viernes, 14 de noviembre de 2014

DOMINGO XXXIII  
T.O. CICLO A

Evangelio  (Mt 25,14-30)


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro, dos, a otro, uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco. Su señor le dijo: Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor. Se acercó luego el que había recibido dos talentos, y dijo: Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos. Su señor le dijo: Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor. Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo. El señor le respondió: Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.

Reflexión

Estamos terminando el año litúrgico y  leemos el capítulo 25 de Mateo, en el que se nos advierte de la responsabilidad humana. El evangelio de nos invita a reflexionar sobre el modo como gestionamos los dones concedidos por Dios.

Una parábola en tres tiempos

La parábola  que Jesús expone  en el evangelio de hoy tiene tres partes: 1ª) El dueño confía sus bienes a tres empleados antes de marcharse; 2ª) Distinto comportamiento de los tres empleados durante la ausencia del dueño, 3ª) Retorno del dueño y "ajuste de cuentas con ellos", con la recompensa o castigo de los empleados en relación con su rendimiento.

La culpa del que “no hizo nada”.

Sorprendentemente, « el siervo que escondió su talento» es condenado sin haber cometido ninguna acción mala. Su pecado consiste precisamente en «no hacer nada», no arriesgar su talento, conservarlo del modo más seguro posible, porque tuvo miedo. Según Jesús, es una grave equivocación pensar que basta no hacer nada malo para agradar a Dios. Al contrario, el que no se arriesga, de manera positiva y creadora, a realizar el bien, aunque no viole ninguna ley, está ya defraudando las exigencias de Dios.

El pecado de omisión. 

Hemos recibido de Dios, los talentos, los valores, las posibilidades. Lo que importa es que, pocos o muchos, los hagamos fructificar. El pensamiento de Jesús es claro. Nuestro gran pecado puede ser la omisión, el no arriesgarnos en el camino de hacer el bien, el contentarnos con conservar el talento. El tener miedo al riesgo, a las exigencias, a las complicaciones.

También como comunidad hemos recibido una misión, no podemos renunciar a ella, no podemos enterrar el talento, esconderlo por miedo, limitarnos a conservar lo recibido, muy integro e incontaminado, pero sin hacerlo fructificar.

El Evangelio nos hace una llamada a la iniciativa, a la creatividad, a la responsabilidad. Nada nos puede excusar. No vale decir “Yo no sé, no valgo, no puedo, a mi me da miedo” No nos excusa el decir ¿y si fracaso? ¿Y si no lo hago bien? ¿Y si me meto en líos?


Renunciar a la creatividad limitándonos a conservar lo recibido, es enterrar nuestra vida, es negar nuestra identidad, no crecer como personas, y es traicionar los designios de Dios.

“Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene”

 En la medida en que hacemos fructificar los valores que el Señor nos ha dado, en esa medida nuestra capacidad de entrega, de donación, de servicio a los demás, se multiplica; mientras que, el que egoístamente se los guarda para sí, aún aquello que tiene lo va perdiendo. Lo dijo el Señor en otra ocasión: “Quien quiera guardar su vida, la pierde; quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16,25). Se gana lo que se da, se pierde lo que se guarda.
                                                                               Secundino Martínez  Rubio

No hay comentarios:

Publicar un comentario