viernes, 10 de junio de 2016


DOMINGO XI T.O. (C)

Evangelio 
Lc 7,36-8,3.


En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume, y, colocándose detrás, junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado, se dijo: Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que le está tocando y lo que es: una pecadora. Jesús tomó la palabra y le dijo: Simón, tengo algo que decirte. El respondió: Dímelo, maestro. Jesús le dijo: Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más? Simón contestó: Supongo que aquel a quien le perdonó más. Jesús le dijo: Has juzgado rectamente. Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella en cambio me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al que poco se le perdona, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados están perdonados. Los demás convidados empezaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados? Pero Jesús dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vete en paz. [Más tarde iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo predicando la Buena Noticia del Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.]


Reflexión

Jesús es invitado a comer por Simón, un  fariseo de los estrictos cumplidores de la ley, y una prostituta de la localidad se presentó en la comida; se puso a llorar a los pies de Jesús, los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con el perfume. La expectación, el malestar, indignación y escándalo del personal bienpensante se puede imaginar. Simón contempla la escena horrorizado. La reacción de Jesús, por el contrario, es de acogida y comprensión, ni expulsa ni rechaza a la prostituta. Al contrario, la acoge con respeto y ternura. Sólo parece ver en ella un ser necesitado de amor, reconciliación y paz.

Al ver que Jesús se deja tocar por la mujer, el fariseo descarta que Jesús sea un profeta, porque piensa que si lo fuera “sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!”, y supone que si lo supiera no la dejaría hacer lo que está haciendo.

Simón se equivoca, Jesús es profeta y sabe quien es la mujer que lo está tocando y, a pesar de eso, la deja que lo haga, porque todos pueden acercarse a Él con confianza, todo pecador es recibido por Cristo. Por eso ha entrado en casa de Simón, que también es pecador. Jesús tiene otro modo de mirar la vida.

La diferencia entre Simón y la mujer es que ella reconoce a Jesús como profeta, y se reconoce a si misma como pecadora y pide perdón. Simón no acepta a Jesús como profeta del perdón y la misericordia. Se cree justo e intenta justificarse con su cumplimiento de la ley

Para Jesús lo que importa es la fe, la confianza en Dios, no el certificado de "buena conducta". Jesús no hace como nosotros, que nos fijamos en las apariencias: su mirada va al fondo del corazón de cada uno. Y mirando al corazón le dijo a la mujer: “Tus pecados quedan perdonados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz”.
Jesús nos enseña hoy:
-Que hemos de reconocernos pecadores  (cosa no fácil).
-Que no nos liberamos de nuestro pecado por nuestro propio esfuerzo (actitud del fariseo), sino aceptando el perdón y amor gratuitos de Dios en Cristo (actitud de la pecadora).
-Que quien se siente pecador perdonado responde con amor y a quien más se le perdona más ama.
-Que nuestro Dios es un Dios de misericordia y perdón y Jesús es la manifestación de esa misericordia divina.

 
Tenemos que aprender a vivir de la misericordia de Dios.

Secundino Martínez Rubio



No hay comentarios:

Publicar un comentario