viernes, 11 de septiembre de 2015

DOMINGO XXIV

  T.O. (B)

Evangelio: Mc 8,27-35

E
n aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías». Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado, y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: « ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!» Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará».

Reflexión

Un “sondeo de opinión” sobre la identidad de Jesús

Jesús, que estaba resultando desconcertante y discutido, pregunta a sus discípulos « ¿Quién dice la gente que soy yo?»
 Según dijeron los discípulos, el círculo de gente que no sigue a Jesús, pero que no permanece extraño ante su persona y su actuación, identifican a Jesús con alguna de las figuras extraordinarias que, según la tradición o leyenda judías, debían volver antes de la aparición del Mesías: El Bautista, decían algunos. Decían otros que podría ser Elías. La era del Mesías también se asociaba con el retorno de cualquiera de los profetas, y algunos pensaban que Jesús podría ser uno de ellos. No había unanimidad. Pero, todos coincidían en señalar a Jesús como alguien importante. Esa era la apreciación humana. Hasta este nivel de conocimiento no era difícil llegar. También a lo largo de la historia, y actualmente,  muchísima gente reconoce a Jesús en ese nivel. No deja de ser cierto, que es un personaje importante, pero olvidan que Jesús es más,  es el Hijo de Dios, el Salvador.
Después se dirige Jesús al círculo de los cercanos, los que le siguen y preguntó «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». La respuesta de Pedro personifica la confesión cristiana de la fe: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios.  Esa confesión de fe no es fruto de su personal conquista, ni conclusión de sus razonamientos, es don de Dios.
Dice el texto que Jesús “Les prohibió terminantemente decírselo a nadie”. Es el “secreto mesiánico”. Jesús impone silencio porque no quiere que su mesianismo sea mal entendido, en el sentido de un Mesías de poder o de prestigio, de mando y honores. Él es el Mesías, pero es un Mesías diferente, que identifica su mesianismo con el Siervo sufriente y solidario, cuyos perfiles habían trazado los profetas.
Por eso, Jesús empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado..., ser ejecutado, y resucitar »Pedro, que acaba de confesar a Jesús como Mesías, se lo llevó aparte y se puso a increparlo, porque sus expectativas sobre el Mesianismo son diferentes a las de Jesús; se llevó la reprimenda más grande de todos los Evangelios: « ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»

El estilo del Mesías ha de ser el  de sus discípulos.

Jesús nos expone claramente las condiciones del seguimiento: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga"."El que quiera..." Es voluntario seguir a Jesús. Pero el que se decida tiene que hacerlo DETRÁS DE ÉL, por el camino que Él traza. El camino del discípulo tiene que ser el del Maestro. Y ese camino significa:

"Que se niegue a sí mismo". No es anularse, es vivir abiertos al amor, y eso comporta sufrimiento, dolor. Negarse a sí mismo significa no ponerse a sí mismo como centro de la propia existencia. Superar el egoísmo y vivir abiertos al amor a Dios y a los demás, como Jesús.
"Que cargue con su cruz". Es asumir la conflictividad y rechazo que conlleva el vivir siendo fieles a la causa de Jesús (Mt 5,10-12).
“Y me siga”: Que no es un mero acompañarle exteriormente, ni sólo confesarle, sino adherirse a su persona, comulgar con su vida, proseguir su causa y tomar parte en su destino histórico.
Argumento de Jesús para justificar sus condiciones, aparentemente tan duras: "Si uno quiere salvar la vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará". “quien busca salvar la vida", cerrándose en su interés egoísta, termina por autodestruirse, pierde la vida; "Quien pierde la vida por Jesús", dándole sentido en la entrega amorosa, la encuentra para siempre. La Vida es fruto de la muerte; no solamente en el último día, sino cada día. Por eso es preciso perderla para encontrarla -de nuevo- purificada. La resurrección de Jesús fue  fruto de su entrega. Llegó a ser plenamente hombre y a ser resucitado por el Padre, recobrando la vida que había entregado sin ninguna limitación.

Durante esta semana podríamos reflexionar:
¿Quién dice la gente que es Jesús?¿Quién digo que es Jesús? ¿Cómo lo digo? ¿Por qué lo digo? ¿Cuándo y dónde lo digo?                                                                                                    
 Dice la copla:  
¡No puedo cantar, ni quiero,
a ese Jesús del madero,
 sino al que anduvo en la mar!
¿Es el mío un Mesías poderoso, o es el siervo entregado hasta la Cruz? ¿Le sigo negándome a mi mismo y tomando la cruz con él?


 S. MARTINEZ RUBIO

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