viernes, 16 de noviembre de 2018


DOMINGO XXXIII T.O. (B)

Evangelio
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.

Aprended lo que os enseña la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.

Comentario
Estamos en el penúltimo domingo del año Litúrgico. El evangelio nos presenta un discurso del Señor sobre la plenitud final de la historia (escatología)

El Señor utiliza un lenguaje que, a los lectores actuales, nos resulta extraño. Habla de una especie de cataclismo cósmico equivalente a la desintegración del universo. El centro de todo el discurso es la venida del Hijo del Hombre, que aparecerá con “poder y majestad”, sobre las nubes del cielo”: signos de la divinidad. Es el estilo y lenguaje  de la literatura apocalíptica.

Hay épocas difíciles de la historia en las que, hundidos por las dificultades del presente, se nos puede olvidar el futuro en plenitud que nos aguarda. La literatura apocalíptica recurre a la acumulación impresionante de sucesos angustiosos y terribles, con la finalidad de sacudir las conciencias adormiladas, para revelar la plenitud final, y que su conocimiento anime lo penoso  del caminar presente.

En el evangelio de hoy Jesús no quiere darnos una explicación científica del cómo será el fin del mundo. Lo que nos enseña es una verdad de nuestra fe: que el final de nuestra vida no será la nada, sino la plenitud; que, a pesar de las dificultades por las que hayamos de pasar, la victoria de Cristo, y por ello la nuestra, es segura; que, por tanto, la actitud fundamental de los discípulos ha de ser la  ESPERANZA.

La Plenitud final, que mantiene nuestra esperanza, llegará. Pero, mientras tanto, no se nos ahorra la lucha, el cansancio del camino, la vigilancia, el estar atentos, vigilantes, comprometidos, para favorecer  todo aquello que nos acerque a la plenitud que esperamos y  combatir todo lo que se le opone. Esta es la lección que nos manda Jesús aprender de la higuera. Sus brotes nos indican que llega la primavera. Y, en la higuera de la vida, hemos de observar nosotros qué hechos indican que la realidad que vivimos es transitoria, que se acaba, y  qué signos anuncian la llegada de la primavera plena de la resurrección y vida.  Para ello hay que saber mirar, interpretar los acontecimientos desde la fe.

Habrá quienes digan que “esto es lo que hay” y que es inútil luchar por un mundo más justo. Otros agobiados por la dureza de la vida se adormilarán en el “ir tirando”. Habrá quienes pensarán que este es el mejor mundo posible, y que no hay nada que esperar ni intentar, y… las utopías al cementerio. A nosotros el Señor nos llama a estar vigilantes, a ser testigos de una esperanza en la plenitud final que nos aguarda y, por ello, a ser constructores de un mundo distinto, con un horizonte abierto a la trascendencia, un mundo que pasará por el final, pero no hacia la nada, sino hacia la plenitud.

Las lecturas de este domingo,  nos han hablado del final del tiempo, del mundo, de la historia. Algo que, en principio, nos llena de temor; pero, el mensaje que nos quieren transmitir, es un mensaje de esperanza. Dios, que todo lo puede, es el Salvador, el que nos acompañará en los momentos malos, el que nos dará parte en su felicidad.

Pero, los textos bíblicos nos dicen también que debemos estar siempre preparados, que debemos vivir con responsabilidad. Que aquí, preparamos nuestro destino en el más allá.  Por tanto, vigilantes, anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección e imploramos su venida.

Feliz domingo
SMR


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