DOMINGO 5º
TIEMPO ORDINARIO
Evangelio (Mc 1,29-39.)
En aquel tiempo,
al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y
Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se
acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a
servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos
y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos
de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían,
no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí
se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:
Todo el mundo te busca. El les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas
cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido. Así recorrió toda
Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Reflexión
Jesús ante el sufrimiento:
“Curó a muchos enfermos”
Hoy contemplamos a Jesús
curando a la suegra de Pedro y a una multitud de enfermos venidos de todas
partes. Estamos ante un tema difícil de aceptar y difícil de explicar: el sufrimiento.
Una experiencia que, a veces, oscurece el horizonte de nuestra vida, arruina
nuestra confianza en la existencia y nos sitúa en la desdicha.
Oscurecimiento de la
presencia de Dios
La experiencia del
sufrimiento oscurece la presencia de
Dios. A veces ese oscurecimiento es
superficial y lo que se nos nubla es simplemente la imagen deficiente que tenemos de Dios. Un Dios que hemos imaginado
como un tapagujeros, a nuestro servicio y pendiente de nuestros deseos, volcado
incluso en la satisfacción de nuestros caprichos. La llegada del sufrimiento
pone en crisis esa imagen de Dios. Otras veces lo que entra en crisis no es la
idea que tenemos de Dios, sino la misma
experiencia religiosa de la persona. Se pone en crisis la experiencia básica de sentirse amado,
de la que vive el creyente. Se oscurece la fuente de la luz. Se apaga la fuente
del amor.
Reacciones
Ante la experiencia del
sufrimiento, hay quien niega la
existencia de Dios absolutamente. No se trata de la experiencia de
ausencia, se trata de la negación de su existencia, de no aceptar otra
Presencia que la de los hechos dolorosos y sin sentido. Pero, ante el
sufrimiento, no es esa la única salida. Hay quienes ante la experiencia de
sufrimiento reaccionan con el grito, la queja, el porqué… dirigidos a la Fuerza
que nos puso en la existencia y que, ahora, en esa situación de sufrimiento, se
oscurece y se experimenta bajo la forma de ausencia. Es el grito de ¿porqué me has abandonado? En esa
situación de aparente desamparo, muchas personas creyentes CONFÍAN. Y esa confianza ni explica, ni elimina el
sufrimiento, pero lo sitúa en un horizonte de sentido que le quita su aguijón
disolvente y destructor y convierte al sufrimiento en testigo, en mensajero, de
una Presencia que no podemos dominar pero que es el fundamento de nuestro
vivir.
Así, el sufrimiento se
convierte en lugar de encuentro con Dios
y la experiencia de dolor un ingrediente de toda vida espiritual auténtica,
porque el dolor purifica nuestra experiencia e imagen de Dios, sitúa nuestro
encuentro con Él en su verdadero lugar: la fe oscura y la esperanza confiada,
que superan la tentación de hacer un Dios a nuestra medida de nuestros deseos.
Quizás sólo desde esa
experiencia honda de abandono, por la dolorosa ausencia de Dios (Dios mío ¿por qué
me has abandonado?) puede darse el encuentro con Él, a través de la más
absoluta confianza, que dice con pleno significado: “A tus manos encomiendo mi espíritu”
Jesús comparte, redime y
transforma el sufrimiento
Jesús no ha venido a resolver los problemas
materiales de los hombres, ni a librarlos de las limitaciones de su naturaleza,
sino a enseñarnos cómo podemos ser libres, plenamente humanos, a pesar de los
problemas y aunque no se resuelvan. El evangelio no habla de resignación ante
el mal, sea físico, sea psíquico, sea moral. Pero no identifica la salvación
con la supresión del mal. Siempre hay
que luchar contra el mal, suprimirlo cuando podamos, pero la victoria contra el
mal no está en suprimirlo, sino en evitar que nos aniquile. Hay problemas que no tienen solución, pero
una vida más humana siempre es posible. Las Bienaventuranzas nos enseñan que
podemos ser plenamente humanos y alcanzar la salvación a pesar del mal que nos
rodea. El sentido
y felicidad de nuestra vida no vendrá de fuera, la tenemos que encontrar
dentro.
Hemos de conocer y aceptar nuestras
limitaciones. No somos absolutos, somos criaturas y las limitaciones no nos
pueden impedir alcanzar la plenitud. En Dios, nuestro creador, está
la base y fundamento de nuestro propio ser. Aceptar con humildad mi
verdad de criatura, es la única manera de ser fiel a Dios y ser fiel a mi
verdad.
Jesús no nos da
explicaciones teóricas sobre el sufrimiento. Lo que hace es acercarse a los que sufren o dejar que
se le acerquen. Lo vemos en el texto de hoy. “Curó a muchos enfermos”, no
eliminó todo el sufrimiento y la
enfermedad. Compartió el sufrimiento, cargó con el dolor del mundo. La
enfermedad no será ya un castigo ni una maldición, todo lo contrario puede ser
lugar de encuentro con Dios.
Y mientras caminamos hacia
la plenitud, donde no habrá sufrimiento
ni dolor, la actitud del cristiano ha de ser la de su Señor ante la suegra de
Pedro enferma: Jesús se acercó, la cogió de la
mano y la levantó. Aliviar el dolor, curar la enfermedad, tender la mano al enfermo, ayudar al que lo necesite
Secundino Martínez Rubio
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