Evangelio Jn 6,41-52
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aquel tiempo criticaban los judíos a Jesús porque había dicho «yo soy el pan
bajado del cielo», y decían:¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a
su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?
Jesús tomó la palabra y les dijo: No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios». Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; éste es el pan que baja del cielo para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
“El camino es superior a tus fuerzas”
Dice la Primera lectura que el profeta Elías levantó su voz para defender la fe en Yahvé, frente a la idolatría que se había extendido entre sus contemporáneos. El rey Ajab y su esposa Jezabel, adoradores de los ídolos, persiguen a Elías para matarlo. El profeta huye al desierto. Allí se siente agobiado por el calor, el hambre, la sed, la soledad. Ya no tiene fuerzas ni ánimos para seguir luchando. Quiere morir. Exclama “basta, ya, Señor; quítame la vida” . En medio de la crisis, se le aparece un ángel que lo invita a alimentarse de pan. Recuperadas las fuerzas, se dirige al Horeb, la montaña de Dios. La tradición ha visto en el pan que reconforta al profeta Elías un preanuncio del pan eucarístico, que nos conforta para la lucha de la vida.
Hoy sentimos cercana la
situación vivida por el profeta Elías. Todos
somos testigos de gente que vive la situación de crisis existencial del profeta
Elías. Situaciones de desgracia personal o familiar, enfermedades terminales y
dolorosas que se prolongan, fracasos económicos sin salida aparente, tragedias
familiares que desbordan la capacidad de reacción del ser humano, que derrumban
la motivación para seguir viviendo. Gente aplastada por los acontecimientos que,
como Elías, no ven salida, y dicen como Elías: “basta, ya, Señor; quítame la vida”
El relato habla de que a Elías se
le presenta un ángel que le invita a
alimentarse. Él solo no hubiera sido capaz de sobrevivir a la crisis. Somos
frágiles, y las crisis pueden alcanzar tales dimensiones que nos incapacitan
para reaccionar. Cuando nos encontramos a gente viviendo esas situaciones, de
alguna manera, hemos de ser ángeles
que ayudemos a reaccionar a quienes están hundidos en la desesperanza; que
colaboremos en la tarea de buscar el apoyo adecuado; que pronunciemos una
palabra de estímulo y esperanza, que tendamos la mano solidaria a todos
aquellos que se sienten agobiados por la carga que llevan. Sobre todo que
indiquemos dónde esta el Pan de vida. Se necesitan “ángeles solidarios”,
mediaciones de Dios que ayuden a tanta
gente aplastada por la vida que ya no puedes más.
«Yo soy el pan bajado del cielo», dice el hijo del carpintero.
En el Evangelio Jesús se
presenta como el pan bajado del cielo que
da la vida al mundo. Esta afirmación de Jesús suscitó
una gran polémica. La gente, que veía los milagros y escuchaba las enseñanzas
de Jesús, andaba dividida: Unos acogieron a Jesús. Otros, por el contrario,
manifestaron su rechazo diciendo: “¿No es
éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice
ahora que ha bajado del cielo?”
Todos CONOCIAN a su paisano Jesús, pero no todos RECONOCIAN
en Él al enviado del Padre que ha bajado del cielo; lo ven como el hijo del carpintero Nazaret. No lo aceptan como
el “Pan bajado del cielo”
Es el escándalo de la fe
cristiana, y es, al mismo tiempo, la gran novedad, lo que la hace la religión
más decididamente humanista: el camino de Dios es un hombre, y lo que conduce a
la vida plena es el seguimiento de un hombre que es Dios. Dios compartiendo
la aventura de nuestro vivir diario. Hay personas que no lo pueden aceptar,
aceptan mejor un Dios lejano, que no "toque" la vida concreta. Y es
que realmente no es fácil aceptarlo…El mismo Jesús lo dice: Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre
La fe es don de Dios.
Es Dios mismo quien debe ayudarnos con su gracia
para aceptar que la vida plena se encuentra en "el hijo de José". La fe es un don de Dios. Por eso, hemos de
escuchar la voz de Dios en nuestro corazón y dejarnos conducir por él hacia
Jesús en quien encontramos, como en ninguna otra parte, el sentido de nuestro
vivir y la esperanza para nuestro morir.
Cuando
alguien acepta a Jesús como sentido de su vida y esperanza de su muerte, se
convierte en misionero porque “Es impensable que un
hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en
alguien que a su vez dé testimonio y anuncie” (EN. 24)
Secundino Martínez Rubio
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