
Jesús no ha venido a resolver los problemas materiales de los hombres, ni a librarlos de las limitaciones de su naturaleza, sino a enseñarnos cómo podemos ser libres, plenamente humanos, a pesar de los problemas y aunque no se resuelvan. El evangelio no habla de resignación ante el mal, sea físico, sea psíquico, sea moral. Pero no identifica la salvación con la supresión del mal. Siempre hay que luchar contra el mal, suprimirlo cuando podamos, pero la victoria contra el mal no está en suprimirlo, sino en evitar que nos aniquile. Hay problemas que no tienen solución, pero una vida más humana siempre es posible. Las Bienaventuranzas nos enseñan que podemos ser plenamente humanos y alcanzar la salvación a pesar del mal que nos rodea. El sentido y felicidad de nuestra vida no vendrá de fuera, la tenemos que encontrar dentro.

Hemos de conocer y aceptar nuestras limitaciones. No somos absolutos, somos criaturas y las limitaciones no nos pueden impedir alcanzar la plenitud. En Dios, nuestro creador,  está  la base y fundamento de nuestro propio ser. Aceptar con humildad mi verdad de criatura, es la única manera de ser fiel a Dios y ser fiel a mi verdad. 

Jesús no nos da explicaciones teóricas sobre el sufrimiento. Lo que hace es acercarse a los que sufren o dejar que se le acerquen. Lo vemos en el texto de hoy. “Curó a muchos enfermos”, no eliminó  todo el sufrimiento y la enfermedad. Compartió el sufrimiento, cargó con el dolor del mundo. La enfermedad no será ya un castigo ni una maldición, todo lo contrario puede ser lugar de encuentro con Dios.

Y mientras caminamos hacia la plenitud, donde no habrá  sufrimiento ni dolor, la actitud del cristiano ha de ser la de su Señor ante la suegra de Pedro enferma: Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Aliviar el dolor, curar la enfermedad,  tender la mano al enfermo,  ayudar al que lo necesite


Secundino Martínez Rubio

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