DOMINGO II DE CUARESMA
EVANGELIO Mt
17,1-9
REFLEXIÓN
El evangelio presenta la Transfiguración del Señor. En un contexto de oración, con
Pedro, Santiago y Juan, el Señor se
transfiguró. Es decir, se mostró la gloria plena de Jesús, el enviado del Padre. Los
discípulos pudieron acceder a una visión más profunda de lo que significaba
aquél Jesús humilde que les acompañaba "como uno de tantos".
Jesús y los discípulos, están pasando momentos difíciles. El Señor anuncia su
muerte y los discípulos, desconcertados, se resisten a aceptarlo. No acaban de
entender qué tipo de Mesías es Jesús.
Son momentos de miedo, de duda, de
tensión. Y, en estos momentos, acontece la Transfiguración, que es la confirmación de la identidad y de la misión de Jesús y constituye un apoyo de ilusión y de moral; la
confirmación, por Dios Padre, de que Jesús es su Hijo amado y de que su misión
pasa por la entrega de su propia persona. La transfiguración manifiesta el destino glorioso de Jesús, que fortalece la fe de
sus discípulos, pero manifiesta que el camino que conduce a ese destino
de gloria, es el camino de entrega. Destino de gloria y camino de entrega no se
pueden separar.
Pedro se fija solamente en el destino de gloria. Pretende llegar al
destino glorioso sin recorrer el camino de entrega. Pretende hacer “tres
tiendas” y quedarse en la gloría, sin
recorrer el camino de entrega. Pedro, igual que nosotros, hemos de comprender
mejor, y por eso la voz del cielo recomienda escuchar a Jesús: Escucharle en el
monte Tabor donde se transfigura y se manifiesta su destino de gloria, y escucharle
en el monte de los Olivos donde asume su camino de entrega que culmina en el
monte Calvario.
Los mismos Apóstoles (Pedro, Santiago y Juan) que hoy quieren quedarse en
el Tabor, monte de la gloria, son los que le dejan solo en el monte de los Olivos y en el Calvario, montes de la
entrega.
También NOSOTROS, en nuestra vida cristiana,
pasamos a menudo por momentos de desaliento, de dudas, de cansancio. Nos cuesta
seguir a Jesús porque vemos que, además de ser difícil,
nos complica mucho la vida, nos pide la vida misma, la entrega no de cosas,
sino de nuestra persona.
-Necesitamos ponernos en
contexto de oración, donde se produce esa "transfiguración". No dispersarnos en los quehaceres, no
vivir volcados en las posesiones, no diluirnos en las funciones que ejercemos.
Esta Cuaresma hay que iniciar el camino de la conversión:"Sal
de tu tierra”, de tus afanes, de la agitación. Haz silencio y camina hacia tu
interior, recógete y ábrete a la Presencia que habita “de tu alma en el más
profundo centro”.
Escucha al Hijo amado, no para saber más de él, para
satisfacer la curiosidad, sino para seguirle. Confíate a su amor. El te
mostrará su gloria, refirmará tu camino, fundamentará tu vida y tu muerte. Pero,
hay que estar alerta ante el peligro de quedarnos extasiados y querer disfrutar
el destino glorioso ahorrándonos el camino de entrega.
Secundino Martínez Rubio
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