jueves, 8 de septiembre de 2016


DOMINGO XXIV

 T.O. (C)

EVANGELIO: Lc 15, 1-32
En aquel tiempo se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: -Ese acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola: -Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles:-¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, reúne a las vecinas para decirles: -¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.

REFLEXIÓN

El capítulo 15 de san Lucas contiene tres parábolas: el pastor que busca la oveja perdida, la mujer angustiada porque ha perdido una moneda y el Padre que perdió y recuperó al hijo. Son llamadas las parábolas de la misericordia, porque muestran, a través de un lenguaje figurado, el amor misericordioso que Dios nos tiene, a pesar de nuestros fallos y pecados. Con ellas Jesús responde a los que se escandalizaban y criticaban por su compañía y amistad con los pecadores.

Con el lenguaje sencillo de estas parábolas, Jesús quiere revelar la imagen de un Dios amoroso e infinitamente misericordioso; es como si viniese a decir: ¿Criticáis mi conducta? Pues, sabed que ella refleja la de Dios mismo. Yo me acerco a los pecadores y excluidos de la sociedad porque así obra Dios; me preocupo por ellos porque Dios se preocupa por ellos. Dios ama más a los menos dignos de ser amados porque son los que más lo necesitan. Dios ama gratuitamente. Dios rechaza el pecado, pero acoge misericordiosamente al pecador; Así es Dios y Jesús, que es el rostro visible del Dios invisible, actúa como Él.

Hoy el centro de la enseñanza de Jesús  es el amor misericordioso que Dios nos tiene. El pastor que ha perdido una oveja  y  el ama de casa que perdió una moneda, representan a Dios mismo, que envía sus Hijo al mundo para buscarnos: “Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido” (Lc 19,10) Nuestra suerte es importante para Dios. Lo que nos afecta no lo deja indiferente.

En el judaísmo, incluido el Bautista, se recibía a los pecadores después de que se habían convertido y hecho penitencia; cuando, de alguna manera lo “merecían”.  Algo de esto también nos pasa a nosotros, creemos que Dios nos quiere si nos portamos bien, si lo merecemos. Por eso, oí a una mamá decir a su  niño “No hagas eso, que sino el Señor no te va a querer”. Que es como decir Dios te quiere solo si lo mereces. Pues, Lo nuevo de Jesús es el ofrecimiento de la salvación antes de que los pecadores hayan hecho penitencia. Lo nuevo de Jesús Dios nos quiere incluso cuando no le queremos.

En las parábolas se resalta otro aspecto: la alegría que produce a Dios la conversión de sus hijos. Lo que los fariseos no han entendido jamás es que Dios, en lugar de preocuparse por ser obedecido y respetado, está preocupado por la felicidad de los seres humanos. Los fariseos y letrados no conocen el “corazón” de Dios.

Nuestra alegría está en saber que  Dios es un Dios misericordioso, que nos ama no por nuestras virtudes, sino porque somos sus hijos; y que nos amará siempre, incluso cuando nos alejamos de Él.

Estas parábolas de la misericordia trasmiten un mensaje de esperanza; por complicada que sea la situación que está viviendo alguien, siempre será acogido por Dios.


La Palabra de Dios  hoy alimenta nuestra esperanza en el amor misericordioso de Dios y nos inspira en nuestra responsabilidad de ser presencia del amor misericordioso de Dios para todos.

Secundino Martínez Rubio

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